viernes, 30 de junio de 2017

(Día 421) ¿Qué fue del inquieto Pizarro en Indias durante los 22 años anteriores a su campaña del Perú?

     (11) Pizarro, hombre largo en hechos pero corto en palabras y sin saber escribir, fue casi mudo para la historia y solo hablaron por él sus hazañas. Sus motivaciones, las tenemos que suponer. Podía haber seguido con su padre batallando, pero no lo hizo. Quizá su situación junto a él no fuera satisfactoria. O quizá sí pero fue más poderosa la atracción de las prometedoras noticias que llegaban de Las Indias y, como los jugadores obsesivos, apostara por el ‘todo o nada’. La navegación hasta las Indias tuvo que ser para él una experiencia muy excitante. Lo que no pudo imaginarse fue la tremebunda y triunfal novela que protagonizaría después.  Tenía, además, en su contra que, rondando ya la treintena,  superaba con creces la media de edad de los embarcados y le quedaba menos tiempo para hacer realidad sus sueños. Durante el viaje, vería todo el boato de Nicolás de Ovando y trataría con muchos de los 1.500 pasajeros transportados por 32 naves, entre los que había gente de toda condición. Muchos, como Pizarro, licenciados en paro de distintos ejércitos, huían de la inactividad y la pobreza; además, habían sido educados desde niños en una cultura de guerra que ya tenía menos sentido en España por dos logros de los Reyes Católicos: acabar con las batallas entre los nobles banderizos y  con la amenaza musulmana. Por si fuera poco, les parecería que los sufrimientos serían soportables y la gloria y la riqueza fáciles de alcanzar. Se equivocaban en ambas cosas. Aunque también ocurrió que algunos protegidos de los dioses escribieron después brillantes hojas de servicio para la Corona (y para sí mismos), como el asombroso Bartolomé de las Casas, al que Pizarro tuvo que tratar durante la travesía y que lo fue todo, soldado, explotador de minas, sacerdote poco ejemplar y luego, cambiando de vida, fraile y obispo que está ahora a punto de ser canonizado, defensor acérrimo (con demasiado pasión) de los nativos y uno de los más grandes cronistas de Las Indias. Pero, de momento, lo único que podía vislumbrar Pizarro en los que partieron junto a él hacia América era su carácter.
     El nombre de Pizarro siempre va asociado a Perú. Y, normalmente, solo a Perú. Pero ¿cómo fue su vida durante los 22 años que precedieron al inicio de sus expediciones hacia el territorio inca? Aunque él no contó nada, se puede seguir su rastro en las crónicas, no como una figura de primer orden, pero sí como uno de esos segundones a los que sus jefes estiman en gran medida por alguna cualidad especial, y, en el caso de Pizarro, por el valor, la inteligencia natural, la sensatez, el liderazgo sobre los soldados bajo su mando, que le correspondían con un gran respeto, la veteranía en España como soldado e, incluso, su excepcional resistencia física y su capacidad de sufrimiento. Mantuvo desde su llegada una intensa actividad, y, aunque en segundo plano, se labró un sólido prestigio y consiguió también una destacada posición social que le permitía vivir de las rentas. Este éxito le facilitó asentarse en Panamá con tranquilidad. Con demasiada tranquilidad para su grandeza de espíritu. Porque esa ciudad era también el trampolín irresistible para comprobar si eran ciertas las maravillas que los indios contaban sobre misteriosas civilizaciones situadas hacia el sur. ¿Sería mentira, como ocurrió con otras fantasías que se convirtieron en el fracaso y la tumba de muchos españoles? Pizarro quiso despejar el enigma, y veremos la grandeza y el horror de su excepcional aventura. Pero hay que volver a lo anterior, a los 22 años previos que le sirvieron para dejar su sello personal en numerosas expediciones.
     Ya vimos cómo el primer susto que se llevó Pizarro al llegar a Indias fue el tremendo huracán que hundió los barcos de la flota en la que salía para España Francisco de Bobadilla. Iría tomando nota de la verdadera realidad de aquellas tierras, llenas de muchas promesas, pero también de grandes dificultades inmediatas. Pasaron algunos años, pocos, en los que se le pierde la pista, hasta que se incorporó a las fuerzas de un capitán y gobernador peculiar.


     (Imagen) Durante los 22 años previos a la campaña del Perú, Pizarro, sin duda, estuvo implicado en multitud de enfrentamientos militares, participando primero en la pacificación total de La Española (la isla de Santo Domingo) y luego, probablemente, también en la colonización de la isla de Cuba. Pero su nombre empezó a adquirir un relieve notable en las primeras expediciones a las tierras del continente, bajo el mando de Alonso de Ojeda. Fue un salto desde La Española hasta la costa atlántica colombiana, como indica la flecha, en el entorno del insalubre golfo de Urabá. Allí consiguió que tuvieran eco oficial sus excepcionales cualidades en situaciones muy apuradas.


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