(244) Inca Garcilaso dice que el símil es
suyo, pero que hubo alguien, un mítico personaje de la aventura de Perú testigo
de los hechos, que lo expresó mejor, y nos cuenta que se lo oyó decir cuando
era él era muy joven. Siendo un niño que vivió rodeado de tipos tan novelescos
(como su propio padre), tuvo que saborear miles de anécdotas apasionantes:
“Francisco Rodríguez de Villafuerte, uno de los trece que se quedaron con don
Francisco Pizarro cuando los demás compañeros lo desampararon, iba por el
camino de Arequipa con otros muchos caballeros acompañando a ciertas personas
nobles que se venían a España. Yo iba con ellos, aunque muchacho, pues fue a
final del año mil quinientos cincuenta y dos (tenía trece años). El Francisco de Villafuerte fue dando cuenta por
el camino de los sucesos de aquel cerco, y con el dedo señalaba los lugares
donde habían pasado tales hazañas, y nombraba a los que las habían hecho, y
decía, ‘aquí hizo fulano esta valentía y allá zutano esta otra’, y todas eran
de gran admiración, y lo contó de pie sobre el mismo puesto donde sucedió, y
habiendo contado gran número de ellas, dijo, ‘no hay que asombrarse de estas
cosas aunque sean tan grandes, porque
Dios nos ayudaba milagrosamente; y uno de los milagros que veíamos era que
nuestros caballos andaban y corrían tan ligeros y con tanta facilidad por
aquellas sierras como va ahora por ellas aquella banda de palomas’. Yo me
alegraría de no haber olvidado cosas de lo que aquel día le oí, para escribir
ahora muchas hojas de las hazañas que los españoles hicieron en aquel cerco;
pero baste decir que ciento setenta hombres resistieron a doscientos mil indios
de guerra (casi siempre las cifras de las
crónicas son exageradas) sufriendo el hambre, el sueño, el cansancio, las
heridas sin cirujano ni medicinas y los demás trabajos e incomodidades que en
los cercos se pasan. Todo lo cual lo dejo a la imaginación del que leyere esta
historia, pues es imposible escribir por entero los trabajos tan grandes que
pasaron. Y los sufrieron y vencieron porque Dios los había escogido para que
predicaran su Evangelio en aquel imperio”. A pesar de su mestizaje, Inca
Garcilaso se siente feliz por ser cristiano y tiene una fe inquebrantable en la
providencia divina.
Toca ahora ver el episodio de la toma de
la fortaleza, en cuya batalla morirá Juan Pizarro. Veamos primero cómo lo
cuenta Inca Garcilaso, copiando a Agustín de Zárate: “Habiendo hecho retroceder
a los indios, decidieron los españoles acometer la fortaleza porque allí estaba
la mayoría de los enemigos, y si no les ganaban aquel lugar, les parecía no
haber hecho nada. Con este acuerdo subieron hacia ella y no pudieron someter a
los indios durante seis días. Una noche de aquellas, tras haber peleado durante
todo el día, se retiraron a sus puestos, donde Juan Pizarro, que de días atrás
andaba herido y sufría mal la celada que traía, se la quitó antes de tiempo, y nada
más quitada, llegó una piedra tirada con
honda y le dio una mala herida en la cabeza, de la que murió tres días después.
La cual muerte fue gran pérdida en aquella tierra porque era muy valiente y
experimentado en la guerra contra los indios, y muy querido de todos sus
compañeros”.
(Imagen) Nunca sabremos cuál habría sido
la trayectoria de JUAN PIZARRO ALONSO (hermano de Francisco Pizarro) si hubiera
sobrevivido a la tremenda pedrada que le dieron los indios. Se perdió, en plena
juventud, un gran hombre con capacidad de mando y extraordinaria valentía.
Pagó, además, el precio de quedar oscurecido
por el olvido. Nadie ha escrito su biografía, y en los archivos apenas aparece
documentación sobre él. Murió como un valiente y a consecuencia de un acto de
generosidad, tratando de ayudar al herido Pedro del Barco en la angustiosa
pelea por la fortaleza de Sacsahuamán. Lo más probable es que, de no haber muerto, habría acabado tan trágicamente como
su hermano Gonzalo, triturado por las guerras civiles. Ejecutado este, una hija
suya y otra de Juan, ambas mestizas, fueron enviadas a España por el virrey
Pedro de la Gasca para que vivieran más protegidas en su entorno familiar de
Trujillo. Juan Pizarro dejó un testamento que algunos eruditos mencionan y en
el que estableció un mayorazgo. Ese es su último rastro, porque alguien pleiteó
por él ¡142 años después! Con el tiempo, se fue perdiendo la línea directa de la
sucesión de todos los hermanos Pizarro. Pero todavía había una heredera que
resistía en 1678: BEATRIZ JACINTA PIZARRO. Siendo ya una anciana, reclamó,
entre otros, los mayorazgos de Francisco Pizarro y de Juan Pizarro. Tenía
buenos argumentos para hacerlo: su padre fue Francisco Pizarro Pizarro, hijo de
Hernando Pizarro y Francisca Pizarro Yupanqui, la hija mestiza del gran
Francisco Pizarro. Es una lástima que solo se conserven tan raquíticos
recuerdos del excepcional JUAN PIZARRO ALONSO.
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