martes, 13 de marzo de 2018

(Día 640) Almagro, tras un año de expedición, llega hasta el valle del Aconcagua, a 3.000 km de Cuzco. Sorprendente encuentro con el ‘desorejado’ Gonzalo Calvo de Barrientos, siendo grande la alegría por ambas partes. Les llega un barco a la costa próxima con un refuerzo de hombres y provisiones.


     (230) Ya vimos que Almagro fue implacable en Coquimbo con los indios que habían matado a los tres españoles que, codiciosos de botín, iban avanzando por delante de la tropa, y los quemó vivos. Partió de allí con su tropa, ya recuperados de la tortura y las angustias que sufrieron en la travesía de las nieves. Pasaban ahora por tierras muy fértiles y de clima muy agradable, pero no encontraban núcleos urbanos como los de Perú. En su caminar hacia el sur, habían rebasado con creces los 100 leguas de la gobernación concedida por el emperador a Almagro, pero no se trataba de una ilegalidad ya que, además de gobernador, era también, como solía ocurrir, ‘adelantado’, lo que le daba derecho a meterse en tierras desconocidas. Estaba ya en el maravilloso valle del río Aconcagua, muy cerca de lo que hoy es Santiago, la capital de Chile (lo que quiere decir que, en un año y con grandes dificultades, había recorrido desde el Cuzco unos 3.000 kilómetros).
     Y allí tuvieron un encuentro increíble, porque les salió a recibir el español Gonzalo Calvo de Sarmiento, que se les había adelantado ‘por libre’. Con una novelesca aventura, llegó a ser el primero en descubrir aquellos territorios chilenos y toda la larguísima ruta que llevaba, a través del desierto de Atacama, desde el Cuzco hasta el valle del Aconcagua. Quizá fuera un hombre de carácter indisciplinado. Culpable o no, lo acusaron en Jauja de robo, y Pizarro lo castigó ordenando que le cortaran las orejas. Gonzalo pudo soportar la mutilación, pero no la afrenta ni la marca perpetuamente visible de su delito, de manera que  tuvo la enorme osadía de expatriarse para siempre, huyendo con su compañera india lo más lejos posible. Se integró perfectamente entre los indios de Chile, lo que no habría sido posible si se tratara de  una mala persona.
     Almagro no sabía que se iba a encontrar con Gonzalo, pero él sí, porque los rumores de los indios viajaban rápidamente. Tuvo la sensatez de explicarle con detalle al cacique de su poblado cómo eran los españoles, aconsejándole que los recibiera pacíficamente porque su fuerza era muy poderosa. El encuentro fue especialmente amistoso y la sorpresa de los españoles enorme al ver a Gonzalo, a quien Almagro trató con tanta dignidad que logró su colaboración incondicional. Es de suponer que el ‘desorejado’, de forma casi instantánea, quedara integrado con los soldados españoles, y curado del trauma moral que arrastraba.
     El 25 de mayo de 1536, estando disfrutando de un merecido y necesario descanso en el valle del Aconcagua,  tuvieron noticias de que había llegado a la costa un refuerzo de españoles. Estaba previsto que vinieran cuatro naves, pero las corrientes de aquella zona chilena eran un rémora que creaba grandes dificultades a los barcos. Desconocían los marineros que bastaba separarse unas millas del litoral para poder avanzar rápidamente, un gran descubrimiento conseguido por el piloto Juan Fernández, pero 38 años más tarde. Aunque solamente la nao San Pedro logró su objetivo, su aportación llenó de alegría a las sufridas tropas de Almagro.

     (Imagen) Hablemos de los gloriosos solitarios de las Indias, con su toque de locura, y de los extraviados (héroes a la fuerza). De algunos, nunca más se supo, como cuando un marinero se cae al mar y el barco se aleja sin remedio. Tuvieron que ser muchos y con distintas causas: abandono por fatiga, extraviados, capturados por los indios, devorados por los caimanes, huidos de la justicia o, simplemente, seducidos por un sueño idílico. Unos pocos, retornaron y contaron su aventura, como Jerónimo de Aguilar y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien escribió una magnífica crónica e incluso fue gobernador del Río de la Plata. Así ocurrió también con ‘el desorejado’ GONZALO CALVO DE BARRIENTOS, el verdadero descubridor de Chile, adonde llegó huyendo del rechazo de sus compañeros. Con ruda justicia, Pizarro dio orden de que le cortaran las orejas por ladrón, y él quiso vivir con los indios en algún lugar tan lejano que jamás pudiera encontrarse con un español. Y sin embargo, Almagro y sus hombres llegaron hasta allí. El desorejado fue a buscarlos, y se alegró de verlos, colaborando gustoso y eficazmente con ellos, quizá porque entendió que eran rivales de quien le había cortado las orejas. Fue un valioso guía para que Almagro atravesara en su vuelta al Cuzco el temible desierto de Atacama, por una ruta que él había recorrido en sentido contrario cuando huyó. Hay quien dice que retornó después a Chile, pero, según otra versión, murió en la batalla de Las Salinas luchando en el bando de Almagro contra los Pizarro. La imagen muestra el asombroso encuentro (para ambos) de Almagro con el que fue, ciertamente, el verdadero descubridor de Chile, GONZALO CALVO DE BARRIENTOS.



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