(1420) Una vez más se confirma que el
canibalismo era habitual en muchas partes de Las Indias: “La tierra de estos
carios es de mucha extensión, casi 300 leguas de ancho y largo, son hombres pequeños
y gruesos, y valen más para servir a otros. Los varones tienen en el labio
un agujero pequeño en el que meten un cristal amarillo. Esta gente, hombres y
mujeres, andan en cueros vivos. Entre estos indios. el padre vende a la hija, el
marido a la mujer, si esta no le gusta, y también el hermano vende a la hermana.
Una mujer cuesta una camisa, o un cuchillo de cortar pan, o un anzuelo o
cualquier otra baratija por el estilo. Estos carios también
comen carne humana cuando pelean y toman algún enemigo, sea hombre o mujer, y,
como se ceban los puercos en Alemania, así ceban ellos a los prisioneros. Pero
si la mujer es algo linda y joven, la conservan por un año o más, y si durante
ese tiempo no alcanza a gustarles del todo, la matan y se la comen, y con ella
hacen fiesta solemne, o como si fuese para una boda, pero, si la persona es
vieja, la hacen trabajar en la labranza hasta que se muere. Esta
gente es la más caminante de cuantas tribus hay en el territorio de Río
de la Plata, y son grandes guerreros por tierra. Su ciudad está rodeada
con 2 empalizadas de madera. Habían cavado unos fosos, dejando unos
hoyos en los que tenían clavadas estacas de palo duro y puntiagudas. Estaban
tapados los hoyos con paja y ramas cubiertas de tierra y pasto, con el fin de
que, cuando nosotros, los cristianos, persiguiésemos a los carios o atacásemos
su ciudad, cayésemos en hoyos, pero fueron tantos, que hasta los mismos indios
se caían en ellos”.
Pronto tuvieron los españoles ocasión de
medirse con los carios: “Nuestro capitán general, Juan de Ayolas, puso en orden
a toda nuestra gente, menos 60 hombres que dejó de guardia en
los bergantines, y con ella fue al ataque contra la ciudad de los indios.
Nos divisaron estando nosotros a un tiro largo de arcabuz, siendo ellos unos
40.000. Por medio de un mensajero, nos pidieron que nos retirásemos, porque así
nos proveerían de comida, y, de no hacerlo, se convertirían en enemigos
nuestros. Pero esto de ningún modo nos convenía , ya que allí había abundancia
de comida, y sabido era que, en los últimos 4 años, no habíamos probado ni
visto un bocado de pan, sino sólo pescado y carne. Entonces
empuñaron los carios sus arcos y con ellos en las manos nos recibieron. Ni aun
así quisimos nosotros hacerles mal, y les rogamos por tercera vez que se
mantuviesen en paz porque deseábamos ser sus amigos, pero no quisieron hacer
caso, ya que no habían probado los arcabuces nuestros. Cuando nos pusimos cerca
de ellos, les hicimos una descarga con nuestras bocas de fuego. Al oírlo eso y
ver que su gente caía al suelo sin tener clavada flecha, sino solo un agujero
en el cuerpo, se llenaron de espanto, y al instante huyeron en pelotón, cayendo
unos sobre otros. Y fue tanta fue la prisa de meterse en su pueblo, que unos
200 carios cayeron en sus ya mencionados hoyos. Después de esto,
nos acercamos a su pueblo y lo atacamos. Como ya no podían resistir más y
temían por las mujeres e hijos, que también tenían consigo en la ciudad, nos
pidieron misericordia, prometiendo complacernos en todo con tal que les
perdonásemos las vidas. Le trajeron a nuestro capitán, Juan de Ayolas, 6
mujeres, de las que la mayor tendría unos 18 años. Luego se empeñaron en que
nos quedásemos con ellos, y le regalaron a cada soldado 2 mujeres, para que nos
sirvieran en el lavado y la cocina. Y, de esta manera, se hizo la paz entre
nosotros”. Resulta curioso que los cronistas no suelan hablar claramente de la
vida sexual de los soldados. Tema tabú.
(Imagen) Va a ocurrir algo muy importante
en Río de la Plata. Los indios carios, derrotados, se harán firmes amigos de
los españoles y les van a construir una especie de refugio que hará historia:
“Se vieron obligados a levantarnos una gran casa de piedra y madera, para que,
si con el paso del tiempo ocurriese que se levantasen contra nosotros, pudiésemos
defendernos. Tomamos este pueblo el día 15 de agosto de 1537, festividad de
Nuestra Señora de la Asunción, y así se llama todavía esta ciudad. En esta batalla cayeron de los nuestros 16
hombres, y permanecimos allí 2 meses”. El
lugar era muy estratégico, porque estaba al borde del río Paraguay y se
convirtió en el centro de todo el territorio. Fue el burgalés Juan de Salazar (natural de
Espinosa de los Monteros) quien consolidó
su fundación con todas las formalidades notariales. Sigue diciendo Ulrico:
“Llevanos a cabo un contrato con los carios por el que
prometían acompañarnos a la guerra y auxiliarnos con 8.000 hombres contra los indios
agaces. Después de que nuestro capitán general, Juan de Ayolas,
hubo arreglado todo esto, partió con 300 españoles, más los carios, y recorrió,
aguas abajo, las 30 leguas que hay hasta donde vivían los agaces. Los
encontramos en el mismo lugar en que los dejamos, y los sorprendimos en sus
casas porque aún dormían, gracias a que los carios los habían descubierto. Allí
matamos a chicos y grandes, porque es costumbre de los carios, cuando guerrean
y salen ganando, matar a todos sin compadecerse de nadie. Después
de esto, tomamos nosotros 500 canoas y quemamos todos los pueblos que pudimos
hallar. A los 4 meses, vinieron algunos de los agaces que no habían tomado
parte en tal escaramuza por no haberse hallado en sus casas, y pidieron perdón.
Nuestro capitán general, Juan de Ayolas, se lo tuvo que conceder, porque, según
las órdenes establecidas por la Cesárea Majestad, era obligatorio perdonar a
los indios hasta la tercera vez, de manera que solo si algún indio se alzase
por tercera vez, debería quedar preso o esclavizado por toda su vida”. Los
carios, en realidad, tenían su primitivo origen en la Amazonía del norte, y
descendían de tribus caribeñas, por lo que conservaban con orgullo el nombre de
‘carios’. Se daba también la circunstancia de que habían sido masacrados por otras tribus, como la de los
agaces, y, al igual que pasó en muchos territorios de las Indias, se aliaron
con los españoles para tomarse la revancha. Es llamativo también que, en
general, los cronistas siempre han escrito honradamente, con objetividad y
sentido ético. El gran Bartolomé de las Casas, sin embargo, llevado por su
espíritu justiciero, exageró la maldad
de los españoles. No obstante, su proceso de canonización continúa, merecidamente,
en marcha.
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