martes, 6 de marzo de 2018

(Día 634) En Chile, Marcandey mata, con el aplauso de los demás caciques, a los tres españoles que se habían adelantado sin permiso. Almagro quema vivos a los veintisiete considerados culpables.


     (224) Si hacemos memoria, recordaremos que, cuando Almagro partió del Cuzco, se habían adelantado sin permiso, primeramente tres hombres, y luego otros cinco, matando los indios a dos de estos últimos, con la consiguiente bronca de Almagro a los tres que volvieron. Todos ellos lo habían hecho por el ansia de obtener el mejor botín. Ahora nos vamos a enterar de que los tres primeros habían seguido en solitario, ya casi como desertores, un larguísimo recorrido, se supone que haciendo además la ‘machada’ de atravesar solos las terribles montañas nevadas. ¿Qué fue de aquellos heroicos insensatos? Oigamos a Cieza: “Ahora hablaré también de los tres cristianos que, sin lo mandar Pizarro ni Almagro, salieron delante de los otros dos que mataron los indios, pasando neciamente por tantas tierras y tan lejanas de donde había gente de los nuestros. Los indios fueron tan buenos que no les hicieron mal, y hasta de un pueblo a otro los llevaban en andas. Anduvieron de este modo hasta que llegaron a un valle, cuyo cacique se llamaba Marcandey. Les recibió bien, pero habiendo mal pensamiento, determinó matarlos a ellos y a los caballos que llevaban; y estando dormidos, lo hizo, enterrando los cuerpos y caballos en lugar secreto. Cuando lo supieron los caciques de la comarca, vinieron a celebrarlo con Marcandey, haciendo grandes sacrificios y borracheras. Almagro siempre preguntaba por estos cristianos, y siempre le daban a entender que iban más adelante. Partió de Copayapo, y en tres jornadas llegó a este valle. Lo recibieron bien, con semblante de paz y proveyendo a su gente de bastimento. Andando a buscar los anaconas y cristianos algunas cosas necesarias, descubrieron el engaño que tenían encubierto, hallando restos de los muertos. Siguió Almagro hasta llegar al valle de Coquimbo, donde había grandes aposentos de los incas, se informó sobre la muerte de los tres cristianos, mandó mensajeros atrás al capitán Diego de Vega, que había quedado con la retaguardia para que prendiese a Marcandey y a su hermano; también ordenó que algunos españoles volviesen a Copayapo y que prendiesen al cacique que había sido tirano y se viniesen con ellos a Coquimbo. Allí, Almagro hizo presentarse delante de sí a todos los caciques principales, y se prendieron veintisiete de ellos, a los cuales, con gran crueldad y poco temor de Dios, mandó quemar sin querer oír las excusas que algunos de ellos daban, siendo así que los españoles merecieron lo que les vino por querer adelantarse y mandar como señores en tierra ajena. Afirmáronme que murieron con grande ánimo, mas esto, por lo que yo he visto, sé que procede de bestialidad. Entre los que quemaron estaba un orejón; dijo en su lengua a grandes voces: “¡Cristianos, muy dulce me es el fuego!”.
     Cieza siempre trata de mostrarse justo, pero a veces resulta justiciero y contradictorio. Conoce como nadie los horrores de las Indias, porque, como dice, había visto escenas idénticas a esta. Y sabía también que eran habituales las represalias implacables cuando los indios mataban a españoles indefensos. Luego se pasa de frenada al decir que los tres insensatos merecieron la muerte. E incluso, en este caso, cosa rara en él porque siempre ve el lado bueno de los indios, le quita mérito a su temple estoico atribuyéndolo al primitivismo de su cultura.

    (Imagen) Puesto que DIEGO DE VEGA había sido el encargado por Almagro de apresar a los caciques que después fueron quemados, veamos algo más de su historia personal. En 1535 vivía en Trujillo (Perú), y poco después partió con Almagro para Chile. Al comenzar las guerras civiles, cambió de bando, quizá para evitar castigos. El documento de la imagen, fechado en 1539, es una orden que comienza así: “Don Carlos Rey, a Vos el nuestro Gobernador (Pizarro) de la provincia de Nueva Castilla, llamada Perú…”. En el texto le comunica a Pizarro que Diego de Vega se queja de que le quieren quitar una encomienda de indios. El Rey ordena que no se haga sin oírle primero a Diego sus razones, y que, en caso de que se decida anularle la encomienda, se le reconozca el derecho  de apelación. De paso le indica algo a Pizarro que muestra cómo, a través del Consejo de Indias, se practicaba una vigilancia continua para que las leyes de protección a los indios se cumplieran debidamente. Puesto que había abusos, le dice: “Por otra carta, os hemos mandado que, juntamente con el Obispo de esa provincia, hagáis la tasación y moderación de los tributos que los indios han de pagar”. Se supone que todo acabaría bien para Diego de Vega, porque después estuvo siempre luchando al lado de los rebeldes pizarristas, aunque no pagó con la vida por ello. Y eso que en 1551 figuraba entre los demandados por doña Brianda de Acuña, la viuda del asesinado Blasco Núñez Vela, nada menos que el virrey de Perú.



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