martes, 6 de marzo de 2018

(Día 635) Sale del Cuzco Rodrigo Orgóñez con gente para reforzar a Almagro. En una emboscada, los indios matan a cuatro españoles. Por estar acuciados por el hambre, Orgóñez desiste de castigar a los indios y sigue con sus hombres hacia delante.


     (225) Cieza nos recuerda que Almagro había dejado en el Cuzco a Rodrigo Orgóñez encargado de que le siguiera con gente que iba allá de todas partes para unirse a la expedición: “Llegado el momento, Orgóñez salió yendo con él Cristóbal de Sotelo, Oñate, Pérez y otros vecinos. Llevaban buenos caballos, con buen aderezo de servicio y negros, así como de otras cosas que son convenientes para los descubrimientos. Por donde pasaban, les atendían bien los indios porque estaban ansiosos por lo que les había amonestado el sumo sacerdote Villahoma. Aguardaban a saber que Manco Inca estuviese fuera de la prisión para oponerse abiertamente a los españoles y darles guerra. Pocos días después llegaron a Topisa con alguna necesidad de bastimento, por lo que salieron algunos a caballo para lo buscar. En una quebrada había cantidad de ganado y otros bastimentos, pero los indios estaban en armas para defenderlo de quienes viniesen a tomarlos. Por lo alto habían puesto muchas rocas para despeñarlas por los cerros y matar a todos los que topasen. Los españoles bajaron confiados por la quebrada y los naturales soltaron las rocas poniendo gran pavor en los nuestros, que procuraban hurtar sus cuerpos. No todos pudieron salvarse, siendo hechos pedazos dos de ellos, con lo que los indios se alegraron mucho. Los españoles habían dejado atrás los caballos porque la tierra era fragosa, y como se vieron en peligro, trataron de salir de entre los indios, quienes les apretaron malamente y mataron a otros dos de los cristianos”.
     Los que se salvaron volvieron adonde Orgóñez y le contaron lo ocurrido. En otra situación, el escarmiento contra los indios habría sido, como siempre, furibundo, pero, por la urgente necesidad de provisiones, continuaron su marcha: “Salieron de aquella tierra marchando con gran trabajo y necesidad porque los naturales habían escondido el bastimento y no hallaron sino algunas raíces y yerbas campesinas. Llegaron adonde los xuys y hallaron alguna comida que les fue harto remedio”.

    (Imagen) Entre los que acompañaban a Rodrigo Orgóñez para reforzar las tropas de Almagro estaba el zamorano CRISTÓBAL DE SOTELO. Nos va a servir para  anticipar un pequeño aperitivo de las futuras y siniestras guerras civiles. Había llegado a Perú en 1532 con el extraordinario y temible Sebastián de Belalcázar, lo que quiere decir que participó en el apresamiento de Atahualpa. Cristóbal era un hombre muy sensato, y aunque viera con horror las guerras civiles, por pura fidelidad a la memoria del ejecutado Almagro, siguió luchando en el bando de su hijo, Diego de Almagro el Mozo, quien le dio el cargo de Capitán General, pero compartido con alguien poco recomendable: GARCÍA DE ALVARADO, un hombre retorcido, ambicioso y peleón, que no pudo soportar limitaciones de poder, y que ya había participado en la conjura que acabó con la vida de Pizarro. Después, en otro episodio parecido de aquel cruel desbarajuste que fueron las guerras civiles, García de Alvarado, al mando de un grupo de hombres, estuvo a punto de matar a Cristóbal Vaca de Castro, el representante del rey. Con Cristóbal de Sotelo tuvo más éxito: lo mató cuando dormía. Pero la historia se repitió: por orden de Diego de Almagro el Mozo, al que había traicionado, también a él lo mataron en la cama. Si CRISTÓBAL DE SOTELO tuvo tiempo de pensar en algo antes de morir, es muy probable que le viniera el recuerdo de la inconfundible y hermosa catedral de Zamora.



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