(1428) Después de la sangrienta lucha, los
españoles regresaron a Asunción, pero con intención de descansar y volver al
ataque contra los carios aguas arriba del río Paraguay. Tras 14 días de
tranquilidad, pero dedicados a preparar todo lo necesario, habiendo tenido que
reemplazar a muchos españoles e indios amigos que no estaban en condiciones de
combatir nuevamente, Domingo de Irala partió con los 400 españoles y 1.500
indios navegando hacia Juerich Sabaye, lugar donde estaban los indios tabarés,
bajo el mando del cacique Tabaré: “Cuando ya estábamos cerca del destino, nos
salió al encuentro el mismo cacique de los carios que nos había entregado su
pueblo a traición, y trajo consigo 1.000 indios para ayudarnos contra los
tabarés. Después nuestro capitán, Domingo de Irala, envió dos de estos carios para anunciar a nuestros enemigos que ya estábamos cerca y que
debían volverse a su tierra, y someterse a los cristianos volviendo a servirles,
como lo habían hecho antes, pero que, si ellos no querían, los arrojaría a
todos de la tierra. A lo cual contestó el cacique Tabaré que dijesen al capitán
de los cristianos que no querían saber nada de ellos y que, si se atreviesen a
venir, nos habían de dar la muerte. También castigaron malamente a nuestros dos
indios, y les dijeron que se pasasen pronto a su bando, porque, si no, los habían de matar”.
Los dos indios volvieron con el mensaje
del rechazo de la paz por parte del cacique Tabaré, y la reacción española fue
inmediata: “Marchamos contra nuestros enemigos, y llegamos a un
río extraordinariamente ancho, el Xexuy, pero el agua solo nos llegaba hasta la
cintura. Como teníamos que atravesarlo, los indios nos hicieron
gran resistencia y mucho daño al pasar, y bien creo que, de no ser por los
arcabuces, no habría quedado vivo
ninguno de nosotros. Y tanto nos favoreció Dios Todopoderoso, que logramos
alcanzar la otra orilla. Entonces los enemigos huyeron a su pueblo, que estaba
a media legua, y nosotros los perseguimos, llegando al pueblo al mismo tiempo
que ellos y cercándolos, sin que ningún indio pudiera salir ni entrar. Llegada
la noche, Dios Todopoderoso nos favoreció, de suerte que los derrotamos,
tomamos el pueblo y matamos mucha gente. Pero ya antes de entrar en pelea nos
había encargado nuestro capitán que no matásemos ni a mujeres ni a niños, sino
que los tomásemos prisioneros, y obedecimos su encargo. Sin embargo, todos los
enemigos que pudimos alcanzar, tuvieron que morir. También nuestros indios amigos,
los geberus, volvieron con unas 1.000 cabezas de nuestros enemigos carios (hay
que subrayar que se trataba carios que, siendo amigos de los españoles, se
habían rebelado)”.
La derrota tuvo que ser tremebunda, ya que
los indios se rindieron sin condiciones: “Después de que todo sucediera,
llegaron los carios que se habían
salvado junto con su jefe principal, Tabaré, y otros caciques, y pidieron
perdón a nuestro capitán, con la única condición de que se les devolviese sus
mujeres e hijos, porque de esa manera volverían a ser los buenos amigos de
antes y nos servirían con toda humildad. Así, pues, nuestro capitán les
prometió perdón y decidió favorecerlos. Luego se hicieron buenos amigos, hasta
que yo partí de aquella tierra. Año y medio duró esta guerra con los
carios (de 1545 a 1547), así que durante este tiempo no hubo paz y
nosotros no podíamos estar seguros”.
(Imagen) Entramos de momento en una parte
algo monótona de esta historia, pero veremos incidentes llamativos, y pronto
aumentará la intensidad del relato. El Gobernador Domingo Martínez de Irala,
después de su rotundo y duro triunfo sobre los indios carios, quienes tras la
derrota volvieron a ser amigos de los españoles, partirá de conquista en
dirección norte, y llegará hasta la
frontera con Perú. No va a ser, como en Chile, una lucha continua contra los
mismos enemigos, sino un avance teniendo contactos con tribus distintas. Veremos
a Ulrico como hombre religioso, y, al mismo tiempo, carente de escrúpulos. Tras
regresar a Asunción, los españoles permanecieron en la ciudad dos largos años. Después
Domingo de Irala decidió partir en busca de territorios donde encontrar oro y
plata, con gran contento por parte de sus hombres y de los carios amigos.
Llegados a San Fernando, decidió continuar por tierra. Varios navíos volvieron
a Asunción, y, en este lugar dejó dos bergantines bajo el mando de Pedro Díaz. Habiendo
estado unos 16 días de marcha, encontraron la tribu de los embayaes, y Ulrico
comenta: “Son gente guerrera que
tiene sometidos a otros indios. Las mujeres son lindas y no se tapan las
vergüenzas. Salieron a nuestro encuentro, y le dijeron al
capitán que debíamos reposar esa noche allí, y que ellos nos traerían
todo cuanto nos faltaba. Pero esto lo hacían con mala intención, y, para confiarnos
más, enseguida le mandaron a Diego de Irala 4 coronas de plata que se ponen
ellos en la cabeza. Además, le mandaron a nuestro capitán 3 lindas doncellas, o
mujeres que no eran viejas.
Durante el tiempo que descansamos en este pueblo, distribuimos
nosotros la guardia, para que así estuviese la gente preparada contra los
enemigos, y enseguida nos acostamos a dormir en paz. Más tarde, como a la media
noche, sucedió que se le perdieron a nuestro capitán sus 3 doncellas, quizá
porque no pudo satisfacer a las 3, ya que era un hombre de unos 60 años. Si nos
las hubiese entregado a nosotros, los soldados, tal vez no hubiesen desaparecido.
Debido a esto, se armó gran alboroto en el campamento, y, en cuanto
amaneció, nuestro capitán hizo tocar generala y mandó que cada cual permaneciese
en su puesto con sus armas. Luego ocurrió que los embayaes, en número de 20.000
hombres, pretendieron sorprendernos, mas no nos sacaron gran ventaja, pues en
esta escaramuza quedaron unos 1.000 muertos. Enseguida huyeron ellos de allí y
nosotros los perseguimos hasta su pueblo, pero no encontramos indios
allí, ni sus mujeres ni sus hijos”. Después veremos que los españoles fueron
tras ellos durante 3 días e hicieron una terrible escabechina en otros
embayaes. En la imagen vemos la elegante firma de Domingo de Irala.
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