viernes, 9 de marzo de 2018

(Día 637) Rada y sus hombres pasan los Andes viendo los cadáveres helados de los grupos anteriores. Orgóñez interpreta temerariamente que el documento real indica que el Cuzco le corresponde a Almagro. Los indios, les dan mucho oro a los españoles. Almagro se entusiasma con la riqueza de Chile y perdona a sus soldados lo que le deben.


     (227) El paso por la sierra no solo resultó duro, sino también muy deprimente: “Topaban con algunos de los muchos negros e indios que no habían podido seguir, y les era lástima verlos estar muertos. Determinó Juan de Rada que se adelantaran el bachiller Enríquez, Luis de Matos y otros tres, y llegasen adonde estaba Orgóñez para que, sabiendo de su ida y que llevaba las provisiones de lo concedido por el rey a Almagro, le proveyese de alimentos. Así partieron estos, y con harto trabajo, llegaron a Copayapo. Le dieron el mensaje a Orgóñez, el cual se alegró mucho, afirmando que el Cuzco y lo mejor de la tierra de Perú entraba en la gobernación de Almagro, y acordó aguardar a Juan de Rada”. La interpretación de Orgóñez fue temeraria porque ni siquiera había visto el documento, que, además, era confuso. El que podía haber zanjado la cuestión fue el que trajo en persona el obispo fray Tomás de Berlanga, al que tampoco le hicieron caso; un documento que, como veremos en su día, sirvió para un último intento de evitar la explosión de las guerras civiles, que también fracasó a pesar de recurrir a intermediaros imparciales. Cieza nos dirá en un interesantísimo libro posterior que se impuso la ambición.
     Así termina Cieza su libro, añadiendo la indicación de que va a narrar lo que ocurrió durante la estancia de Hernando en el Cuzco. Pero, de momento (sin perder la esperanza de conseguir el texto), tendré que valerme de lo que cuentan otros cronistas.
     Retomo la narración de Inca Garcilaso sobre el duro peregrinar de Almagro por la ruta de Chile y nos va contando lo que pasó hasta el momento en que, como nos acaba de contar Cieza, llega al Cuzco Hernando Pizarro. Veremos después cómo se complican las cosas con Manco Inca y el acelerado deterioro de las relaciones de Almagro con los Pizarro. Nos explica con más detalle que Cieza el buen recibimiento que tuvieron Almagro y sus hombres en Copayapo porque el inca Paullo les dijo a los indios que le iban a devolver  a Manco Inca todo su poderío: “Se alegraron mucho con la esperanza de la restitución del imperio y juntaron más de doscientos mil ducados en oro que tenían guardados para los presentes que solían hacer a su emperador. Paullo llevó el oro a don Diego de Almagro y se lo entregó en nombre de su hermano Manco Inca. Almagro y los suyos se alegraron mucho de ver que en solo un pueblo diesen los indios tanto oro, pues era señal de la riqueza de aquella tierra”. Almagro se mostró tan agradecido, que Paullo en pocos días le consiguió otros trescientos mil ducados de oro.  Aquello era sumamente prometedor, y el entusiasmo de Almagro se desbordó: “Vista la riqueza de la tierra que le había cabido en suerte, y teniéndola ya por suya, quiso ser muy espléndido por su buena dicha de ganar honra y fama, que era muy amigo de ellas, y para obligar a los suyos a que le fuesen buenos compañeros, sacó en presencia de ellos las obligaciones que tenía de los muchos dineros que les había prestado, que pasaban de cien mil ducados, y una a una las rompió todas, diciendo a sus deudores que les perdonaba aquella cantidad, y que le pesaba que no fuese mucho mayor; y a la mayoría también les dio ayudas, con lo que todos quedaron muy contentos”. Inca Garcilaso recoge un triste comentario que hizo el cronista López de Gómara (acordándose de su trágica muerte) sobre esta gran generosidad de Almagro: “Fue liberalidad de príncipe más que de soldado, pero cuando murió no tuvo quien pusiese un paño en su degolladero”.

     (Imagen) Al hablar de lo espléndido que fue Almagro con sus hombres cuando creyó que en Chile iban a conseguir una enorme riqueza, Inca Garcilaso recoge el dramático comentario del cronista López de Gómara sobre su triste final: “Fue liberalidad de príncipe más que de soldado, pero cuando murió no tuvo quien pusiese un paño en su degolladero”. Aunque todavía le queda a Almagro un largo viaje por Chile, convendrá ya que nos preparemos para digerir la parte emponzoñada de la conquista de Perú. Entraremos pronto en la historia más dramática de las Indias (en ningún otro lugar ocurrió despropósito semejante): el enfrentamiento entre Pizarro y Almagro, la lucha de españoles contra españoles. El sensato cronista Cieza subraya que nada es más espantoso que una guerra civil. Lo más triste fue que no supieron (o la impaciencia les pudo) esperar la solución: el inapelable dictamen del rey que decidiera claramente la superficie que le correspondía a la gobernación de cada uno. Sin duda Pizarro y sus hermanos llevaban tiempo haciendo todo lo posible para laminar los derechos de Almagro, pero él, a su vez, se precipitó cometiendo errores que debilitaron sus razones. Además, aunque fue más tolerante que sus contrarios, esa ‘debilidad’ lo convirtió en la primera víctima, desencadenando la terrible ley del ojo por ojo. Durante años, la colaboración entre Pizarro y Almagro había sido maravillosa y dio un fruto de ensueño, pero se complicó con la mala influencia de los hermanos de Pizarro, y se potenció extraordinariamente al formarse dos poderosos grupos de conquistadores divididos por sus simpatías y, principalmente, por sus intereses: los pizarristas y los almagristas. TODO ACABARÁ DESASTROSAMENTE.



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