viernes, 2 de marzo de 2018

(Día 631) Empiezan los apuros en la expedición: se agotan los alimentos y no consiguen encontrar lo suficiente. Ven con preocupación la amenazante sierra nevada que han de atravesar. Cieza elogia su determinación. Almagro, equíivocadamente, había desechado otra ruta más viable, aconsejada por Paullo y Villahoma. Gabriel de Rojas andaba cerca, enviado por Pizarro. Al ser descubierto vuelve al Cuzco.


      (221) Sigamos con Almagro y sus hombres, viendo en esta ocasión que van de avanzadilla y son víctimas de un mal cálculo sobre  lo que les iban a durar las provisiones. Así como Cieza critica duramente a los españoles cuando habla de sus abusos, ahora se va a deshacer en elogios por su heroicidad: “Caminaba Almagro hacia el sur en dirección a lo que llaman Chile y llegó donde había una fortaleza teniendo gran falta de provisiones, y a pesar de ser aquella comarca tan estéril que falta lo que en otras sobra, mandó salir a algunos a que buscasen por todas partes. Como trajeron poco y eran muchos los de la tropa, tuvieron gran tristeza. Mandó Almagro repartir ciertos puercos y ovejas que habían quedado, y rogó a los españoles muy animosamente que soportasen los trabajos, pues sin ellos jamás se ganaba honra ni ningún provecho. Respondieron que lo harían y fueron caminando por unos salitrales y tierra estéril siete jornadas. Subieron por una quebrada y toparon un aposento pequeño donde se alojó Almagro. Vieron no muy lejos grandes sierras blancas cubiertas de nieve. Las recorrieron con sus ojos y vieron que la sierra se prolongaba por un gran espacio de tierra, comprendiendo que la habían de atravesar sin saber su profundidad, si era poca o mucha. Siendo el ánimo de los españoles tan generoso y grande como ha sido, creedme que, en llegando a tales pasos, no creo que haya otra nación del mundo que no rehuyese la carrera, pues, bien mirado, parece temeridad más que fortaleza cómo se meten por espesos montes o nevados campos sin saber cuándo ni dónde se acaban, ni hacia dónde van, ni si tendrán provisiones o no (recordemos a Alvarado y su terrible travesía por los Andes hacia Quito)”.

     Pero esto no habría ocurrido de haber hecho caso Almagro a Paullo y Villahoma cuando le aconsejaron otra ruta. Lo cuenta Inca Garcilaso: “Cuando llegaron a Charcas, quiso Almagro ir a Chile por la sierra y no por la costa, porque supo que era más breve camino, y aunque Paullo y Villahoma le dijeron que por allí solo se caminaba cuando había menos nieve en los puertos de aquella brava cordillera, no quiso creerles, diciendo que la tierra y los demás elementos debían obedecer a los descubridores y ganadores del Perú, y los cielos les habían de favorecer como lo habían hecho hasta entonces. De manera que siguió el camino de la sierra que los incas habían descubierto, pero por donde solamente andaban en verano,  y con mucho recato de la nieve porque todo el año se hace temer (a Almagro le iba a costar cara la ‘fantasmada’)”.
        Antes había ocurrido algo que llama la atención: “Juan de Saavedra, que iba delante de Almagro, llegó a Charcas y halló a Gabriel de Rojas, al que lo había enviado Pizarro con sesenta soldados. Quiso Saavedra prenderle, porque la discordia se metía ya entre los españoles. Gabriel de Rojas, siendo avisado, se ausentó disimuladamente, y se volvió a la Ciudad de los Reyes por diferente camino del que don Diego de Almagro llevaba, por no encontrarle; la mayoría de sus sesenta compañeros se quedaron para unirse a la campaña de Chile”. No parece que la idea de Pizarro fuera asistir a Almagro si necesitaba ayuda, sino más bien la de vigilar sus andanzas. Lo sorprendente es que la mayoría de los soldados se pasaran a su bando.


     (Imagen) Digamos algo más de GABRIEL DE ROJAS,  a quien vemos ahora llegar, por orden de Pizarro, a vigilar las andanzas de Almagro por Chile (una prueba más de la desconfianza soterrada entre los dos gobernadores, a pesar del pomposo compromiso documentado de eterna amistad que habían establecido). Rojas era uno de los capitanes más prestigiosos y respetados desde que llegó en 1514 a las Indias. El gran cronista Fernández de Oviedo lo pone por las nubes, pero reconoce con realismo que, como militar, no podía tener las manos limpias: “Solo Dios sabe cómo acabará, porque así él como los demás tienen sobre su conciencia hartas vidas de los indios, aunque unos más que otros, pues es lo que trae el oficio de la guerra”. Tuvo que transigir con ambigüedades en las demenciales guerras civiles, aunque Cieza lo consideraba poco fiel. Se pasará pronto a las tropas de Almagro; muerto este, volverá al bando de Pizarro, y muerto Pizarro, viendo que rebelarse contra el rey era un fracaso seguro, abandonó a Gonzalo Pizarro y se puso a las órdenes de Pedro de la Gasca, el enviado por Carlos V. A pesar de una vida que transcurrió siempre al borde del abismo, murió el año 1549 por causas naturales (‘de su muerte’, como solía decir Bernal Díaz del Castillo), pero sin olvidarse de su patria chica, Cuéllar, como indica el siguiente documento: “Real Cédula a la Audiencia de Lima para que se envíen a la Casa de la Contratación de Sevilla los 20.800 ducados que el capitán Gabriel de Rojas dejó en su testamento para hacer una capellanía en Cuéllar,  según reclama el Concejo de dicha villa”.


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