jueves, 8 de marzo de 2018

(Día 636) El segundo grupo, bajo el mando de Rodrigo Orgóñez, atraviesa los Andes. Otro horror. Rada se prepara para dirigir el tercer grupo, y parte tras conseguir que Hernando Pizarro le dé el documento de las concesiones del rey.


     (226) Tras varios días de marcha, llegaron a las temibles sierras nevadas, en las que van a sufrir el mismo calvario que Almagro, sus hombres, los indios y los negros: “Se espantaron de ver tanta blancura y temían el frío que habían de pasar. Entraron en las nieves encomendándose a Dios, caminaban con gran trabajo y el viento era recio. Fue tan grande el frío que murieron los más de los negros, indios e indias, y los que escaparon fue con los dedos comidos, o ciegos. Estando poniendo Orgóñez el toldo de su tienda, sólo de poner la mano en el palo para sostenerlo, cayó tanta nieve que le quemó los dedos y se le cayeron las uñas, y mudó la piel de todos como si fuera ‘fuego de San Antón’ (‘ergotismo’, enfermedad de la piel). Dos españoles estaban dentro de un toldo, y viniendo furiosamente el austro, lo arrancó, y cayó tanta nieve que los dos españoles, con los indios e indias que tenían, tuvieron aquel lugar por sepultura para siempre, e lo mismo ocurrió a dos caballos que estaban atados junto a la tienda. Sotelo y Castillo también sintieron en las manos el mismo daño que Orgóñez. Con la ayuda de Dios, pasados cuatro días, se hallaron fuera de las nieves, dejando muertos a los dos españoles, muchos indios e indias y negros, y veintiséis caballos con sus sillas y aderezos”. Llegaron, por fin, a Copayapo, donde fueron muy bien recibidos por los indios porque allí estaba el joven cacique al que Almagro le había conseguido la recuperación del legítimo poder heredado de su padre. Antes de seguir Orgóñez su marcha al encuentro de Almagro decidió descansar algunos días en el poblado para que todos sus hombres se repusieran de tanto sufrimiento y necesidad.
     Lo último que cuenta Cieza en este tomo del ‘Descubrimiento y conquista del Perú’ se refiere a una tercera expedición que también va a sufrir los rigores de la montaña nevada, aunque las consecuencias serán menos terribles. Su capitán era Juan de Rada, quien, como sabemos, se había quedado en el Cuzco preparando refuerzos para Almagro. De allí había ido a Lima por un asunto concreto y conflictivo, el de las concesiones que el emperador había hecho a Pizarro, a Almagro y, entre otros, también a Hernando Pizarro, con el que debía de llevarse muy mal: “Juan de Rada, mayordomo de Almagro, esperó en Lima hasta que Hernando Pizarro llegó (recordemos que venía de España). Pidiole las provisiones reales que traía para Almagro; respondiole que, pues todos habían de ir al Cuzco, allí se las daría. Se quejó a Pizarro y le respondió que en el Cuzco se las daría sin falta ninguna. Y habiendo llegado al Cuzco Hernando Pizarro, se las entregó. En seguimiento de Juan de Rada habían salido Lorenzo de Aldana, el contador Juan de Guzmán, Hernán Gómez, Juan de Larrínaga, Pedro Mateo, Picón, Luis de Matos, el bachiller Enríquez y cincuenta más. Juntáronse con Juan de Rada donde los chichas, siendo todos más de ochenta españoles”. La peripecia de su viaje hacia Chile fue parecida a las dos anteriores. Se agotaron los alimentos y volvieron a sufrir el peligro de las rocas que despeñaban los indios, pero esta vez Rada consiguió cogerles provisiones. “Mandó a los de a caballo que se apeasen y fuesen a la parte baja de la quebrada, de donde, a pesar de los indios, podrían sacar más de cien cargas de buen trigo. Hecho esto, descansaron quince días para cuidar de los caballos porque estaban flacos, y supieron que había puertos nevados y que Orgóñez se encontraba en Copayapo”.

    (Imagen) Historias novelescas. RODRIGO ORGÓÑEZ fue el gran capitán general de Almagro. Nació en Oropesa hacia 1490. Sus padres eran judíos conversos, aunque él siempre se consideró hijo del noble Juan de Orgoños, a quien le suplicó, sin éxito, que lo reconociera. Entre otras razones, por esta: “Lo que yo a vuestra merced suplico es que me declare legítimo, y por esta vía podría tener el Hábito de Santiago”. Había sido un brillante veterano de las guerras europeas. Tenía una fuerte personalidad y era implacable cuando lo creía necesario. Se hartó de decirle (inútilmente) a Almagro que matara, después de haberlos apresado, a  Hernando Pizarro, Gonzalo Pizarro y nuestro conocido y sensato Alonso de Alvarado. Quizá por no hacerlo,  veremos pronto morir a los dos juntos en las guerras fratricidas. El heredero de Rodrigo Orgóñez fue su hermano DIEGO MÉNDEZ, otro apasionado de la adrenalina. Metido hasta las cejas en las trepidantes y durísimas guerras entre españoles, tomó parte en el asesinato de Pizarro, y luego, en otro que vimos ayer, el del poco recomendable capitán García de Alvarado. La última originalidad de Méndez, motivada por la desesperación, tuvo lugar al caer prisionero de las fuerzas  leales a la Corona. Consiguió huir con varios compañeros y, en una extraña maniobra, buscaron amparo en el rebelde emperador Manco Inca, a quien Diego le insistió en que hiciera las paces con el virrey Núñez Vela. Fue un error: los indios los masacraron a todos.



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