martes, 20 de marzo de 2018

(Día 646) Manco Inca se rebela porque los españoles no cumplían la supuesta promesa de devolver a los incas el poder imperial que Pizarro había hecho a Titu Atauchi, quien mató a varios de los que intervinieron en la ejecución de Atahualpa, incluido Francisco de Cuéllar, uno de los ‘trece de la fama’.


     (236) En este punto es necesario aclarar lo que tantas veces repite Inca Garcilaso, aunque los historiadores actuales dudan de su fiabilidad  porque los cronistas de la época no lo mencionan: en qué momento los españoles se comprometieron a devolver a los emperadores incas el poder sobre su pueblo. Inca Garcilaso asegura que Titu Atauchi, hermano de Manco Inca, de Huáscar y de Atahualpa, tenía a sus órdenes al gran capitán Quizquiz cuando este atacó a los españoles después del apresamiento de Atahualpa. En su avance llegaron los indios en 1533 a Cajamarca para salvar a Atahualpa, pero ya había sido ejecutado. Pizarro y la mayoría de sus hombres se habían marchado dejando un pequeño grupo de retén. Por supuesto, Titu Atauchi, hizo una escabechina con ellos, aunque perdonó la vida a varios que, como Francisco de Chávez, habían votado en contra de la ejecución de Atahualpa (recordemos que, a pesar de su compasión, Chávez resultó en otro momento extremadamente sanguinario con los indios). Titu Atauchi fue especialmente cruel con alguien que, al parecer, se limitó a levantar acta del proceso al que fue sometido Atahualpa, aunque es posible que en su redacción hiciera excesivo hincapié (casi en papel de fiscal) en las acusaciones  que fundamentaron la ejecución (algunas bastantes ridículas). Todo indica que se trataba de FRANCISCO DE CUÉLLAR, al que Inca Garcilaso lo llama Sancho de Cuéllar. Lástima da que un hombre que ni siquiera era escribano de profesión pagara con su vida y de manera tan dura el saber leer y escribir. A lo que se añade que Francisco de Cuéllar poseía ya gran prestigio en Perú por ser uno de los heroicos “trece de la fama” que no abandonaron a Pizarro en su momento más crítico. Titu Atauchi aplicó con él la ley del ojo por ojo, reproduciendo puntualmente la forma en que murió Atahualpa, amarrado al mismo poste en la plaza de Cajamarca y estrangulado mediante garrote vil.
     Hecha esta venganza, Titu Atauchi continuó luchando y, aunque los incas fueron derrotados  por los españoles, hubo momentos en que los pusieron en serio peligro. Al parecer la situación fue tan apurada que Pizarro estuvo dispuesto a aceptar un convenio de paz (por supuesto, sin intención de cumplirlo) en el que, en líneas generales, se le reconocía a Titu Atauchi y a sus herederos la recuperación de su poder imperial, al menos en igualdad con los españoles. Era un trato que ya lo había hecho provisionalmente  Francisco de Chávez con Titu Atauchi cuando le perdonó la vida, asegurándole al inca que Pizarro estaría de acuerdo. Esa era, pues, la idea fija de Manco Inca, sucesor de Titu Atauchi. Esperaba que los españoles cumplieran, y a medida que pasaba el tiempo, se iba amargando por la ‘morosidad’ de Pizarro, que se limitaba a darle largas, como acaba de hacer al marchar a la Ciudad de los Reyes. Por eso ahora se dirige a los grandes personajes del imperio inca haciéndoles ver que ha tenido demasiada paciencia con los españoles y que no queda más remedio que empezar la guerra y derrotarlos. Lo que ocurrirá con el tiempo, afortunadamente para los españoles, será que hubo pocos líderes indios  que estuvieran a la altura del gran Manco Inca.
 
     (Imagen) Volvamos a la época romántica del idilio entre Pizarro y Almagro. Al tiempo en que los ‘trece de la fama’ se quedaron solos con Pizarro durante meses. Hemos visto hoy que uno de los trece era FRANCISCO DE CUÉLLAR y qué fatalmente murió a manos de los incas. Los otros doce se llamaban Bartolomé Ruiz, Cristóbal de Peralta, Pedro de Candía, Domingo de Soraluce, Nicolás de Ribera, Alonso de Molina, Pedro Halcón, García de Jerez, Antonio de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Paz y Juan de la Torre. Por este comportamiento, Carlos V les concedió “la merced a los que fueran hidalgos, que sean caballeros, y a los que no lo fueran, que sean hidalgos”, como se dice en el documento de la imagen. Aunque deberían de haber condenado a galeras a algunos escribanos, podemos ver también (con paciencia), al pie del mismo, los  trece nombres (he subrayado con una línea roja el de FRANCISCO DE CUÉLLAR). Añadiré pequeños datos sobre algunos que ya pasaron por estas páginas. El gran piloto Bartolomé Ruiz, digno de una gran biografía, tuvo al final una doble desgracia: murió  de enfermedad con solo 50 años en Cajamarca y sin poder disfrutar del reparto del botín de Atahualpa. Al novelesco Pedro Candía, el artillero, merecedor de un culebrón cinematográfico, lo mató Diego de Almagro el Mozo en 1542 porque pensó que erraba el tiro a propósito cuando luchaban contra las tropas del rey. De Alonso de  Molina se perdió todo rastro al quedarse a vivir entre los indios. Pedro Halcón terminó rematadamente loco. Quien tuvo una vida dichosa fue el respetado Nicolás de Ribera. Murió en Lima siendo muy mayor, y en largas conversaciones, le facilitó a  nuestro gran cronista Cieza de León multitud de datos sobre esta apasionante historia de Perú.



2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. me encanta tu blog deberías variar mas tus entradas para que haiga mas temas un saludo!

    ResponderEliminar