martes, 13 de septiembre de 2022

(1827) Ulrico reconoce que, tras ser apresado Cabeza de Vaca, la convivencia entre los españoles fue un infierno. Hasta los carios, indios amigos, se rebelaron. Juan Muñoz (amigo del encarcelado) le envió al Rey una carta desgarradora.

 

     (1427) Ulrico  no nos había dicho que la Gobernación de Río de la Plata era un caos después de haber sido destituido Álvar Núñez Cabeza de Vaca, pero ahora no le queda más remedio que contar los graves conflictos que surgieron, que dejan al descubierto las envidias y ambiciones desmedidas de varios capitanes de aquel lugar, en un principio aliados para desbancar a Cabeza de Vaca y luego traicionándose brutalmente unos a otros: “Cuando ya lo habían despachado a Álvar Núñez Cabeza de Vaca a España, nosotros mismos, los cristianos, entramos en tal discordia, que ya no podíamos estar en paz. Nos peleábamos uno con otro día y noche, de suerte que parecía como si el mismo diablo, metido entre nosotros, nos mandaba, y nadie se creía seguro con los demás. La tal guerra  entre nosotros mismos duró dos años largos por lo ocurrido con Álvar Núñez Cabeza de Vaca”. ¿A qué extremo llegaría el asunto, para que Ulrico diga después?:  “Cuando los carios, nuestros indios amigos, vieron este estado de cosas, que nosotros mismos andábamos desunidos, y cómo nos traicionábamos y dividíamos, no quedaron con muy buena idea de nosotros, sino que sacaron en conclusión que todo reino que está dividido tiene que perderse. Por esto, entre ellos convinieron matarnos a los cristianos o arrojarnos de la tierra. Mas Dios, el Todopoderoso, ¡loado sea siempre y eternamente!, no consintió que estos carios se saliesen con la suya. Cuando comprendimos la situación, hicimos las paces entre nosotros, y  también una alianza con otras dos tribus, los yapirúes y los guatatas. Este ejército se nos juntó en número de unos 1.000 hombres de pelea, y con esto nos alegramos mucho”.

     La batalla contra los carios va a ser muy complicada, y recogeré su parte final: “Delante del pueblo llamado Karayeba, en el que se habían refugiado estos indios, estuvimos acampados 4 días, sin poderles sacar ventaja alguna, pero luego, por traición, que nunca falta en el mundo, vino un indio durante la noche a nuestro campamento, para ver a nuestro capitán, Martínez de Irala. Era el cacique principal de los carios y a él le obedecían. Pidió que no le quemásemos ni destruyésemos su pueblo, y dijo que él nos mostraría de qué manera tomarlo, por lo que nuestro capitán le prometió que no permitiría que le hiciesen mal. Después de lo cual este cacique nos mostró un camino apartado por el que deberíamos nosotros llegar al pueblo, y dijo que él encendería fuego en el pueblo cuando llegase el momento de meternos en él. Todo sucedió tal cual se había arreglado y mucha gente pereció a manos nuestras. Los que se dieron a la fuga cayeron en manos de sus enemigos los yapirúes, que mataron a la mayoría. Los que lograron salvarse, huyeron al territorio de un cacique que se llamaba Tabaré, que estaba a 140 leguas de este pueblo de Karayeba. No pudimos perseguirlos hasta allá porque todo  el camino estaba talado y obstaculizado, para que no pudiésemos hallar comida. No obstante, nos quedamos 14 días en Karayeba, mientras sanaban y descansaban los que estaban heridos”. Resulta extraño que la batalla fuera tan sangrienta y tan desastrosa para los carios después de haberle prometido Domingo Martínez de Irala, al cacique que los ayudó tan eficazmente, que ‘no permitiría que les hiciesen ningún mal’. La única explicación sería que Irala se limitara a no dañar el poblado, pero más lógico parece que se aprovechó del ingenuo cacique y llevó a cabo una masacre.

 

    (Imagen) Ulrico es implacable con Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Vamos a nivelar su criterio con lo que le escribió al Rey, de forma impresionante, JUAN MUÑOZ, un testigo de los hechos absolutamente ‘fan’ de Cabeza de Vaca. (El texto ya lo publiqué el 28 de agosto del año pasado). Lo resumo: "Con el debido acatamiento que debo a mi Rey, yo, Juan Muñoz, natural de la ciudad de Plasencia, conquistador en esta provincia de Río de la Plata, haré relación verdadera de las cosas sucedidas después de la prisión del gobernador Cabeza de Vaca, con el cual yo vine de España. Me pareció mal lo de su prisión, por haberle tenido siempre como Gobernador en esta tierra, y también por ver que lo prendieron los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo de Irala no por servicio de Vuestra Majestad, sino por sus pasiones e intereses. Y así se comprobó luego por los malos tratamientos que hicieron a los indios, tirando sus casas, robándoles, tomándoles sus mujeres paridas y preñadas, y quitándoles las criaturas de sus pechos,  y todas las cosas que los míseros indios tenían para pasar su vida. Y sucedió que, viendo los conquistadores que ellos gozaban así de la tierra, cayeron en la vileza de ir robando y destruyendo como los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo de Irala hacían, con tanta crueldad, que, el día en que se marchaban, había tantos llantos de los maridos por sus mujeres y de las mujeres por sus maridos, que parecían romper el cielo pidiendo a Dios misericordia y a Vuestra Majestad justicia. Y esto ha durado desde el día de la prisión del gobernador Cabeza de Vaca hasta el día de la fecha de hoy, pues traen manadas de estas mujeres para sus servicios como quien va a una feria y trae una manada de ovejas, lo cual ha sido causa de poblar los cementerios de esta ciudad". Luego se queja de que ha sido nombrado gobernador Domingo de Irala, y, de inmediato, "ha tomado para sí y para cuatro yernos que tiene, y ha dado a los cuatro oficiales de Vuestra Majestad lo más y mejor de la tierra,  y el resto lo ha repartido entre sus amigos y paniaguados, así como entre franceses,  italianos  y de otras naciones porque le han ayudado a hacer estas cosas que dicho tengo. Por lo cual suplico a Vuestra Majestad que no consienta quedar así esto, pues he hecho esta relación por parecerme que hago lo que debo a vuestro servicio y al de Dios, y, si Vuestra Majestad lo viese de otra manera, mándeme cortar la cabeza, como a hombre que a su Rey no le dice la verdad". La carta está fechada el quince  de junio del año 1556, en la ciudad de Asunción, provincia de Río de la Plata. Tiene su firma al pie, y la letra coincide perfectamente con todo el texto del documento. Seguro que tuvo una biografía apasionante, pero no he podido encontrar más datos sobre su persona.




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