(221) Sigamos con Almagro y sus hombres, viendo en esta ocasión que van
de avanzadilla y son víctimas de un mal cálculo sobre lo que les iban a durar las provisiones. Así
como Cieza critica duramente a los españoles cuando habla de sus abusos, ahora
se va a deshacer en elogios por su heroicidad: “Caminaba Almagro hacia el sur
en dirección a lo que llaman Chile y llegó donde había una fortaleza teniendo
gran falta de provisiones, y a pesar de ser aquella comarca tan estéril que
falta lo que en otras sobra, mandó salir a algunos a que buscasen por todas
partes. Como trajeron poco y eran muchos los de la tropa, tuvieron gran
tristeza. Mandó Almagro repartir ciertos puercos y ovejas que habían quedado, y
rogó a los españoles muy animosamente que soportasen los trabajos, pues sin
ellos jamás se ganaba honra ni ningún provecho. Respondieron que lo harían y
fueron caminando por unos salitrales y tierra estéril siete jornadas. Subieron
por una quebrada y toparon un aposento pequeño donde se alojó Almagro. Vieron
no muy lejos grandes sierras blancas cubiertas de nieve. Las recorrieron con
sus ojos y vieron que la sierra se prolongaba por un gran espacio de tierra,
comprendiendo que la habían de atravesar sin saber su profundidad, si era poca
o mucha. Siendo el ánimo de los españoles tan generoso y grande como ha sido,
creedme que, en llegando a tales pasos, no creo que haya otra nación del mundo
que no rehuyese la carrera, pues, bien mirado, parece temeridad más que
fortaleza cómo se meten por espesos montes o nevados campos sin saber cuándo ni
dónde se acaban, ni hacia dónde van, ni si tendrán provisiones o no (recordemos a Alvarado y su terrible travesía
por los Andes hacia Quito)”.
Pero
esto no habría ocurrido de haber hecho caso Almagro a Paullo y Villahoma cuando
le aconsejaron otra ruta. Lo cuenta Inca Garcilaso: “Cuando llegaron a Charcas,
quiso Almagro ir a Chile por la sierra y no por la costa, porque supo que era
más breve camino, y aunque Paullo y Villahoma le dijeron que por allí solo se
caminaba cuando había menos nieve en los puertos de aquella brava cordillera,
no quiso creerles, diciendo que la tierra y los demás elementos debían obedecer
a los descubridores y ganadores del Perú, y los cielos les habían de favorecer
como lo habían hecho hasta entonces. De manera que siguió el camino de la
sierra que los incas habían descubierto, pero por donde solamente andaban en
verano, y con mucho recato de la nieve
porque todo el año se hace temer (a
Almagro le iba a costar cara la ‘fantasmada’)”.
Antes había ocurrido algo que llama la
atención: “Juan de Saavedra, que iba delante de Almagro, llegó a Charcas y halló
a Gabriel de Rojas, al que lo había enviado Pizarro con sesenta soldados. Quiso
Saavedra prenderle, porque la discordia se metía ya entre los españoles.
Gabriel de Rojas, siendo avisado, se ausentó disimuladamente, y se volvió a la
Ciudad de los Reyes por diferente camino del que don Diego de Almagro llevaba,
por no encontrarle; la mayoría de sus sesenta compañeros se quedaron para
unirse a la campaña de Chile”. No parece que la idea de Pizarro fuera asistir a
Almagro si necesitaba ayuda, sino más bien la de vigilar sus andanzas. Lo
sorprendente es que la mayoría de los soldados se pasaran a su bando.
(Imagen) Digamos algo
más de GABRIEL DE ROJAS, a quien vemos
ahora llegar, por orden de Pizarro, a vigilar las andanzas de Almagro por Chile
(una prueba más de la desconfianza soterrada entre los dos gobernadores, a
pesar del pomposo compromiso documentado de eterna amistad que habían
establecido). Rojas era uno de los capitanes más prestigiosos y respetados
desde que llegó en 1514 a las Indias. El gran cronista Fernández de Oviedo lo
pone por las nubes, pero reconoce con realismo que, como militar, no podía
tener las manos limpias: “Solo Dios sabe cómo acabará, porque así él como los
demás tienen sobre su conciencia hartas vidas de los indios, aunque unos más
que otros, pues es lo que trae el oficio de la guerra”. Tuvo que transigir con
ambigüedades en las demenciales guerras civiles, aunque Cieza lo consideraba
poco fiel. Se pasará pronto a las tropas de Almagro; muerto este, volverá al
bando de Pizarro, y muerto Pizarro, viendo que rebelarse contra el rey era un
fracaso seguro, abandonó a Gonzalo Pizarro y se puso a las órdenes de Pedro de
la Gasca, el enviado por Carlos V. A pesar de una vida que transcurrió siempre
al borde del abismo, murió el año 1549 por causas naturales (‘de su muerte’,
como solía decir Bernal Díaz del Castillo), pero sin olvidarse de su patria
chica, Cuéllar, como indica el siguiente documento: “Real Cédula a la Audiencia de Lima para que se envíen
a la Casa de la Contratación de Sevilla los 20.800 ducados que el capitán
Gabriel de Rojas dejó en su testamento para hacer una capellanía en Cuéllar, según reclama el Concejo de dicha villa”.
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