viernes, 16 de septiembre de 2022

(1830) En su avanzar hacia el norte, los españoles se dieron cuenta de que habían llegado a territorio peruano. Allí mandaba el gran Pedro de la Gasca, y Ulrico cnesura absurdamente que hubiese decapitado al rebelde Gonzalo Pizarro.

 

        (1430) Los españoles llegaron donde los indios maigenos, pero voy a dejar para la imagen lo que allí ocurrió, ya que fue una prueba clara de la ayuda que se prestaban mutuamente los soldados con los indios carios que los acompañaban. Escuchemos a Ulrico: “Tras alejarnos de los maigenos, nos pareció bien a todos continuar avanzando para llevar a cabo nuestro proyectado viaje, ya que se nos proporcionaba la ocasión de descubrir cómo eran aquellas tierras. Continuamos la marcha durante 17 días, recorriendo unas 90 leguas hasta alcanzar el territorio de los indios carcocies. Cuando estábamos como a 4 leguas de su poblado, nos mandó allá Domingo de Irala a 50 cristianos y 500 carios, para que preparásemos alojamiento. Cuando llegamos, encontramos una gran nación reunida, como no habíamos visto otra igual durante este viaje, por lo que nos pusimos en alerta. Luego hicimos que uno de los nuestros volviese atrás para avisarle al capitán de lo que nos esperaba y pedirle que viniese a socorrernos lo más pronto posible. Nuestro capitán se presentó esa misma noche con toda la gente, y los carcocies, al ver que tenían que habérselas con más gente de la que creían, solo pensaban en que les esperaba una derrota segura. Y quedaron tan pesarosos, que enseguida nos manifestaron su buena voluntad y pacífica intención, porque no querían exponer a sus mujeres, e hijos, ni a su pueblo. Y, de inmediato, nos trajeron carne de venados, gansos, gallinas, conejillos y otras piezas de campo, de todo lo cual había gran abundancia en la tierra. Estos indios se ponen una piedra redonda y azul en los labios. y sus mujeres son hermosas, porque no hacen más que coser y cuidar la casa, mientras el hombre tiene que trabajar en el campo y procurar todo lo necesario”.

     Siguieron, como siempre, hacia el norte, en busca de otros nativos, los macaisíes, para lo que contaban con dos guías de la tribu carcocie, pero pronto los dejaron plantados y tuvieron que continuar el viaje a tientas: “Llegamos a un río muy ancho, y no dábamos con un vado seguro para pasarlo. Pero  hicimos unas pequeñas balsas de palos y ramas, nos dejamos llevar aguas abajo, y llegamos a la otra orilla, pero en este pasaje se ahogaron 4 de los nuestros en una de las balsas. Estando ya a una legua de los indios macaisíes, salieron a nuestro encuentro y nos recibieron muy bien (y se van a llevar una gran sorpresa). Enseguida nos empezaron a hablar en español. Nos quedamos perplejos, sin saber dónde estábamos, y acto seguido les preguntamos a quién estaban sometidos, y ellos contestaron que fueron súbditos de un caballero de España, llamado Pedro Anzures (fundador de la ciudad de La Plata, en zona boliviana; Anzures ya había muerto, y gobernaba La Gasca). Entramos, pues, nosotros en su pueblo, y encontramos que los chicos, como también algunos hombres y mujeres, estaban todos comidos de un insecto (las larvas niguas, que, de adultas, no son parásitas). Si llegan a meterse entre los dedos de los pies, o cualquier otra parte del cuerpo, allí comen y penetran hasta que sale al fin un gusano, pero hay que sacarlos oportunamente, para que no se echen a perder las carnes. Si se deja pasar demasiado tiempo, acaban por comerse los dedos enteros. De nuestra tantas veces citada ciudad, Asunción, hasta este pueblo de los macaisíes, hay por tierra 377 leguas de distancia (la cifra debe de ser exagerada)”.

 

     (Imagen) Llegaron, pues, Domingo de Irala y los suyos a territorio boliviano, y Ulrico hará unos comentarios poco sensatos, y  hasta chulescos: “Estando allí acampados, recibimos una carta desde Lima. Allí se hallaba al mando, nombrado por el Rey, el licenciado Pedro de la Gasca (el gran La Gasca), quien por entonces (año 1548) había hecho cortar las cabezas de Gonzalo Pizarro, y de otros más. Lo mandó porque el dicho Gonzalo Pizarro no quiso someterse, sino que se rebeló contra su Cesárea Majestad. Por esto, La Gasca, en nombre del Rey, lo castigó con demasiado rigor. Pues muchas veces sucede que uno va más allá de lo que su superior le faculta hacer. Yo tengo para mí que la Cesárea Majestad le hubiese perdonado la vida al dicho Gonzalo Pizarro, si él lo hubiese prendido. Pues lo que le dolía a Gonzalo Pizarro era que mandase alguien en lo que eran bienes suyos, ya que esta tierra de Perú era, a todas luces,  ante Dios y ante el mundo, de Gonzalo Pizarro, en razón de que él, junto con sus hermanos, Francisco Pizarro y Hernando Pizarro, habían sido los primeros que descubrieron y conquistaron el reino de Perú. Esta tierra se considera rica con razón, porque todas las riquezas que posee su Cesárea Majestad salen de Perú, de Nueva España (México) y de Tierra Firme (zona de Panamá). Pero la envidia y el odio son tan grandes en el mundo,  que el uno no quiere el bien del otro. Así también le aconteció al pobre Gonzalo Pizarro, que había sido un rey, y después mandaron cortarle la cabeza. ¡Dios lo favorezca! Mucho habría que escribir sobre esto, pero el tiempo no lo permite”. El planteamiento de Ulrico es absolutamente disparatado, simplificando lo que fue un problema sumamente complejo y de larga duración. Pedro de la Gasca fue el personaje excepcional que terminó con aquella pesadilla, en la que tantos habían fracasado. (En la imagen vemos un sello que le dedicó Bolivia). Y sigue diciendo Ulrico: “En la carta recibida, Pedro de la Gasca, en nombre del Rey, le mandaba a nuestro capitán, Domingo de Irala, que permaneciese, so pena de muerte, en el territorio de los macaisíes (zona boliviana) hasta nuevo aviso. Temía algo que podía haber sucedido, porque lo cierto es que nosotros deseábamos echarlo de aquella tierra en la que estábamos (qué absurdo). Pero él hizo un convenio con Domingo de Irala y le dedicó un gran regalo. Los soldados no sabíamos nada de estas componendas, pues, de haberlas sabido, habríamos llevado a Perú, atado de manos y pies, a nuestro capitán”. Es ridículo el desahogo de Ulrico, pero eso demuestra que reinaba la anarquía en las tropas de Irala, especialmente desde que apresaron al gobernador titular, Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Y queda claro también que Ulrico aprobaba esas rebeldías.






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