(233) Tenían dos rutas para volver. Ya
sabían que la de las nieves de los Andes era terrorífica, un infierno helado. Y
la del desierto, un infierno abrasador, pero quizá más soportable. En palabras
del gran cronista Fernández de Oviedo, “cualquiera de estos dos caminos parecía
imposible cosa andarle e quedar con vida”. Pidieron consejo al príncipe inca
Paullo, en el que conservaban la confianza (y el tiempo confirmaría su lealtad
a los españoles). Los animó a ir por las
ardientes arenas y hasta les dio acertados consejos para disfrutar de un poco
de agua. Otra ventaja era que la ruta iba paralela y cercana a la costa.
También contaron con el irrepetible ‘desorejado’ Gonzalo Calvo de Barrientos,
que la había padecido en sentido contrario.
Inca Garcilaso de la Vega explica algunos
detalles importantes: “Habiendo determinado don Diego de Almagro volverse al
Perú, para destrucción de todos ellos (se
refiere a la guerras civiles), y viendo la fidelidad que Paullo Inca le
tenía, le pidió su colaboración para la travesía. Le contestó que el camino que
había por la costa se había cerrado después de las guerras que tuvieron sus
hermanos Huáscar y Atahualpa, y que los pozos y fuentes donde bebían los
caminantes, al no haberse usado en tanto tiempo, estaban cegados con la arena
que el viento les echaba, teniendo muy poca agua y hedionda, pero que él enviaría
indios por delante que los irían limpiando y sacando el agua sucia, y que, con el aviso que estos le mandasen de
la cantidad de agua que los manantiales tenían, se podía enviar al ejército en
cuadrillas cada vez más numerosas, porque aquellas fuentes, cuanto más se
usaban, más daban de sí. Y porque las fuentes estaban lejos unas de otras, se
harían odres para llevar agua, según la costumbre de los incas. A don Diego de
Almagro y a sus capitanes les pareció muy acertado y le confiaron la labor. El
Inca Paullo, muy ufano de que los españoles le confiasen su salud y su vida,
dio órdenes a los indios de lo que tenían que hacer, y de que desollasen las
ovejas que fueran necesarias para los odres sacando los pellejos enterizos”.
Así que esta vez Almagro, a diferencia de
lo que ocurrió cuando salieron del Cuzco hacia Chile (y que tan caro le costó), siguió el consejo
de Paullo: “Almagro decidió ir por la costa del mar. Hay un despoblado de
ochenta leguas (unos 480 kilómetros)
desde Atacama, que es el último pueblo de Perú, hasta Copayapo, que es el
primero de Chile, donde hay por el camino cada seis o siete leguas, más o
menos, algunos manaderos de agua que no corre y siempre huele mal”. No
obstante, Almagro tuvo la precaución de supervisar lo que hacían los indios de
Paullo: “Don Diego de Almagro no quiso tener una absoluta confianza en los
indios en negocio de tanta importancia como la salud de todo su ejército, y
dispuso que algunos españoles comprobasen lo que los indios comunicaran del
camino y de las fuentes. Para lo cual envió a cuatro de a caballo. Con el aviso
de estos españoles fueron saliendo otros, y otros en mayor número, hasta que no
quedó ninguno en Chile”.
(Imagen) Los cronistas suelen hablar de
los horrores que padecieron los hombres de Almagro al atravesar las nieves de
los Andes en tres tandas, a cual peor. Pero ahora Inca Garcilaso, al referirse a la vuelta a Perú por el tremendo desierto de Atacama, se limita a explicar cómo
la organizaron. Sin embargo tuvo que ser también durísima. Veamos lo que vivieron
los hombres de PEDRO DE VALDIVIA cuatro años después, recorriéndolo por la
misma ruta pero en sentido contrario, hacia Chile. Su expedición estaba formada
por 153 hombres (de los cuales, 105 eran jinetes), unos mil indios, dos heroicos
clérigos para su consuelo espiritual (tan importante como las armas y los
caballos) y, al menos, una gran mujer. La distancia a recorrer suponía unos 500
km; la temperatura oscilaba de 45 grados a menos 10. La marcha era muy lenta y
hubo momentos de gran desesperación por la falta de agua. Veían al pasar animales
y hombres muertos, algunos, de la tropa de Almagro. Precisamente, un tal Juan
Ruiz, soldado de Almagro, repetía viaje con Valdivia, y arrepentido de haberlo
hecho, empezó a desmoralizar a la gente diciendo que ya se demostró que en Chile
solo había miseria. Le costó caro: Vadivia vio nefasta su influencia y lo
ahorcó. Al cabo de dos meses, cuando casi todos estaban moribundos aunque cerca
de la meta, la incomparable INÉS SUÁREZ logró encontrar un importante manantial
que les salvó la vida, que sigue caudaloso y que llevará para siempre su
nombre. Lo vemos en la imagen, y también una población que figura con toda
justicia como DIEGO DE ALMAGRO, pero con un triste detalle: no se llamó así
hasta el año 1977.
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