(231) Además de la nao San Pedro, hubo
otra que había conseguido con dificultades llegar hasta Chincha, y sus
ocupantes siguieron por tierra en busca de Almagro, a quien le esperaba una
alegría especial. Al frente de aquellos hombres estaba Ruy Díaz, y lo acompaña
el joven hijo del gobernador, Diego de Almagro el Mozo, a quien su padre lo
envió por camino seguro. (Ya comenté que Inca Garcilaso se equivocaba al decir
que Ruy Díaz había ido por los Andes).
El entendimiento entre españoles e indios
en el valle del Aconcagua era una delicia, logrado gracias a la positiva
influencia de Gonzalo Calvo de Barrientos. Pero un indio de mala condición,
astuto y cizañero, consiguió enturbiarla. Un indio que en Cajamarca se inventó
chismes que influyeron en la muerte de Atahualpa, al parecer en venganza porque
no le concedió una princesa india de la que se había enamorado. Un indio que ya
estuvo a punto de perder la cabeza cuando traicionó a Almagro en Quito y se
pasó al bando de Pedro de Alvarado. Entonces Almagro lo perdonó, pero ahora no. Se trataba (no podía ser otro) del intérprete
Felipillo, quizá el único de su oficio que resultó un taimado maniobrero,
porque, en general, los intérpretes (las ‘lenguas’) valoraban el hecho de ser
muy bien tratados, aunque corrieran peligros como el resto de los españoles. Lo
raro es que Almagro lo tuviera todavía a su servicio.
Todo iba bien, pero terminadas con el día
las efusiones y alegrías, los españoles vieron sorprendidos al amanecer que los
indios se habían esfumado. La labor de zapa de Felipillo insistiendo en la
crueldad de los españoles les metió el miedo en el cuerpo y huyeron. Felipillo
se fue con ellos, pero fue apresado. Veamos la versión de Inca Garcilaso,
quien, como hombre culto, no lo llama ‘lengua’, sino intérprete: “El intérprete
Felipe también huyó, porque después de la muerte de Atahualpa siempre anduvo
temeroso y quería estar muy lejos de los españoles. Se escapó por verse libre
de los que aborrecía, pero fue desdichado, pues, no conociendo bien la tierra,
cayó en poder de los de Almagro. El cual, acordándose de su escapada al bando
de don Pedro de Alvarado, y sospechando que lo sabía y no le había querido
avisar cuando el sacerdote Villahoma huyó, ordenó que le hiciesen cuartos”.
Con esa breve frase muestra Inca Garcilaso
la fulminante y terrible reacción de Almagro, sin duda harto de la doblez del
indio. Pocas cosas pueden ser más brutales que una ejecución llevada a cabo ‘haciendo
cuartos’, en la que cuatro caballos tirando de las extremidades del condenado,
lo destrozaban. Un verdadero espanto.
Inca Garcilaso cita un cometario del
cronista López de Gómara sobre la mala condición de Felipillo: “Confesó el
malvado al tiempo de su muerte haber acusado falsamente a su buen rey Atahualpa
por yacer seguro con una de sus mujeres. Era un mal hombre, liviano,
inconstante, mentiroso, amigo de revueltas y sangre, y aunque bautizado, poco
cristiano”. Y añade el muy cristiano Inca Garcilaso: “Se debe llorar que el
primer intérprete que tuvo aquel imperio para la predicación de la fe católica
hubiese sido de tal condición”. El caso es que la terrible ejecución les
convenció a los indios huidos de que era mal asunto crearles problemas a los
españoles, siendo llevaderos cuando se aceptaban sus condiciones, y volvieron
en son de paz.
(Imagen) A medida que avanzamos sobre la
desmesurada historia de la conquista de Perú, se nos va quedando atrás el glorioso
resplandor de lo que Pizarro y Almagro
consiguieron, y vemos a lo lejos negros
nubarrones que anuncian lo peor (lo peor que ocurrió en las Indias). Si hubo una
figura especialmente torturada por los acontecimientos, fue la de DON DIEGO DE ALMAGRO
EL MOZO. Era mestizo, y su padre, Don Diego de Almagro, lo preparó para
alcanzar las más altas cumbres de la milicia. Aunque no lo llevó a través de
los durísimos Andes, sí quiso que se juntara con él en Chile por otra ruta más
segura. Vemos hoy que por fin se encuentran, y con gran alegría. El ‘mozo’ solo
tiene 14 años, y no volverá a saber lo
que es la tranquilidad. No se va a perder ni una sola batalla hasta que su
padre muera dos años más tarde; los almagristas seguirán conspirando contra
Pizarro, y él tendrá que aceptar un
liderazgo más bien simbólico. Pero cuando lograron asesinarlo, el Mozo, a sus
19 años, ya era un bravo capitán curtido en mil amarguras. Lo que vino después roza
el dramatismo de las tragedias griegas. Sus partidarios lo proclamaron
gobernador de Perú, el puesto que había dejado vacante Pizarro al morir, y el
Mozo lo asumió con todas las consecuencias, hasta el punto de enfrentarse a
Cristóbal Vaca de Castro, el enviado del rey, en la guerra de Chupas, la más
sangrienta de todas las civiles. Perdió, lo ejecutaron y, por serena petición
suya, lo enterraron junto a su padre. Es difícil encontrar documentación sobre
los que fueron rebeldes (también esto parece una conspiración). Así que hoy
toca poner, al menos, una imagen de la villa de Almagro, el pueblo natal de su
padre.
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