(243) La situación no podía ser más
terrible y dura: dan por hecho que van a morir, pero están decididos a luchar
con el máximo esfuerzo y ‘entusiasmo’ para que los enemigos lo paguen al precio
más alto. Y entonces ocurrirá ese segundo ‘milagro’ que nos anunció Inca
Garcilaso: “Amaneció el día siguiente y salieron los indios con gran ferocidad,
avergonzados de que tan pocos españoles se hubiesen defendido tantos días de
tanta multitud, pues para cada español había mil indios. Con la misma ferocidad
salieron los españoles para morir como
españoles, sin mostrar flaqueza. Al cabo de cinco horas de pelea, sintiéndose cansados, esperaban la
muerte. Los indios, por el contrario, estaban más fuertes cada hora viendo que
los caballos flaqueaban. El príncipe Manco Inca miraba la batalla desde un alto
y esforzaba a los suyos, con gran confianza de verse aquel día señor de su
imperio. Entonces, y en tal necesidad, fue Nuestro Señor servido de favorecer a
sus fieles con la presencia del bienaventurado Apóstol Santiago, patrón de
España, que apareció delante de los españoles, viéndolo ellos y los indios encima de un hermoso caballo blanco. Los
indios se espantaron, y dondequiera que el santo acometía, huían los infieles.
Con lo cual los españoles se esforzaron y pelearon de nuevo, y mataron
innumerables enemigos, y los indios se acobardaron de tal manera que huyeron de
la pelea”. Dice además Inca Garcilaso que la escena se repitió mucha veces y
añade: “Mas no por eso dejaron los indios de porfiar en su intención, pues
mantuvieron el cerco más de ocho meses”.
No es la primera vez que se habló en las
Indias de la aparición del apóstol Santiago echando una mano a los españoles en
situaciones desesperadas. Hay un comentario bastante cómico del impagable
Bernal Díaz del Castillo al criticar al famoso cronista López de Gómara por dar
como creíble otra escena similar ocurrida en la conquista de México. Bernal
dice: “Pudiera ser que lo que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles
señor Santiago o señor San Pedro, e yo, como pecador, no fuese digno de verles;
lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco Morla en un caballo castaño, que
venía juntamente con Cortés, que me parece que ahora que lo estoy escribiendo
se me presenta por estos ojos pecadores toda aquella guerra”. A Gómara, quien
además de cronista oficial del rey era sacerdote, quizá le tentara dar
verosimilitud a estas historias que resultaban edificantes. Lo mismo pudo
ocurrir con Inca Garcilaso (fue soldado en España, pero luego se hizo clérigo).
Por otra parte, no se entiende que, con apóstol incluido, durara el asedio ocho
meses, que eso sí que fue una terrible realidad.
Pero los españoles se aferraron al
convencimiento de que Dios les estaba ayudando: “Viéndose cada día más
favorecidos de la divina mano y a los indios por horas más acobardados,
quisieron salir del cerco. Y para que viesen que no les tenían temor, los
acometieron obligándoles a retirarse hasta donde quisieron, sin que se
defendieran. Así los alejaron de todo el sitio de la ciudad y de sus campos, y
solo pararon en unos riscos y peñascos donde los caballos no pudiesen
dominarlos. Mas tampoco podían los indios valerse en ellos porque los caballos
andaban por los riscos tan fácilmente como las cabras”.
(Imagen) Si hay una profesión que exige
ser un héroe es la de militar. Hoy suele permitir largos espacios de tiempo con
una vida rutinaria y tranquila, aunque los soldados saben que todo puede
cambiar en cualquier momento, viéndose de pronto en las situaciones más
desesperadas, obligados a sufrir condiciones extremas y a enfrentarse a la
muerte. Necesitan en ese momento engañarse a sí mismos, banalizando la
situación, disminuyendo la importancia del peligro y hasta aferrándose a una
esperanza supersticiosa. Algunos van a la lucha drogados. Para los españoles de
las Indias, la batalla era lo normal: cosa de todos los días. Siempre que
combatían, aun sabiendo que eran más fuertes que los indios, les asustaba su
número. Pero, por muy pecadores que fuesen,
gracias al espíritu religioso de aquel tiempo aliviaban su angustia
confiando en Dios. En las crónicas de las Indias se repiten las escenas de una
ayuda divina directa, siempre en momentos terriblemente difíciles o de enorme
importancia histórica, y habitualmente protagonizadas por el apóstol Santiago,
algo ya tradicional desde las guerras contra los musulmanes. No es extraño que
el “¡Santiago y cierra, España!” fuera el clásico grito de ataque. También al
medieval San Millán se lo llamó ‘Matamoros’, pero la idea no cuajó.
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