viernes, 30 de septiembre de 2022

(1842) Los españoles nunca descansaban, metidos siempre en peligrosas batallas y viajes muy arriesgados. Tampoco dejaban abandonados a sus indios amigos, y lucharon por ellos en Guayrá contra feroces tribus.

 

     (1442) Empezaremos la crónica de Ruiz Díaz de Guzmán a finales de diciembre de 1552 (recordemos que él nació en Asunción hacia 1559), continuando a partir de los hechos ya contados por Ulrico. En su introducción, Ruy ya ha dejado claro que también Río de la Plata (que abarcaba el territorio de Argentina y Paraguay) fue un infierno, aunque más llevadero que el de Chile. Y nos estrenamos con una desgracia: “El general Domingo de Irala les habló a los funcionarios de Su Majestad de lo importante que sería fundar un puerto para escala de los navíos en la entrada del Río de la Plata, y, con acuerdo de todos, se decidió llevarlo a efecto. Nombraron para ello al capitán Juan Romero, el cual, con unos cien soldados, salió de Asunción en dos bergantines, pasó por el paraje de Buenos Aires (recordemos que la ciudad estaba abandonada), y se detuvo después en otra vertiente para fundar allí San Juan, nombre que le ha quedado también al río. Después de un tiempo, los nativos procuraron impedir la fundación e hicieron muchos asaltos contra los españoles, impidiéndoles hacer sus sementeras”. Los españoles se vieron en tantas dificultades, que se decidió enviarle un mensaje de lo que ocurría a Domingo de Irala. Su respuesta fue encargar al capitán Alonso Riquelme  que, en otro navío y con sesenta soldados, se presentara en San Juan: “Cuando llegó, fue muy aplaudido por toda la gente, pero la halló muy enflaquecida, y con pocas esperanzas de poder salir de allí con vida, debido a los continuos asaltos de los indios. Por esta causa, y por otras bien evidentes, estuvieron todos de acuerdo en abandonar por entonces aquel puerto. Se metió la gente en los navíos que allí tenían, y, río arriba, tomaron tierra en unas barranqueras muy altas y despeñadizas, donde quisieron descansar y comer algo. Estando unas personas sobre aquellas barrancas, se desmoronaron súbitamente, y cayeron todos hasta dar en el agua. Los cuales, sin escapar ninguno, se despeñaron y ahogaron, habiendo sido el derrumbamiento tan grande, que alteró todo el río. Y con tanto oleaje, que la galera que estaba cerca fue aplastada como cáscara de avellana, y, vuelta boca abajo, la arrastró la corriente unos mil pasos, hasta que se detuvo porque el mástil topó con un bajo. Tras llegar el resto de la gente, la volvieron boca arriba, y hallaron una mujer que había quedado dentro, habiendo Dios querido que no se hubiese ahogado en todo este tiempo. Y no fue menor el peligro que los demás padecieron con los indios, pues, al mismo tiempo que esto sucedió, fueron acometidos por ellos, viendo la ocasión muy a propósito para hacerles algún perjuicio. Los nuestros, peleando con ellos con gran valor, lograron ahuyentarlos, y, con la buena diligencia y orden de los capitanes, fue Dios servido de librarlos de tan manifiesto peligro. Lo cual sucedió el año 1552, el primero de noviembre, día de Todos los Santos.  Otras veces, este mismo día, han sucedido en esta provincia grandes desgracias y muertes, por cuya razón se guarda en ella siempre la festividad de dicho día, su víspera y el siguiente, sin ocuparse en cosa ninguna, aunque sea de necesidad muy precisa, pues se ha visto que, gracias a Nuestro Señor, el favor y auxilio de la Divina Majestad nos socorre”.

 

     (Imagen) Ruy Díaz de Guzmán nos explica muy bien cómo los españoles ponían en peligro su propia vida para salir en defensa de sus indios amigos, los cuales, sin duda, también les resultaban muy útiles a ellos: “En este tiempo llegaron a la ciudad de Asunción ciertos caciques guaraníes, de la zona de Guayrá y vasallos de Su Majestad, para pedirle al General (recordemos que Irala fue gobernador intermitentemente) que les ayudase contra sus enemigos, los tupíes, pues les causaban muy grandes daños y muchas muertes con el apoyo de los portugueses de aquella costa. El General Irala decidió ir personalmente a remediar estos agravios, y, con muchos soldados y cantidad de indios amigos, llegó al río Paraná, yendo luego río arriba en canoas  y balsas hasta los pueblos de los tupíes. Los cuales tomaron las armas rápidamente, saliendo a resistirle al General, y tuvo con ellos una trabada pelea en un peligroso paso del río, pero desbarató a los enemigos, los puso en huida, y entró en su pueblo principal matando a mucha gente. Siguiendo adelante, tuvo otros muchos reencuentros, pero en pocos días los dominó por completo. Después los tupíes aceptaron algunos tratos de paz, y prometieron no hacer más guerra a los indios guaraníes, ni volver a entrar en sus tierras. Entonces el General Irala le encargó a Juan de Molina que, partiendo de aquellas tierras brasileñas, fuese con amplia información sobre el estado de la gobernación de Río de la Plata para entregársela a Su Majestad en España. Luego Domingo de Irala dio la vuelta victorioso con su ejército,  y, llegado al río Piquirí, les preguntó a los nativos si conocían alguna vía cómoda para descender navegando desde allí sin peligro hasta llegar a la zona más llana.   Los indios estaban algo confusos, pero había un mestizo llamado Hernando Díaz, que era un mozo con malas intenciones por haberle castigado el General otras veces sus liviandades. Dando una versión falsa, le dijo a Irala que, según los indios, era fácil bajar en canoas por aquel río. Pero el General prefirió que se llevasen por tierra muchas canoas y se echasen abajo desde la catarata con cuerdas y maromas. Lo hicieron así y navegaron luego por un río hasta llegar a otro llamado Ocayeré. Allí se vieron envueltos en remolinos que hundieron muchas canoas y balsas, con gran cantidad de indios y algunos españoles que iban en ellas, y habrían perecido todos los de la tropa, de no ser porque, media legua antes, el General había descendido a tierra con la mayor parte de su ejército. El resto del camino les resultó muy dificultoso, porque tuvieron que atravesar grandes bosques y montañas, estando, además, muchos de ellos enfermos y sin  poder caminar”. En la imagen, en rojo, GUAYRÁ, actualmente territorio brasileño.




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