(226) Tras varios días de marcha, llegaron
a las temibles sierras nevadas, en las que van a sufrir el mismo calvario que
Almagro, sus hombres, los indios y los negros: “Se espantaron de ver tanta
blancura y temían el frío que habían de pasar. Entraron en las nieves
encomendándose a Dios, caminaban con gran trabajo y el viento era recio. Fue
tan grande el frío que murieron los más de los negros, indios e indias, y los
que escaparon fue con los dedos comidos, o ciegos. Estando poniendo Orgóñez el
toldo de su tienda, sólo de poner la mano en el palo para sostenerlo, cayó
tanta nieve que le quemó los dedos y se le cayeron las uñas, y mudó la piel de
todos como si fuera ‘fuego de San Antón’ (‘ergotismo’,
enfermedad de la piel). Dos españoles estaban dentro de un toldo, y
viniendo furiosamente el austro, lo arrancó, y cayó tanta nieve que los dos
españoles, con los indios e indias que tenían, tuvieron aquel lugar por
sepultura para siempre, e lo mismo ocurrió a dos caballos que estaban atados
junto a la tienda. Sotelo y Castillo también sintieron en las manos el mismo
daño que Orgóñez. Con la ayuda de Dios, pasados cuatro días, se hallaron fuera
de las nieves, dejando muertos a los dos españoles, muchos indios e indias y
negros, y veintiséis caballos con sus sillas y aderezos”. Llegaron, por fin, a
Copayapo, donde fueron muy bien recibidos por los indios porque allí estaba el
joven cacique al que Almagro le había conseguido la recuperación del legítimo
poder heredado de su padre. Antes de seguir Orgóñez su marcha al encuentro de
Almagro decidió descansar algunos días en el poblado para que todos sus hombres
se repusieran de tanto sufrimiento y necesidad.
Lo último que cuenta Cieza en este tomo
del ‘Descubrimiento y conquista del Perú’ se refiere a una tercera expedición
que también va a sufrir los rigores de la montaña nevada, aunque las
consecuencias serán menos terribles. Su capitán era Juan de Rada, quien, como
sabemos, se había quedado en el Cuzco preparando refuerzos para Almagro. De
allí había ido a Lima por un asunto concreto y conflictivo, el de las
concesiones que el emperador había hecho a Pizarro, a Almagro y, entre otros,
también a Hernando Pizarro, con el que debía de llevarse muy mal: “Juan de
Rada, mayordomo de Almagro, esperó en Lima hasta que Hernando Pizarro llegó (recordemos que venía de España). Pidiole
las provisiones reales que traía para Almagro; respondiole que, pues todos
habían de ir al Cuzco, allí se las daría. Se quejó a Pizarro y le respondió que
en el Cuzco se las daría sin falta ninguna. Y habiendo llegado al Cuzco
Hernando Pizarro, se las entregó. En seguimiento de Juan de Rada habían salido
Lorenzo de Aldana, el contador Juan de Guzmán, Hernán Gómez, Juan de Larrínaga,
Pedro Mateo, Picón, Luis de Matos, el bachiller Enríquez y cincuenta más.
Juntáronse con Juan de Rada donde los chichas, siendo todos más de ochenta
españoles”. La peripecia de su viaje hacia Chile fue parecida a las dos
anteriores. Se agotaron los alimentos y volvieron a sufrir el peligro de las
rocas que despeñaban los indios, pero esta vez Rada consiguió cogerles
provisiones. “Mandó a los de a caballo que se apeasen y fuesen a la parte baja
de la quebrada, de donde, a pesar de los indios, podrían sacar más de cien
cargas de buen trigo. Hecho esto, descansaron quince días para cuidar de los
caballos porque estaban flacos, y supieron que había puertos nevados y que
Orgóñez se encontraba en Copayapo”.
(Imagen) Historias novelescas. RODRIGO
ORGÓÑEZ fue el gran capitán general de Almagro. Nació en Oropesa hacia 1490. Sus
padres eran judíos conversos, aunque él siempre se consideró hijo del noble Juan
de Orgoños, a quien le suplicó, sin éxito, que lo reconociera. Entre otras
razones, por esta: “Lo que yo a vuestra merced suplico es que me declare
legítimo, y por esta vía podría tener el Hábito de Santiago”. Había sido un
brillante veterano de las guerras europeas. Tenía una fuerte personalidad y era
implacable cuando lo creía necesario. Se hartó de decirle (inútilmente) a
Almagro que matara, después de haberlos apresado, a Hernando Pizarro, Gonzalo Pizarro y nuestro
conocido y sensato Alonso de Alvarado. Quizá por no hacerlo, veremos pronto morir a los dos juntos en las
guerras fratricidas. El heredero de Rodrigo Orgóñez fue su hermano DIEGO
MÉNDEZ, otro apasionado de la adrenalina. Metido hasta las cejas en las
trepidantes y durísimas guerras entre españoles, tomó parte en el asesinato de
Pizarro, y luego, en otro que vimos ayer, el del poco recomendable capitán
García de Alvarado. La última originalidad de Méndez, motivada por la
desesperación, tuvo lugar al caer prisionero de las fuerzas leales a la Corona. Consiguió huir con varios
compañeros y, en una extraña maniobra, buscaron amparo en el rebelde emperador
Manco Inca, a quien Diego le insistió en que hiciera las paces con el virrey
Núñez Vela. Fue un error: los indios los masacraron a todos.
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