viernes, 16 de marzo de 2018

(Día 643) Almagro, confiando en los acertados consejos de Paullo, decide volver a Perú por el desierto de Atacama. Paullo se siente feliz del reconocimiento de los españoles y traza un plan para hacer la travesía (de unos 500 km) por turnos, sin agotar los escasos pozos. Lograron su objetivo.


   
     (233) Tenían dos rutas para volver. Ya sabían que la de las nieves de los Andes era terrorífica, un infierno helado. Y la del desierto, un infierno abrasador, pero quizá más soportable. En palabras del gran cronista Fernández de Oviedo, “cualquiera de estos dos caminos parecía imposible cosa andarle e quedar con vida”. Pidieron consejo al príncipe inca Paullo, en el que conservaban la confianza (y el tiempo confirmaría su lealtad a los españoles). Los animó a  ir por las ardientes arenas y hasta les dio acertados consejos para disfrutar de un poco de agua. Otra ventaja era que la ruta iba paralela y cercana a la costa. También contaron con el irrepetible ‘desorejado’ Gonzalo Calvo de Barrientos, que la había padecido en sentido contrario.
     Inca Garcilaso de la Vega explica algunos detalles importantes: “Habiendo determinado don Diego de Almagro volverse al Perú, para destrucción de todos ellos (se refiere a la guerras civiles), y viendo la fidelidad que Paullo Inca le tenía, le pidió su colaboración para la travesía. Le contestó que el camino que había por la costa se había cerrado después de las guerras que tuvieron sus hermanos Huáscar y Atahualpa, y que los pozos y fuentes donde bebían los caminantes, al no haberse usado en tanto tiempo, estaban cegados con la arena que el viento les echaba,  teniendo  muy poca agua y hedionda, pero que él enviaría indios por delante que los irían limpiando y sacando el agua sucia,  y que, con el aviso que estos le mandasen de la cantidad de agua que los manantiales tenían, se podía enviar al ejército en cuadrillas cada vez más numerosas, porque aquellas fuentes, cuanto más se usaban, más daban de sí. Y porque las fuentes estaban lejos unas de otras, se harían odres para llevar agua, según la costumbre de los incas. A don Diego de Almagro y a sus capitanes les pareció muy acertado y le confiaron la labor. El Inca Paullo, muy ufano de que los españoles le confiasen su salud y su vida, dio órdenes a los indios de lo que tenían que hacer, y de que desollasen las ovejas que fueran necesarias para los odres sacando los pellejos enterizos”.
     Así que esta vez Almagro, a diferencia de lo que ocurrió cuando salieron del Cuzco hacia Chile  (y que tan caro le costó), siguió el consejo de Paullo: “Almagro decidió ir por la costa del mar. Hay un despoblado de ochenta leguas (unos 480 kilómetros) desde Atacama, que es el último pueblo de Perú, hasta Copayapo, que es el primero de Chile, donde hay por el camino cada seis o siete leguas, más o menos, algunos manaderos de agua que no corre y siempre huele mal”. No obstante, Almagro tuvo la precaución de supervisar lo que hacían los indios de Paullo: “Don Diego de Almagro no quiso tener una absoluta confianza en los indios en negocio de tanta importancia como la salud de todo su ejército, y dispuso que algunos españoles comprobasen lo que los indios comunicaran del camino y de las fuentes. Para lo cual envió a cuatro de a caballo. Con el aviso de estos españoles fueron saliendo otros, y otros en mayor número, hasta que no quedó ninguno en Chile”.

     (Imagen) Los cronistas suelen hablar de los horrores que padecieron los hombres de Almagro al atravesar las nieves de los Andes en tres tandas, a cual peor. Pero ahora Inca Garcilaso, al referirse a la vuelta a Perú por el tremendo desierto de Atacama, se limita a explicar cómo la organizaron. Sin embargo tuvo que ser también durísima. Veamos lo que vivieron los hombres de PEDRO DE VALDIVIA cuatro años después, recorriéndolo por la misma ruta pero en sentido contrario, hacia Chile. Su expedición estaba formada por 153 hombres (de los cuales, 105 eran jinetes), unos mil indios, dos heroicos clérigos para su consuelo espiritual (tan importante como las armas y los caballos) y, al menos, una gran mujer. La distancia a recorrer suponía unos 500 km; la temperatura oscilaba de 45 grados a menos 10. La marcha era muy lenta y hubo momentos de gran desesperación por la falta de agua. Veían al pasar animales y hombres muertos, algunos, de la tropa de Almagro. Precisamente, un tal Juan Ruiz, soldado de Almagro, repetía viaje con Valdivia, y arrepentido de haberlo hecho, empezó a desmoralizar a la gente diciendo que ya se demostró que en Chile solo había miseria. Le costó caro: Vadivia vio nefasta su influencia y lo ahorcó. Al cabo de dos meses, cuando casi todos estaban moribundos aunque cerca de la meta, la incomparable INÉS SUÁREZ logró encontrar un importante manantial que les salvó la vida, que sigue caudaloso y que llevará para siempre su nombre. Lo vemos en la imagen, y también una población que figura con toda justicia como DIEGO DE ALMAGRO, pero con un triste detalle: no se llamó así hasta el año 1977.


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