(225) Cieza
nos recuerda que Almagro había dejado en el Cuzco a Rodrigo Orgóñez encargado
de que le siguiera con gente que iba allá de todas partes para unirse a la
expedición: “Llegado el momento, Orgóñez salió yendo con él Cristóbal de
Sotelo, Oñate, Pérez y otros vecinos. Llevaban buenos caballos, con buen
aderezo de servicio y negros, así como de otras cosas que son convenientes para
los descubrimientos. Por donde pasaban, les atendían bien los indios porque
estaban ansiosos por lo que les había amonestado el sumo sacerdote Villahoma.
Aguardaban a saber que Manco Inca estuviese fuera de la prisión para oponerse
abiertamente a los españoles y darles guerra. Pocos días después llegaron a
Topisa con alguna necesidad de bastimento, por lo que salieron algunos a
caballo para lo buscar. En una quebrada había cantidad de ganado y otros
bastimentos, pero los indios estaban en armas para defenderlo de quienes viniesen
a tomarlos. Por lo alto habían puesto muchas rocas para despeñarlas por los
cerros y matar a todos los que topasen. Los españoles bajaron confiados por la
quebrada y los naturales soltaron las rocas poniendo gran pavor en los
nuestros, que procuraban hurtar sus cuerpos. No todos pudieron salvarse, siendo
hechos pedazos dos de ellos, con lo que los indios se alegraron mucho. Los
españoles habían dejado atrás los caballos porque la tierra era fragosa, y como
se vieron en peligro, trataron de salir de entre los indios, quienes les
apretaron malamente y mataron a otros dos de los cristianos”.
Los que se salvaron volvieron adonde
Orgóñez y le contaron lo ocurrido. En otra situación, el escarmiento contra los
indios habría sido, como siempre, furibundo, pero, por la urgente necesidad de
provisiones, continuaron su marcha: “Salieron de aquella tierra marchando con
gran trabajo y necesidad porque los naturales habían escondido el bastimento y
no hallaron sino algunas raíces y yerbas campesinas. Llegaron adonde los xuys y
hallaron alguna comida que les fue harto remedio”.
(Imagen) Entre los que acompañaban a
Rodrigo Orgóñez para reforzar las tropas de Almagro estaba el zamorano
CRISTÓBAL DE SOTELO. Nos va a servir para
anticipar un pequeño aperitivo de las futuras y siniestras guerras
civiles. Había llegado a Perú en 1532 con el extraordinario y temible Sebastián
de Belalcázar, lo que quiere decir que participó en el apresamiento de
Atahualpa. Cristóbal era un hombre muy sensato, y aunque viera con horror las
guerras civiles, por pura fidelidad a la memoria del ejecutado Almagro, siguió
luchando en el bando de su hijo, Diego de Almagro el Mozo, quien le dio el
cargo de Capitán General, pero compartido con alguien poco recomendable: GARCÍA
DE ALVARADO, un hombre retorcido, ambicioso y peleón, que no pudo soportar
limitaciones de poder, y que ya había participado en la conjura que acabó con
la vida de Pizarro. Después, en otro episodio parecido de aquel cruel
desbarajuste que fueron las guerras civiles, García de Alvarado, al mando de un
grupo de hombres, estuvo a punto de matar a Cristóbal Vaca de Castro, el
representante del rey. Con Cristóbal de Sotelo tuvo más éxito: lo mató cuando
dormía. Pero la historia se repitió: por orden de Diego de Almagro el Mozo, al
que había traicionado, también a él lo mataron en la cama. Si CRISTÓBAL DE
SOTELO tuvo tiempo de pensar en algo antes de morir, es muy probable que le
viniera el recuerdo de la inconfundible y hermosa catedral de Zamora.
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