(239) Sigamos con la angustiosa situación
de los españoles en el Cuzco: “Hernando Pizarro, sus hermanos y los doscientos
compañeros que allí estaban, viendo que eran pocos, siempre se alojaban juntos,
y como hombres de guerra y buenos soldados, no dormían, sino que tenían
centinelas alrededor de su alojamiento y atalayas en lo alto de la casa. En
cuanto sintieron el ruido de los indios, se armaron y enfrenaron sus caballos,
que cada noche tenían treinta de ellos ensillados, y salieron a reconocer a los
enemigos. Mas viendo la multitud que eran y no sabiendo qué armas traían para
herir a los caballos (que era lo que los indios más temían), se recogieron
todos en la plaza puestos en escuadrón. Los infantes, que eran ciento veinte, en
medio, y ochenta que eran los de a caballo, a los lados y espaldas del
escuadrón para poder resistir a los enemigos por todas partes. Al verlos
juntos, los indios arremetieron por todas partes con gran ferocidad, pensando
matarlos del primer encuentro. Los caballeros salieron contra ellos y les
resistieron valerosamente. Así pelearon unos y otros con gran porfía hasta que
amaneció. Sobre los españoles llovieron flechas y piedras, mas, con los
caballos, en cada arremetida dejaban muertos más de cien indios”.
Aquel comienzo de la gran rebelión de los
indios, liderada por el gran Manco Inca, les dejó claro a los españoles que su
situación en el Perú se iba a complicar seriamente: “Con la porfía que hemos
dicho, estuvieron los indios diecisiete días apretando a los españoles en aquella plaza del Cuzco sin dejarles salir
de ella”. Pronto se dieron cuenta de que sería difícil soportar un asedio
prolongado: “Todo aquel tiempo, de noche y de día, estuvieron los españoles
formados en escuadrón para defenderse de los enemigos; y en escuadrón iban a
beber en el arroyo que pasa por la plaza y a buscar por las casas quemadas por
si había quedado algo de maíz, sintiendo mas la necesidad de los caballos que
la suya propia. Así tuvo Manco Inca con todo su poder cercado el Cuzco más de
ocho meses, y cada luna llena la combatía por las noches, defendiéndolo
valientemente Hernando Pizarro y sus hermanos con otros muchos caballeros y
capitanes que dentro estaban. Especialmente Gabriel de Rojas, Hernando Ponce de
León, don Alonso Enríquez (de quien habrá
mucho que contar), el tesorero Riquelme y otros muchos que allí estaban sin
quitarse las armas ni de noche ni de día, como hombres que tenían por
cierto que ya el gobernador y todos los otros españoles habían sido matados por
los indios, pues tenían noticias de que por todas partes de la tierra se habían
alzado. Y así peleaban y se defendían como hombres que no tenían más esperanza
de socorro, sino en Dios y en el de sus propias fuerzas, aunque cada día los
disminuían los indios, con muertos y heridos”.
Salta a la vista que se encontraban en
circunstancias muy angustiosas: cercados por una multitud enorme de indios, muy
escasos de información y sospechando que aquel torbellino de rebeldía podía
haber acabado ya con muchos o con todos los españoles de Perú, no podían contar
con las tropas de Almagro por seguir en Chile, y aunque Belalcázar no tuviera
problemas, andaba por Quito y las lejanas tierras colombianas. Era
indudablemente una lucha a la desesperada en la que sería muy difícil mantener
la moral alta.
(Imagen) Poco a poco va tomando presencia
la figura del peculiar y extravagante sevillano DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN.
Una mezcla de hombre culto, desafiante y vividor, que, gracias a sus
ilustrísimos apellidos y a sus habilidades sociales, se relacionó con toda la
nobleza, reyes incluidos. Escribió su propia biografía sin importarle demasiado
la objetividad (pero facilitando datos muy valiosos), y cuando alguien le caía
mal, lo despellejaba. No se arrugaba ante nadie, y le cogió una manía especial
a Hernando Pizarro, quien sin duda pecaba de soberbio. Ahora están los dos
juntos aguantando el durísimo asedio inca a la ciudad del Cuzco, pero más
tarde, en las guerras civiles, se pasará al bando de Almagro. Como era también hombre my valioso, con dotes
para negociar y gran experiencia militar, en el cerco del Cuzco ostentaba el
cargo de Maestre de Campo, que según dice, “lo acepté porque fui muy rogado y
vi que había de ello necesidad”. Hace una referencia muy atinada sobre la
crueldad de los guerreros indios que tanto les angustiaba: “Puedo certificaros
que esta es la más cruel guerra del mundo, porque en las de los cristianos, si
se toma con vida al contrario, halla entre los enemigos amigos, o por lo menos
proximidad. Y si es entre cristianos y moros, unos y otros tienen alguna piedad
y el interés en los rescates. Pero aquí, entre estos indios, si os apresan, os
dan la más cruel muerte que pueden”.
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