(1418) La catástrofe de la expedición
había sido hasta entonces enorme, e impresiona la serenidad con que Ulrico
Schmídel habla de aquel infierno en el que él mismo era protagonista: “Habiendo sucedido todo esto, la tropa no tuvo más remedio que
volverse a meter en los navíos, y don Pedro de Mendoza, nuestro capitán
general, entregó la gente a Juan de Ayolas (su protagonismo va a ir en
aumento), y lo puso en su lugar para que fuese nuestro capitán.
Enseguida pasó Ayolas revista de la gente, y halló que, de 2.500 hombres
que habían sido, no quedaban con vida más de 560. Los demás habían muerto en
batalla o perecido de hambre. Dios Todopoderoso se apiade de ellos y nos ayude. Después de esto, Juan de Ayolas, nuestro capitán, preparó 8
navíos pequeños, se quedó con hombres de los 560 y 160 los dejó en
los 4 grandes navíos, poniéndoles por capitán a un tal Juan Romero y dejándoles
provisiones para un año, a razón de 8 onzas de pan diarias para cada soldado, de
manera que, si querían comer más, se lo buscasen. Más tarde partimos con Juan
de Ayolas por el río Paraná arriba, viniendo también con nosotros el capitán
general don Pedro de Mendoza. Dos meses después, llegamos, tras recorrer 84
leguas, hasta donde estaban unos indios timbúes. Se ponen en cada lado de la
nariz una estrellita de piedras de colores. Son hombres altos y bien formados,
pero sus mujeres, tanto viejas como mozas, son horribles, porque se arañan la
parte inferior de la cara, que siempre está ensangrentada. Cuando nos vieron,
salieron pacíficos a recibirnos en 400 canoas. Luego el cacique nos condujo a su pueblo y nos dio de comer
carne y pescado hasta hartarnos. Pero, si hubiésemos tardado 10 días más en
llegar a este sitio, a buen seguro que pereceríamos todos de hambre. Aun así,
50 de los nuestros sucumbieron, y damos gracias a Dios porque no fue mayor el
número de fallecidos”.
Sorprendentemente, los españoles se
establecieron allí durante un tiempo muy largo: “En este pueblo permanecimos cerca
de 4 años. Pero nuestro capitán
general, don Pedro de Mendoza, agobiado de sus dolencias (ya dijimos
que padecía sífilis), con muchas dificultades para mover manos y pies, y
había gastado en este viaje 4.000 ducados en oro,. ya no podía
quedarse más tiempo con nosotros en este pueblo y se volvió con dos
pequeños bergantines a Buenos Aires. Allí tomó 2 de los 4 navíos
grandes y partió para España. Pero, cuando estaban como a medio camino, la mano
de Dios, que todo lo puede, cayó sobre él, y murió con gran desamparo. Dios le
tenga misericordia. No obstante, don Pedro de Mendoza, nos había prometido
antes de dejarnos que, cuando los 2 navíos llegaran a España, mandaría otros 2 al Río
de la Plata, consignándolo fielmente en su testamento, y se cumplió. En cuanto
los 2 navíos arribaron a España y lo supieron los del consejo de la
Cesárea Majestad, sin demora y en nombre del Rey, equiparon y enviaron al Río
de la Plata otros 2 navíos con gente, comida, rescates para trueques y lo
demás que pudiera necesitarse. El capitán de estos 2 navíos se
llamaba Alonso Cabrera, y traía consigo 200 españoles y víveres como para
2 años. Arribó a Buenos Aires, donde los otros 2 navíos habían quedado con
los 160 hombres el año 1538”. El cronista dejó algo confuso. En realidad luego fueron
más al norte, llegando en 1539 adonde estaban estos dos navíos. Lo cual explica
otra cosa que me asombraba. Si Ulrico y los suyos iban a permanecer cerca de 4
años en un mismo lugar, fue porque en aquella era la zona donde se fundó después
Asunción, la capital de toda la gobernación de Río de la Plata.
(Imagen) Dice Ulrico: “Llegó el capitán Alonso
de Cabrera a la isla de los indios timbúes, y nuestro capitán, Juan de Ayolas, se
dispuso a enviar otro navío a España, porque el Consejo de la Cesárea Majestad quería
saber qué proyectos había en esta tierra y en qué estado se hallaban”. Me
serviré de algo que conté hace casi una
año acerca de ALONSO DE CABRERA. No mucho después de lo que ahora estamos
viendo, y en estos mismos lugares, Cabrera, en la tropa de Álvar Núñez Cabeza
de Vaca, tenía el puesto de veedor (inspector). También existían los cargos de tesorero,
secretario, escribano (notario) y contador público, teniendo preeminencia sobre
todos ellos el de factor. Lo que no impedía
que ejercieran labores militares o políticas. Ese fue el caso de Alonso de
Cabrera. Su hoja de servicios fue impresionante. Había nacido hacia el año 1500
en Loja, provincia de Granada, aunque otros dicen que fue en Guadix, a unos 100
km de distancia. No llegó a Río de la Plata con Cabeza de Vaca en 1542, sino
que ya figuraba como veedor el año 1538, porque había sido enviado también
(como luego Cabeza de Vaca) para dar solución a los graves problemas que, según
los rumores, existían en la gobernación de Pedro de Mendoza. La pronta muerte
de este gobernador exigía un sustituto, que podía haber sido el mismo Cabrera,
pero, tras morir también el candidato Ayolas (lo cual, como he dicho, ocurrirá
pronto), se prefirió encauzar el asunto de manera que el nombrado fuera Domingo
Martínez de Irala, por su capacidad de
liderazgo. Fue tal la influencia de Cabrera en Irala, que lo convenció para que
destruyera la recién nacida población de Buenos Aires, con el argumento de que
todo el poder se trasladaría a Asunción, de donde era gobernador el propio
Irala. Dicho y hecho: se quemó Buenos Aires y sus habitantes se trasladaron a
Asunción. Pero llegó Cabeza de Vaca, al que dos arcabuzazos estuvieron a punto
de matarlo, y muchos pensaron que fue una maniobra de Irala. La alianza
Irala-Cabrera continuó, logrando destituir a Cabeza de Vaca, y lo enviaron
preso a España. ALONSO DE CABRERA hizo también el viaje a la Corte con el fin
de atacar judicialmente al gobernador derrocado y apresado. No se sabe muy bien
cómo pasó Cabeza de Vaca sus últimos años de vida. Hasta se dice que ingresó en
un convento, pero lo que sí se conoce es el triste y extraño final de ALONSO DE
CABRERA: Muerto Irala el año 1556, regresó de nuevo a España, y, sin que se
sepa por qué, asesinó a su mujer. Debió de ser un evidente acto de locura, ya
que no fue condenado, y pasó el resto de su vida en un manicomio. Su registro
de embarque (año 1535) muestra que partió hacia Río de la Plata con la
graduación de alférez general, y da por hecho que nació en Loja.
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