lunes, 5 de marzo de 2018

(Día 633) Hoy en el blog: Los indios le aconsejaron bien a ALMAGRO sobre la ruta más conveniente para Chile, pero era lógica su desconfianza. Resultado: decidió ir por el peor sitio, los Andes, y en la peor época del año. Consiguieron pasar pagando un alto precio en vidas y sufrimientos.


     (223) Cieza detalla el sufrimiento, aún más intenso, de la tropa que iba siguiendo a  Almagro: “Tenían mucha necesidad de bastimentos, y cuando entraron en la nieve fue mayor su fatiga; los indios lloraban quejándose de que les habían traído de sus tierras a morir entre las  nieves y los españoles se angustiaban viéndose en ellas; los indios, si querían andar, no podían de flaqueza, y si paraban a descansar, quedaban helados; también los caballos iban flacos y maltratados. Esforzábanse los unos a los otros diciendo que presto llegarían al valle de  Copayapo; comenzaron a se quedar muchos de los indios e indias y algunos españoles y negros muertos; comían con hambre unos limos que se crían entre lagunas; leña para hacer lumbre no había otra que estiércol de ovejas y unas raíces que sacaban de la tierra. Las  noches que durmieron en los puertos fueron tan trabajosas, temerosas y espantables que les parecía estar todos en los infiernos. El aire no aflojaba y era tan frío que les hacía perder el aliento. Muriéronse treinta caballos, y muchos indios e indias y negros; arrimados a las rocas, boqueando, se les salía el alma (antes ha dicho que también murió algún español); además de esta desventura, había tan grande y rabiosa hambre que muchos de los indios vivos comían a los muertos; los caballos que habían quedado helados, de buena gana los comían los españoles, mas si pararan a desollarlos, se verían como ellos; y así cuentan de un negro que, yendo con un caballo de la mano, se detuvo al oír unas voces y quedaron él y el caballo helados. Los españoles, afligidos y transfigurados, marchaban encomendándose a Dios todopoderoso y a nuestra Señora, y cuando venía la noche, armaban sus tiendas lo mejor que podían entre tanta nieve como sobre ellos caía”.
     Cuando dejaron atrás aquella pesadilla y vieron a los indios que había mandado Almagro con provisiones, la felicidad fue completa: “Al verse fuera de la montaña y de los grandes roquedos nevados, en tierra tan alegre donde el sol daba con gran claridad, loaban a Dios por ello y les parecía que aquel día habían nacido. Acrecentáronles el placer las provisiones que los indios tenían de carne, maíz y otras cosas. Y como venían tan ansiosos, metiéronse tanto en el comer, que muchos, por no poder digerirlo, enfermaron criándoseles opilaciones (obstrucciones) en los vientres, pero sanaron pronto”. En el valle de Copayapo, donde  se juntaron por fin con Almagro, los indios tenían un problema interno: “El señor natural de este valle era un mancebo joven, y cuando murió su padre, dejó encomendada su tutela y la gobernación de la tierra a un cacique principal pariente suyo, el cual usurpó el mando que no le competía cuando el menor fue mayor de edad, y procuraba matarlo para tener segura su traición. Algunos de los naturales que le fueron leales al mancebo lo escondieron donde no pudo efectuar su propósito el tirano (se usaba también la palabra en sentido de ‘usurpador’). Al entrar los españoles, les pidió favor y justicia. Almagro se informó de este caso, supo que decía verdad el mozo desheredado, y  logró devolverle su señorío”.

     (Imagen) Similitudes y diferencias: tragedias en los Andes. Los españoles se lanzaron a una travesía incierta pero amenazadora por las temibles nieves de las cumbres andinas. Las tropas pasaron en tres tandas, a cual más terrorífica. Muchos murieron, sobre todo indios, las congelaciones con pérdidas de miembros fueron frecuentes, el hambre resultó insoportable y la angustia era continua porque no sabían cuánto tiempo duraría la marcha. Morían caballos y se los comían. Morían indios y se los comían los indios. En el código moral de los españoles era impensable la antropofagia. Todos sabían que nadie les podía ayudar, aunque les daba fuerza una temblorosa confianza en Dios. Detenerse era morir, y solo un caminar incesante, restando tiempo al sueño, los podía salvar. El año 1972 ocurrió en los Andes la espeluznante tragedia del equipo de rugby uruguayo que se estrelló con un avión. Murieron veintinueve. Los supervivientes, lógicamente, confiaron en que los encontraran pronto. Pero cometieron un error al oír por radio diez días después que se había suspendido su búsqueda: siguieron esperando. No les quedó más remedio que comer carne de los fallecidos para no morir. Hasta que, por fin, hubo tres que, ¡pasados ya dos meses!, tomaron la decisión correcta: se pusieron en marcha decididos a lograr ayuda o perder la vida. Setenta y dos días después del accidente se terminó aquella horrible pesadilla para los dieciséis que lograron resistir.



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