(8) FRANCISCO PIZARRO. ORÍGENES.
Cuando uno comienza a interesarse por
tamaño personaje, es importante que se disponga a observarlo con atención y a
valorar en su justa medida los enormes méritos de sus andanzas por Las indias,
percatándose de que fue un milagro que llegara a viejo y que consiguiera un
éxito tan grandioso. Se puede decir lo mismo de Cortés, pero hay diferencias
muy notables en su forma de ser, en su
nivel cultural e, incluso, en su origen familiar, aunque, curiosamente,
eran parientes lejanos (no es cierto que fueran primos hermanos, como se ha
venido diciendo). Y, hablando de milagros, resulta palpable que aquellos
soldados, tan creyentes a pesar de sus poco ejemplares comportamientos, se
metieron en batallas suicidas porque creían de forma insensata en la ayuda
divina, o se autoengañaban así para espantar el miedo. No hay que perder de
vista que sus motivaciones eran complejas. Buscaban con la misma sinceridad la
gloria y la riqueza personales (objetivo primordial), la conquista de nuevos
territorios para España, y (según su criterio) el bien de los nativos. Sí, el
bien; porque estaban convencidos (con inconscientes hipocresías entremezcladas)
de que la cultura que les transmitían era muy superior a la suya (cosa
indudable) y de que, con la religión cristiana, asimismo más humana (igualmente
indudable), podían alcanzar la salvación eterna. Para juzgar a alguien, hay que
sopesar el motivo de sus actos y el código moral de la sociedad a la que
pertenece, aunque tenga en su seno algunos personajes críticos que sepan
detectar las ideas equivocadas, como ocurrió con Bartolomé de las Casas, quien,
aunque fue muy exagerado, tuvo un fondo de razón indiscutible. El que se
embarcaba para Las Indias, iba a ser absorbido sin remedio por un poderoso engranaje que funcionaba con un solo
objetivo: la expansión implacable y veloz de la ‘conquista’. El mismo engranaje
que creó los imperios de los aztecas y los incas. Una ley de vida que sigue
arrastrándonos, aunque, ahora, de forma más civilizada a pesar de los horrores
que seguimos viendo. Dicho lo cual (si no expongo ese punto de vista, reviento),
vamos con los orígenes de Francisco Pizarro.
Aparecen diferentes fechas de su
nacimiento, pero son muchos los que consideran que vino a este ‘mondo cane’ hacia
el año 1477 en la cacereña localidad de
Trujillo (cuya plaza mayor tiene un fuerte y original sabor histórico
inolvidable para el que la ha visto). Su familia presumía de tradición militar
y cierta hidalguía. Su abuelo paterno, Hernando Alonso Pizarro, fue regidor de
la villa, un respetado cargo social (Bernal Díaz del Castillo también alardeaba
de que su padre había sido regidor de Medina del Campo). Francisco no comenzó
con buen pie su vida. Era el primer hijo de un padre, Gonzalo Pizarro, bravo en
la guerra y aventurero en el amor, que, siendo soltero, dejó embarazada a Francisca González, una
sencilla criada con la que no se casó. Curiosamente, aunque bastardo, su padre,
de alguna manera, reconoció a Francisco (la ‘ultrajada’, por su parte,
consiguió que se llamara como ella), ya que le dio el apellido Pizarro (será
algo constante en Gonzalo, porque hizo lo mismo con varios de sus numerosos
bastardos). A lo largo de esta historia, veremos la fuerza del vínculo familiar
(también para desgracia suya) de los Pizarro, que, en el caso de Francisco,
abarcó también a alguien muy querido por él, su hermanastro por parte de madre,
Martín de Alcántara (incluso murieron luchando juntos). No se habla mucho del
padre de los Pizarro, pero lo que se sabe de él deja muy claro que fue un
militar excepcional y curtido, como se suele decir, en mil batallas. Vamos allá
con algunos datos suyos.
(Imagen)
Este cuadro, que está en la Biblioteca Municipal de Lima, representa a
Francisco Pizarro según lo imaginó el pintor Daniel Hernández Morillo el año
1929. Esa vistosidad sería quizá para los días de gala, porque las tropas
españolas, por puro sentido práctico, no solían utilizar armaduras, sino la
protección tradicional de los indios a base de tupidas capas de algodón, con
las que incluso se cubrían las cabezas; no era una estampa muy bizarra, pero sí
eficaz. En lo que no exageró el artista era en pintarlo a caballo y emanando
autoridad, porque, si algo distinguió a Pizarro fue el carisma de un líder nato
y repleto de cualidades: inteligencia, sensatez, valor, capacidad de
sufrimiento y generosidad con sus soldados, que siempre le correspondieron con
el mayor respeto.
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