miércoles, 28 de marzo de 2018

(Día 653) Situación desesperada para los españoles, pero hacen huir a los indios. Surgió el rumor de que había aparecido el apóstol Santiago. Se atreven a salir del Cuzco contra los indios y consiguen que retrocedan. Hasta los caballos iban ‘milagrosamente’ por las rocas.


    (243) La situación no podía ser más terrible y dura: dan por hecho que van a morir, pero están decididos a luchar con el máximo esfuerzo y ‘entusiasmo’ para que los enemigos lo paguen al precio más alto. Y entonces ocurrirá ese segundo ‘milagro’ que nos anunció Inca Garcilaso: “Amaneció el día siguiente y salieron los indios con gran ferocidad, avergonzados de que tan pocos españoles se hubiesen defendido tantos días de tanta multitud, pues para cada español había mil indios. Con la misma ferocidad salieron los españoles para  morir como españoles, sin mostrar flaqueza. Al cabo de cinco horas  de pelea, sintiéndose cansados, esperaban la muerte. Los indios, por el contrario, estaban más fuertes cada hora viendo que los caballos flaqueaban. El príncipe Manco Inca miraba la batalla desde un alto y esforzaba a los suyos, con gran confianza de verse aquel día señor de su imperio. Entonces, y en tal necesidad, fue Nuestro Señor servido de favorecer a sus fieles con la presencia del bienaventurado Apóstol Santiago, patrón de España, que apareció delante de los españoles, viéndolo ellos y los indios  encima de un hermoso caballo blanco. Los indios se espantaron, y dondequiera que el santo acometía, huían los infieles. Con lo cual los españoles se esforzaron y pelearon de nuevo, y mataron innumerables enemigos, y los indios se acobardaron de tal manera que huyeron de la pelea”. Dice además Inca Garcilaso que la escena se repitió mucha veces y añade: “Mas no por eso dejaron los indios de porfiar en su intención, pues mantuvieron el cerco más de ocho meses”.
     No es la primera vez que se habló en las Indias de la aparición del apóstol Santiago echando una mano a los españoles en situaciones desesperadas. Hay un comentario bastante cómico del impagable Bernal Díaz del Castillo al criticar al famoso cronista López de Gómara por dar como creíble otra escena similar ocurrida en la conquista de México. Bernal dice: “Pudiera ser que lo que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor San Pedro, e yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés, que me parece que ahora que lo estoy escribiendo se me presenta por estos ojos pecadores toda aquella guerra”. A Gómara, quien además de cronista oficial del rey era sacerdote, quizá le tentara dar verosimilitud a estas historias que resultaban edificantes. Lo mismo pudo ocurrir con Inca Garcilaso (fue soldado en España, pero luego se hizo clérigo). Por otra parte, no se entiende que, con apóstol incluido, durara el asedio ocho meses, que eso sí que fue una terrible realidad.
      Pero los españoles se aferraron al convencimiento de que Dios les estaba ayudando: “Viéndose cada día más favorecidos de la divina mano y a los indios por horas más acobardados, quisieron salir del cerco. Y para que viesen que no les tenían temor, los acometieron obligándoles a retirarse hasta donde quisieron, sin que se defendieran. Así los alejaron de todo el sitio de la ciudad y de sus campos, y solo pararon en unos riscos y peñascos donde los caballos no pudiesen dominarlos. Mas tampoco podían los indios valerse en ellos porque los caballos andaban por los riscos tan fácilmente como las cabras”.

     (Imagen) Si hay una profesión que exige ser un héroe es la de militar. Hoy suele permitir largos espacios de tiempo con una vida rutinaria y tranquila, aunque los soldados saben que todo puede cambiar en cualquier momento, viéndose de pronto en las situaciones más desesperadas, obligados a sufrir condiciones extremas y a enfrentarse a la muerte. Necesitan en ese momento engañarse a sí mismos, banalizando la situación, disminuyendo la importancia del peligro y hasta aferrándose a una esperanza supersticiosa. Algunos van a la lucha drogados. Para los españoles de las Indias, la batalla era lo normal: cosa de todos los días. Siempre que combatían, aun sabiendo que eran más fuertes que los indios, les asustaba su número. Pero, por muy pecadores que fuesen,  gracias al espíritu religioso de aquel tiempo aliviaban su angustia confiando en Dios. En las crónicas de las Indias se repiten las escenas de una ayuda divina directa, siempre en momentos terriblemente difíciles o de enorme importancia histórica, y habitualmente protagonizadas por el apóstol Santiago, algo ya tradicional desde las guerras contra los musulmanes. No es extraño que el “¡Santiago y cierra, España!” fuera el clásico grito de ataque. También al medieval San Millán se lo llamó ‘Matamoros’, pero la idea no cuajó.



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