martes, 27 de junio de 2017

(Día 418) Llega el momento de presentar a Pizarro y hablar de sus orígenes.

     (8) FRANCISCO PIZARRO. ORÍGENES.
     Cuando uno comienza a interesarse por tamaño personaje, es importante que se disponga a observarlo con atención y a valorar en su justa medida los enormes méritos de sus andanzas por Las indias, percatándose de que fue un milagro que llegara a viejo y que consiguiera un éxito tan grandioso. Se puede decir lo mismo de Cortés, pero hay diferencias muy notables en su forma de ser, en su  nivel cultural e, incluso, en su origen familiar, aunque, curiosamente, eran parientes lejanos (no es cierto que fueran primos hermanos, como se ha venido diciendo). Y, hablando de milagros, resulta palpable que aquellos soldados, tan creyentes a pesar de sus poco ejemplares comportamientos, se metieron en batallas suicidas porque creían de forma insensata en la ayuda divina, o se autoengañaban así para espantar el miedo. No hay que perder de vista que sus motivaciones eran complejas. Buscaban con la misma sinceridad la gloria y la riqueza personales (objetivo primordial), la conquista de nuevos territorios para España, y (según su criterio) el bien de los nativos. Sí, el bien; porque estaban convencidos (con inconscientes hipocresías entremezcladas) de que la cultura que les transmitían era muy superior a la suya (cosa indudable) y de que, con la religión cristiana, asimismo más humana (igualmente indudable), podían alcanzar la salvación eterna. Para juzgar a alguien, hay que sopesar el motivo de sus actos y el código moral de la sociedad a la que pertenece, aunque tenga en su seno algunos personajes críticos que sepan detectar las ideas equivocadas, como ocurrió con Bartolomé de las Casas, quien, aunque fue muy exagerado, tuvo un fondo de razón indiscutible. El que se embarcaba para Las Indias, iba a ser absorbido sin remedio por un  poderoso engranaje que funcionaba con un solo objetivo: la expansión implacable y veloz de la ‘conquista’. El mismo engranaje que creó los imperios de los aztecas y los incas. Una ley de vida que sigue arrastrándonos, aunque, ahora, de forma más civilizada a pesar de los horrores que seguimos viendo. Dicho lo cual (si no expongo ese punto de vista, reviento), vamos con los orígenes de Francisco Pizarro.
    Aparecen diferentes fechas de su nacimiento, pero son muchos los que consideran que vino a este ‘mondo cane’ hacia el año 1477 en la  cacereña localidad de Trujillo (cuya plaza mayor tiene un fuerte y original sabor histórico inolvidable para el que la ha visto). Su familia presumía de tradición militar y cierta hidalguía. Su abuelo paterno, Hernando Alonso Pizarro, fue regidor de la villa, un respetado cargo social (Bernal Díaz del Castillo también alardeaba de que su padre había sido regidor de Medina del Campo). Francisco no comenzó con buen pie su vida. Era el primer hijo de un padre, Gonzalo Pizarro, bravo en la guerra y aventurero en el amor, que, siendo soltero,  dejó embarazada a Francisca González, una sencilla criada con la que no se casó. Curiosamente, aunque bastardo, su padre, de alguna manera, reconoció a Francisco (la ‘ultrajada’, por su parte, consiguió que se llamara como ella), ya que le dio el apellido Pizarro (será algo constante en Gonzalo, porque hizo lo mismo con varios de sus numerosos bastardos). A lo largo de esta historia, veremos la fuerza del vínculo familiar (también para desgracia suya) de los Pizarro, que, en el caso de Francisco, abarcó también a alguien muy querido por él, su hermanastro por parte de madre, Martín de Alcántara (incluso murieron luchando juntos). No se habla mucho del padre de los Pizarro, pero lo que se sabe de él deja muy claro que fue un militar excepcional y curtido, como se suele decir, en mil batallas. Vamos allá con algunos datos suyos.


(Imagen) Este cuadro, que está en la Biblioteca Municipal de Lima, representa a Francisco Pizarro según lo imaginó el pintor Daniel Hernández Morillo el año 1929. Esa vistosidad sería quizá para los días de gala, porque las tropas españolas, por puro sentido práctico, no solían utilizar armaduras, sino la protección tradicional de los indios a base de tupidas capas de algodón, con las que incluso se cubrían las cabezas; no era una estampa muy bizarra, pero sí eficaz. En lo que no exageró el artista era en pintarlo a caballo y emanando autoridad, porque, si algo distinguió a Pizarro fue el carisma de un líder nato y repleto de cualidades: inteligencia, sensatez, valor, capacidad de sufrimiento y generosidad con sus soldados, que siempre le correspondieron con el mayor respeto.


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