(240) Inca Garcilaso, a quien hay que
concederle un voto de confianza porque fue hijo de dos mundos, el inca y el
español, comenta una actitud de aprecio y generosidad por parte de los indios
que servían a los españoles: “Aquellos conquistadores pasaron gran aprieto y
peligros en aquel cerco, donde la mucha diligencia que ponían para buscar de
comer no los librara de muerte de hambre si los indios que tenían como
domésticos no los socorrieran como buenos amigos. Pues, dando a entender que
renegaban de sus amos, se pasaban a los indios enemigos y andaban con ellos de
día simulando que peleaban contra los españoles, volviendo a la noche adonde ellos con toda la
comida que podían traer. Pero llegó el peligro a tanto que, a los doce días del
cerco, andaban ya los españoles muy fatigados, y también sus caballos. Habían
ya muerto treinta cristianos y estaba heridos casi todos, sin tener con qué
curarse. No esperaban socorro de parte alguna, sino del cielo, adonde enviaban
sus gemidos y oraciones. Los indios, habiendo notado que la noche que quemaron
toda la ciudad no habían podido quemar el cobertizo donde se habían alojado los
españoles, fueron a él a quemarlo del todo. Pegáronle fuego muchas veces y a
todas horas, pero nunca pudieron salir con su intención, y se admiraban, no sabiendo
cuál era la causa. Decían que el fuego había perdido su fuerza contra aquella
casa porque los españoles habían vivido
en ella, considerándolos Viracochas, protegidos de los dioses”.
Escuchemos la versión del cronista Pedro
Pizarro, que tiene el valor añadido de haber sido uno de los que estuvieron
viviendo aquella desesperación: “Sabiendo Hernando Pizarro que, por orden de
Manco Inca, se estaban juntando muchos indios en Yucay, mandó a su hermano Juan
Pizarro que tomase sesenta de a caballo y que fuese a desbaratar aquella gente.
Y después que fuimos, de la otra parte de un río muy grande que allá se
encuentra estaban unos diez mil indios de guerra, creyendo que no podríamos
pasarlo. Juan Pizarro mandó que nos echásemos a nado con los caballos, yendo él
delante. Pasamos el río, dimos en los indios y los desbaratamos, retirándose en
unos cerros altos”.
Pero Manco Inca tenía una doble y hábil
estrategia. No solo preparó una multitud de indios en Yucay, sino que al mismo
tiempo, previendo que los españoles saldrían para entablar la batalla, envió
parte de sus tropas a iniciar el cerco de un Cuzco peor defendido: “Hernando Pizarro nos
mandó aviso para llamarnos con mucha prisa porque venía mucha gente sobre el
Cuzco. Cuando volvimos hallamos muchos escuadrones de gente que venían y se
aposentaban por los lugares más agros de alrededor del Cuzco hasta aguardar a
que llegasen todos. Y cuando llegaron se aposentaron en los llanos y en los
altos, ocupándolo todo, que era tanta la gente que cubría los campos, que de
día parecía un paño negro que los tenía tapados media legua alrededor de esta
ciudad del Cuzco; y de noche eran tantos los fuegos, que parecía un cielo lleno
de estrellas. Era tanta la gritería que había, que todos estábamos como
atónitos”.
(Imagen) DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN
mantenía correspondencia con personajes de la alta aristocracia, y en sus cartas se quejaba de la dura vida de Indias. Para
colmo, llegó al Cuzco en el peor momento. No se anda con eufemismos al
contarlo: “Llegué al Cuzco fatigado del luengo y áspero camino, y mal provisto,
porque era menester ir a ‘ranchear’ (para que mejor lo entendáis, a hurtar a
los indios lo que habíamos de comer). Los cuales me mataron un esclavo que me
costó 600 castellanos. Y los indios se alzaron cuando yo llegué al Cuzco,
porque lo permitió Dios por nuestros
pecados o porque los españoles les trataban muy mal, atormentándolos para
sacarles oro y plata. En una de las batallas matamos a gran número de indios, y
ellos nos mataron a nuestro capitán Juan Pizarro, hermano del gobernador,
mancebo de 25 años, y a un criado suyo. En el combate de la ciudad mataron a 4
cristianos, y más de 30 por los lugares donde estaban cobrando tributos a los
indios”. Luego dice que se vio atrapado en Perú: “Había decidido volver a la
tierra donde nací con no más de 15.000 castellanos de oro porque, si me quedara
y cargara de más dineros, asimismo cargaría de edad, dejando de gozar la buena
vida, y también de gozar y acatar a mi honrada mujer. Pero no contentos estos indios con tenernos
cercados 8 meses, nos vienen hasta setenta mil cada luna llena a tentarnos las
corazas”. (La imagen muestra cómo era la giralda que conoció el sevillano DON
ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN).
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