(227) El paso por la sierra no solo
resultó duro, sino también muy deprimente: “Topaban con algunos de los muchos
negros e indios que no habían podido seguir, y les era lástima verlos estar
muertos. Determinó Juan de Rada que se adelantaran el bachiller Enríquez, Luis
de Matos y otros tres, y llegasen adonde estaba Orgóñez para que, sabiendo de
su ida y que llevaba las provisiones de lo concedido por el rey a Almagro, le
proveyese de alimentos. Así partieron estos, y con harto trabajo, llegaron a
Copayapo. Le dieron el mensaje a Orgóñez, el cual se alegró mucho, afirmando que
el Cuzco y lo mejor de la tierra de Perú entraba en la gobernación de Almagro,
y acordó aguardar a Juan de Rada”. La interpretación de Orgóñez fue temeraria
porque ni siquiera había visto el documento, que, además, era confuso. El que podía
haber zanjado la cuestión fue el que trajo en persona el obispo fray Tomás de
Berlanga, al que tampoco le hicieron caso; un documento que, como veremos en su
día, sirvió para un último intento de evitar la explosión de las guerras
civiles, que también fracasó a pesar de recurrir a intermediaros imparciales.
Cieza nos dirá en un interesantísimo libro posterior que se impuso la ambición.
Así termina Cieza su libro, añadiendo la
indicación de que va a narrar lo que ocurrió durante la estancia de Hernando en
el Cuzco. Pero, de momento (sin perder la esperanza de conseguir el texto),
tendré que valerme de lo que cuentan otros cronistas.
Retomo la narración de Inca Garcilaso
sobre el duro peregrinar de Almagro por la ruta de Chile y nos va contando lo
que pasó hasta el momento en que, como nos acaba de contar Cieza, llega al
Cuzco Hernando Pizarro. Veremos después cómo se complican las cosas con Manco
Inca y el acelerado deterioro de las relaciones de Almagro con los Pizarro. Nos
explica con más detalle que Cieza el buen recibimiento que tuvieron Almagro y
sus hombres en Copayapo porque el inca Paullo les dijo a los indios que le iban
a devolver a Manco Inca todo su poderío:
“Se alegraron mucho con la esperanza de la restitución del imperio y juntaron
más de doscientos mil ducados en oro que tenían guardados para los presentes
que solían hacer a su emperador. Paullo llevó el oro a don Diego de Almagro y
se lo entregó en nombre de su hermano Manco Inca. Almagro y los suyos se
alegraron mucho de ver que en solo un pueblo diesen los indios tanto oro, pues
era señal de la riqueza de aquella tierra”. Almagro se mostró tan agradecido,
que Paullo en pocos días le consiguió otros trescientos mil ducados de oro. Aquello era sumamente prometedor, y el
entusiasmo de Almagro se desbordó: “Vista la riqueza de la tierra que le había
cabido en suerte, y teniéndola ya por suya, quiso ser muy espléndido por su
buena dicha de ganar honra y fama, que era muy amigo de ellas, y para obligar a
los suyos a que le fuesen buenos compañeros, sacó en presencia de ellos las
obligaciones que tenía de los muchos dineros que les había prestado, que
pasaban de cien mil ducados, y una a una las rompió todas, diciendo a sus
deudores que les perdonaba aquella cantidad, y que le pesaba que no fuese mucho
mayor; y a la mayoría también les dio ayudas, con lo que todos quedaron muy
contentos”. Inca Garcilaso recoge un triste comentario que hizo el cronista
López de Gómara (acordándose de su trágica muerte) sobre esta gran generosidad
de Almagro: “Fue liberalidad de príncipe más que de soldado, pero cuando murió
no tuvo quien pusiese un paño en su degolladero”.
(Imagen) Al hablar de lo espléndido que
fue Almagro con sus hombres cuando creyó que en Chile iban a conseguir una
enorme riqueza, Inca Garcilaso recoge el dramático comentario del cronista
López de Gómara sobre su triste final: “Fue liberalidad de príncipe más que de
soldado, pero cuando murió no tuvo quien pusiese un paño en su degolladero”. Aunque
todavía le queda a Almagro un largo viaje por Chile, convendrá ya que nos
preparemos para digerir la parte emponzoñada de la conquista de Perú. Entraremos
pronto en la historia más dramática de las Indias (en ningún otro lugar ocurrió
despropósito semejante): el enfrentamiento entre Pizarro y Almagro, la lucha de
españoles contra españoles. El sensato cronista Cieza subraya que nada es más
espantoso que una guerra civil. Lo más triste fue que no supieron (o la
impaciencia les pudo) esperar la solución: el inapelable dictamen del rey que decidiera
claramente la superficie que le correspondía a la gobernación de cada uno. Sin
duda Pizarro y sus hermanos llevaban tiempo haciendo todo lo posible para
laminar los derechos de Almagro, pero él, a su vez, se precipitó cometiendo
errores que debilitaron sus razones. Además, aunque fue más tolerante que sus
contrarios, esa ‘debilidad’ lo convirtió en la primera víctima, desencadenando
la terrible ley del ojo por ojo. Durante años, la colaboración entre Pizarro y
Almagro había sido maravillosa y dio un fruto de ensueño, pero se complicó con
la mala influencia de los hermanos de Pizarro, y se potenció
extraordinariamente al formarse dos poderosos grupos de conquistadores
divididos por sus simpatías y, principalmente, por sus intereses: los
pizarristas y los almagristas. TODO ACABARÁ DESASTROSAMENTE.
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