(230) Ya vimos que Almagro fue implacable
en Coquimbo con los indios que habían matado a los tres españoles que,
codiciosos de botín, iban avanzando por delante de la tropa, y los quemó vivos.
Partió de allí con su tropa, ya recuperados de la tortura y las angustias que
sufrieron en la travesía de las nieves. Pasaban ahora por tierras muy fértiles
y de clima muy agradable, pero no encontraban núcleos urbanos como los de Perú.
En su caminar hacia el sur, habían rebasado con creces los 100 leguas de la
gobernación concedida por el emperador a Almagro, pero no se trataba de una
ilegalidad ya que, además de gobernador, era también, como solía ocurrir,
‘adelantado’, lo que le daba derecho a meterse en tierras desconocidas. Estaba
ya en el maravilloso valle del río Aconcagua, muy cerca de lo que hoy es
Santiago, la capital de Chile (lo que quiere decir que, en un año y con grandes
dificultades, había recorrido desde el Cuzco unos 3.000 kilómetros).
Y allí tuvieron un encuentro increíble,
porque les salió a recibir el español Gonzalo Calvo de Sarmiento, que se les
había adelantado ‘por libre’. Con una novelesca aventura, llegó a ser el
primero en descubrir aquellos territorios chilenos y toda la larguísima ruta
que llevaba, a través del desierto de Atacama, desde el Cuzco hasta el valle
del Aconcagua. Quizá fuera un hombre de carácter indisciplinado. Culpable o no,
lo acusaron en Jauja de robo, y Pizarro lo castigó ordenando que le cortaran
las orejas. Gonzalo pudo soportar la mutilación, pero no la afrenta ni la marca
perpetuamente visible de su delito, de manera que tuvo la enorme osadía de expatriarse para
siempre, huyendo con su compañera india lo más lejos posible. Se integró
perfectamente entre los indios de Chile, lo que no habría sido posible si se
tratara de una mala persona.
Almagro no sabía que se iba a encontrar
con Gonzalo, pero él sí, porque los rumores de los indios viajaban rápidamente.
Tuvo la sensatez de explicarle con detalle al cacique de su poblado cómo eran
los españoles, aconsejándole que los recibiera pacíficamente porque su fuerza
era muy poderosa. El encuentro fue especialmente amistoso y la sorpresa de los
españoles enorme al ver a Gonzalo, a quien Almagro trató con tanta dignidad que
logró su colaboración incondicional. Es de suponer que el ‘desorejado’, de
forma casi instantánea, quedara integrado con los soldados españoles, y curado
del trauma moral que arrastraba.
El 25 de mayo de 1536, estando disfrutando
de un merecido y necesario descanso en el valle del Aconcagua, tuvieron noticias de que había llegado a la
costa un refuerzo de españoles. Estaba previsto que vinieran cuatro naves, pero
las corrientes de aquella zona chilena eran un rémora que creaba grandes
dificultades a los barcos. Desconocían los marineros que bastaba separarse unas
millas del litoral para poder avanzar rápidamente, un gran descubrimiento
conseguido por el piloto Juan Fernández, pero 38 años más tarde. Aunque
solamente la nao San Pedro logró su objetivo, su aportación llenó de alegría a
las sufridas tropas de Almagro.
(Imagen) Hablemos de los gloriosos solitarios
de las Indias, con su toque de locura, y de los extraviados (héroes a la
fuerza). De algunos, nunca más se supo, como cuando un marinero se cae al mar y
el barco se aleja sin remedio. Tuvieron que ser muchos y con distintas causas:
abandono por fatiga, extraviados, capturados por los indios, devorados por los
caimanes, huidos de la justicia o, simplemente, seducidos por un sueño idílico.
Unos pocos, retornaron y contaron su aventura, como Jerónimo de Aguilar y Álvar
Núñez Cabeza de Vaca, quien escribió una magnífica crónica e incluso fue
gobernador del Río de la Plata. Así ocurrió también con ‘el desorejado’ GONZALO
CALVO DE BARRIENTOS, el verdadero descubridor de Chile, adonde llegó huyendo
del rechazo de sus compañeros. Con ruda justicia, Pizarro dio orden de que le
cortaran las orejas por ladrón, y él quiso vivir con los indios en algún lugar
tan lejano que jamás pudiera encontrarse con un español. Y sin embargo, Almagro
y sus hombres llegaron hasta allí. El desorejado fue a buscarlos, y se alegró
de verlos, colaborando gustoso y eficazmente con ellos, quizá porque entendió
que eran rivales de quien le había cortado las orejas. Fue un valioso guía para
que Almagro atravesara en su vuelta al Cuzco el temible desierto de Atacama,
por una ruta que él había recorrido en sentido contrario cuando huyó. Hay quien
dice que retornó después a Chile, pero, según otra versión, murió en la batalla
de Las Salinas luchando en el bando de Almagro contra los Pizarro. La imagen
muestra el asombroso encuentro (para ambos) de Almagro con el que fue,
ciertamente, el verdadero descubridor de Chile, GONZALO CALVO DE BARRIENTOS.
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