(245) Inca Garcilaso, de su propia
cosecha, añade el dato anecdótico (que se agradece) sobre el triste final de
Juan Pizarro: “Así acabó este buen caballero, con gran lástima que hizo
entonces su muerte; y desde entonces la ha hecho su fama de que un hombre tan
generoso, tan valiente, tan afable, tan amado por todas las virtudes que en un
caballero se podían desear, muriese tan desgraciadamente. Su cuerpo quedó
enterrado en la capilla mayor de la catedral de aquella ciudad, con una gran
losa de piedra azul, que yo vi, sobre la sepultura, sin letra alguna, siendo
así que habría que ponérsela como merecía; quizá se debiera a la falta de
escultores, pues entonces, y muchos años después, no se usaron en mi tierra
sino lanzas, espadas y arcabuces (crítica
a las guerras civiles). A tanta costa y con tanta pérdida como la que se ha
dicho, ganaron los españoles la fortaleza el Cuzco y echaron a los indios de
ella. Los historiadores le dan más importancia a este hecho que a todos los
demás que ocurrieron en aquel cerco”.
Veamos cómo lo cuenta Pedro Pizarro, que
tiene la ventaja de haber protagonizado aquella historia. Le habíamos dejado en
el momento en que Juan Pizarro recibió la primera herida, y ahora nos habla de
lo que ocurrió después: “Partimos todos los de a caballo para tomar la
fortaleza llevando a Juan Pizarro por caudillo. Subimos por un camino bien
estrecho en el que los indios habían hecho muchos hoyos, y desde una ladera nos
hacían mucho daño. Aquí pasamos mucho trabajo porque íbamos parando y
aguardando a que tapasen los hoyos y adobasen lo desbaratado del camino los
pocos indios amigos que llevábamos, que no llegaban a cien. Llegamos a un poco
de llano que había en lo alto y fuimos a
la parte donde la fortaleza tiene la puerta principal, y en estas quebradas
tuvimos enfrentamientos con los indios, que casi prendieron a dos españoles que
cayeron de los caballos”.
Mientras, en el Cuzco también atacaban los
indios: “Hernando Pizarro estaba en el Cuzco, pero los indios entraron por las
calles creyendo que abandonábamos el pueblo, y al ver que Hernando Pizarro y
los de a pie estaban junto a la puerta de su casa, se quedaron atónitos hasta
que nos vieron asomar por un lado de la fortaleza, y así vieron lo que pasaba,
y si Dios Nuestro Señor no los cegara, habrían comprendido que podían matar a
Hernando Pizarro y a los que con él estaban antes de que nosotros volviéramos a
socorrerlos”.
De lo que nos ha dicho Inca Garcilaso se
deduce que Pizarro recibió la pedrada cuando ya se habían retirado del cuerpo a
cuerpo con los indios y él se quitó la celada de la cabeza. Pedro Pizarro, que
lo vio, lo cuenta de otra manera: “A media noche, Juan Pizarro mandó a su
hermano Gonzalo Pizarro y demás capitanes que entrasen en la fortaleza con la
mitad de la gente de a caballo que mandó apear, y los demás estuviesen a
caballo para ir a sus espaldas y socorrerlos, y él se quedó con los de a
caballo a causa de que no se podía poner armadura en la cabeza por estar
entrapajado por la herida que el día anterior le habían dado en la quijada”.
(Imagen) Vimos ayer
que Inca Garcilaso de la Vega, al hablar de las anécdotas del cerco del Cuzco
que, cuando él tenía solo trece años, le contó Francisco Rodríguez de
Villafuerte, afirmó que era uno de los “trece de la fama”. De hecho, como ya
sabemos, no aparecía en la lista de los premiados por el rey, y hay
historiadores que lo niegan. Pero en otros documentos se asegura que fueron más
de trece, y he podido comprobar que Inca Garcilaso se basaba en datos fiables.
Hay en PARES un voluminoso legajo, del año 1579, que contiene una petición de mercedes al rey.
La presenta un hijo de Villafuerte, y al hablar de su padre, cuenta como mérito
suyo que, cuando estaba en la isla Gorgona, vio que muchos, por estar hartos de
sufrir, querían volverse a Panamá, y se lo comunicó a Pizarro; quien de
inmediato reunió a sus hombres, dijo que podían marcharse los que quisieran, y
marcó una raya para que la atravesaran los demás, siendo Villafuerte el primero
que lo hizo. El documento de la imagen
es parte de un escrito de Felipe II (del mismo legajo) en el que el rey hace
referencia a lo que pide el hijo de Villafuerte. Transcribo, como curiosidad,
el encabezamiento porque era el habitual: “Don Felipe, por la gracia
de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón (da por supuesto que incluye Cataluña), de las Dos Sicilias, de
Jerusalén (era un título honorífico, que
hoy pertenece a Felipe VI), de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia,
de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de
Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas de
Canarias, de las Indias, Islas y Tierra
Firme del Mar Océano, Conde de Flandes y del Tirol”.
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