(236) En este punto es necesario aclarar
lo que tantas veces repite Inca Garcilaso, aunque los historiadores actuales
dudan de su fiabilidad porque los
cronistas de la época no lo mencionan: en qué momento los españoles se
comprometieron a devolver a los emperadores incas el poder sobre su pueblo.
Inca Garcilaso asegura que Titu Atauchi, hermano de Manco Inca, de Huáscar y de
Atahualpa, tenía a sus órdenes al gran capitán Quizquiz cuando este atacó a los
españoles después del apresamiento de Atahualpa. En su avance llegaron los
indios en 1533 a Cajamarca para salvar a Atahualpa, pero ya había sido
ejecutado. Pizarro y la mayoría de sus hombres se habían marchado dejando un
pequeño grupo de retén. Por supuesto, Titu Atauchi, hizo una escabechina con
ellos, aunque perdonó la vida a varios que, como Francisco de Chávez, habían
votado en contra de la ejecución de Atahualpa (recordemos que, a pesar de su
compasión, Chávez resultó en otro momento extremadamente sanguinario con los
indios). Titu Atauchi fue especialmente cruel con alguien que, al parecer, se
limitó a levantar acta del proceso al que fue sometido Atahualpa, aunque es
posible que en su redacción hiciera excesivo hincapié (casi en papel de fiscal)
en las acusaciones que fundamentaron la
ejecución (algunas bastantes ridículas). Todo indica que se trataba de
FRANCISCO DE CUÉLLAR, al que Inca Garcilaso lo llama Sancho de Cuéllar. Lástima
da que un hombre que ni siquiera era escribano de profesión pagara con su vida
y de manera tan dura el saber leer y escribir. A lo que se añade que Francisco
de Cuéllar poseía ya gran prestigio en Perú por ser uno de los heroicos “trece
de la fama” que no abandonaron a Pizarro en su momento más crítico. Titu
Atauchi aplicó con él la ley del ojo por ojo, reproduciendo puntualmente la
forma en que murió Atahualpa, amarrado al mismo poste en la plaza de Cajamarca
y estrangulado mediante garrote vil.
Hecha esta venganza, Titu Atauchi continuó
luchando y, aunque los incas fueron derrotados
por los españoles, hubo momentos en que los pusieron en serio peligro.
Al parecer la situación fue tan apurada que Pizarro estuvo dispuesto a aceptar
un convenio de paz (por supuesto, sin intención de cumplirlo) en el que, en
líneas generales, se le reconocía a Titu Atauchi y a sus herederos la
recuperación de su poder imperial, al menos en igualdad con los españoles. Era
un trato que ya lo había hecho provisionalmente
Francisco de Chávez con Titu Atauchi cuando le perdonó la vida,
asegurándole al inca que Pizarro estaría de acuerdo. Esa era, pues, la idea
fija de Manco Inca, sucesor de Titu Atauchi. Esperaba que los españoles
cumplieran, y a medida que pasaba el tiempo, se iba amargando por la
‘morosidad’ de Pizarro, que se limitaba a darle largas, como acaba de hacer al
marchar a la Ciudad de los Reyes. Por eso ahora se dirige a los grandes
personajes del imperio inca haciéndoles ver que ha tenido demasiada paciencia
con los españoles y que no queda más remedio que empezar la guerra y
derrotarlos. Lo que ocurrirá con el tiempo, afortunadamente para los españoles,
será que hubo pocos líderes indios que
estuvieran a la altura del gran Manco Inca.
(Imagen) Volvamos a la época romántica del
idilio entre Pizarro y Almagro. Al tiempo en que los ‘trece de la fama’ se
quedaron solos con Pizarro durante meses. Hemos visto hoy que uno de los trece
era FRANCISCO DE CUÉLLAR y qué fatalmente murió a manos de los incas. Los otros
doce se llamaban Bartolomé Ruiz, Cristóbal de Peralta, Pedro de Candía, Domingo
de Soraluce, Nicolás de Ribera, Alonso de Molina, Pedro Halcón, García de
Jerez, Antonio de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Paz y Juan de la Torre. Por
este comportamiento, Carlos V les concedió “la merced a los que fueran hidalgos,
que sean caballeros, y a los que no lo fueran, que sean hidalgos”, como se dice
en el documento de la imagen. Aunque deberían de haber condenado a galeras a
algunos escribanos, podemos ver también (con paciencia), al pie del mismo,
los trece nombres (he subrayado con una
línea roja el de FRANCISCO DE CUÉLLAR). Añadiré pequeños datos sobre algunos
que ya pasaron por estas páginas. El gran piloto Bartolomé Ruiz, digno de una
gran biografía, tuvo al final una doble desgracia: murió de enfermedad con solo 50 años en Cajamarca y
sin poder disfrutar del reparto del botín de Atahualpa. Al novelesco Pedro
Candía, el artillero, merecedor de un culebrón cinematográfico, lo mató Diego de
Almagro el Mozo en 1542 porque pensó que erraba el tiro a propósito cuando
luchaban contra las tropas del rey. De Alonso de Molina se perdió todo rastro al quedarse a
vivir entre los indios. Pedro Halcón terminó rematadamente loco. Quien tuvo una
vida dichosa fue el respetado Nicolás de Ribera. Murió en Lima siendo muy
mayor, y en largas conversaciones, le facilitó a nuestro gran cronista Cieza de León multitud
de datos sobre esta apasionante historia de Perú.
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ResponderEliminarme encanta tu blog deberías variar mas tus entradas para que haiga mas temas un saludo!
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