viernes, 23 de marzo de 2018

(Día 649) Los españoles salen a caballo contra los indios, matando a bastantes, pero se repliegan porque son muy numerosos. Sabían que el cerco era general y temían por la suerte de Pizarro en Lima. Les quedaban por aguantar casi ocho meses.


     (239) Sigamos con la angustiosa situación de los españoles en el Cuzco: “Hernando Pizarro, sus hermanos y los doscientos compañeros que allí estaban, viendo que eran pocos, siempre se alojaban juntos, y como hombres de guerra y buenos soldados, no dormían, sino que tenían centinelas alrededor de su alojamiento y atalayas en lo alto de la casa. En cuanto sintieron el ruido de los indios, se armaron y enfrenaron sus caballos, que cada noche tenían treinta de ellos ensillados, y salieron a reconocer a los enemigos. Mas viendo la multitud que eran y no sabiendo qué armas traían para herir a los caballos (que era lo que los indios más temían), se recogieron todos en la plaza puestos en escuadrón. Los infantes, que eran ciento veinte, en medio, y ochenta que eran los de a caballo, a los lados y espaldas del escuadrón para poder resistir a los enemigos por todas partes. Al verlos juntos, los indios arremetieron por todas partes con gran ferocidad, pensando matarlos del primer encuentro. Los caballeros salieron contra ellos y les resistieron valerosamente. Así pelearon unos y otros con gran porfía hasta que amaneció. Sobre los españoles llovieron flechas y piedras, mas, con los caballos, en cada arremetida dejaban muertos más de cien indios”.
     Aquel comienzo de la gran rebelión de los indios, liderada por el gran Manco Inca, les dejó claro a los españoles que su situación en el Perú se iba a complicar seriamente: “Con la porfía que hemos dicho, estuvieron los indios diecisiete días apretando a los españoles  en aquella plaza del Cuzco sin dejarles salir de ella”. Pronto se dieron cuenta de que sería difícil soportar un asedio prolongado: “Todo aquel tiempo, de noche y de día, estuvieron los españoles formados en escuadrón para defenderse de los enemigos; y en escuadrón iban a beber en el arroyo que pasa por la plaza y a buscar por las casas quemadas por si había quedado algo de maíz, sintiendo mas la necesidad de los caballos que la suya propia. Así tuvo Manco Inca con todo su poder cercado el Cuzco más de ocho meses, y cada luna llena la combatía por las noches, defendiéndolo valientemente Hernando Pizarro y sus hermanos con otros muchos caballeros y capitanes que dentro estaban. Especialmente Gabriel de Rojas, Hernando Ponce de León, don Alonso Enríquez (de quien habrá mucho que contar), el tesorero Riquelme y otros muchos que allí estaban sin quitarse las armas  ni de  noche ni de día, como hombres que tenían por cierto que ya el gobernador y todos los otros españoles habían sido matados por los indios, pues tenían noticias de que por todas partes de la tierra se habían alzado. Y así peleaban y se defendían como hombres que no tenían más esperanza de socorro, sino en Dios y en el de sus propias fuerzas, aunque cada día los disminuían los indios, con muertos y heridos”.
     Salta a la vista que se encontraban en circunstancias muy angustiosas: cercados por una multitud enorme de indios, muy escasos de información y sospechando que aquel torbellino de rebeldía podía haber acabado ya con muchos o con todos los españoles de Perú, no podían contar con las tropas de Almagro por seguir en Chile, y aunque Belalcázar no tuviera problemas, andaba por Quito y las lejanas tierras colombianas. Era indudablemente una lucha a la desesperada en la que sería muy difícil mantener la moral alta.

     (Imagen) Poco a poco va tomando presencia la figura del peculiar y extravagante sevillano DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN. Una mezcla de hombre culto, desafiante y vividor, que, gracias a sus ilustrísimos apellidos y a sus habilidades sociales, se relacionó con toda la nobleza, reyes incluidos. Escribió su propia biografía sin importarle demasiado la objetividad (pero facilitando datos muy valiosos), y cuando alguien le caía mal, lo despellejaba. No se arrugaba ante nadie, y le cogió una manía especial a Hernando Pizarro, quien sin duda pecaba de soberbio. Ahora están los dos juntos aguantando el durísimo asedio inca a la ciudad del Cuzco, pero más tarde, en las guerras civiles, se pasará al bando de Almagro.  Como era también hombre my valioso, con dotes para negociar  y gran experiencia  militar, en el cerco del Cuzco ostentaba el cargo de Maestre de Campo, que según dice, “lo acepté porque fui muy rogado y vi que había de ello necesidad”. Hace una referencia muy atinada sobre la crueldad de los guerreros indios que tanto les angustiaba: “Puedo certificaros que esta es la más cruel guerra del mundo, porque en las de los cristianos, si se toma con vida al contrario, halla entre los enemigos amigos, o por lo menos proximidad. Y si es entre cristianos y moros, unos y otros tienen alguna piedad y el interés en los rescates. Pero aquí, entre estos indios, si os apresan, os dan la más cruel muerte que pueden”.



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