(1433) Continúa Ulrico contando peripecias
del camino que iban siguiendo (le acompañaban dos españoles, dos ingleses y 20
indios carios), habitado por muchas tribus: “Llegados el Domingo de Ramos donde
los indios kariesebas, estábamos convencidos de que no era conveniente entrar
en su poblado, a pesar de encontrarnos escasos de provisiones. Tuvimos que
seguir caminando para buscar la comida, pero no pudimos
contener a dos de nuestros compañeros, que, a pesar de nuestro buen consejo, se
metieron en el poblado. Les prometimos esperarlos, y, aunque lo cumplimos,
ocurrió que, en cuanto entraron, los mataron los indios, y los comieron
enseguida. ¡Quiera Dios apiadarse de ellos! Después de esto, se
nos presentaron unos 50 de estos mismos indios, y traían puesta la ropa de los
cristianos. Hablaron con nosotros, pero nos preparamos lo mejor que pudimos con
nuestras armas y les preguntamos dónde habían quedado nuestros compañeros. Dijeron
ellos que estaban en su pueblo y que nosotros también deberíamos ir allá. Nosotros
no lo quisimos hacer, y enseguida nos hicieron disparos con sus arcos, pero no
nos resistieron mucho tiempo, aunque no teníamos más amparo que un bosque
grande y cuatro arcabuces. Nos sostuvimos allí cuaatro días, y en la
cuarta noche con todo sigilo abandonamos el bosque y marchamos de allí”.
Sigue Ulrico haciendo una observación
sobre los peligros acuáticos: “En el río Uruguay vimos
serpientes de 14 pasos de largo y 2 brazadas de grueso en el medio. Cuando se
baña la gente o bebe una fiera corren mucho peligro, porque se le arrima una
serpiente de estas por debajo del agua, nada hasta donde está la presa, la
envuelve en la cola, se zambulle en seguida bajo del agua y se la come.
Continuamos caminando, durante un mes, 100 leguas y llegamos a
un pueblo grande llamado Yerubatibá, donde nos quedamos 3 días porque estábamos
muy rendidos. De lo dicho, cualquiera
puede comprender los peligros y la mala vida que tuvimos en tan dilatado viaje.
Más tarde llegamos a un pueblo que pertenece a los portugueses,
en el que mandaba Juan Ramallo (había fundado la población de Piratininga).
Para suerte nuestra, no estaba en casa, porque este pueblo me
pareció una cueva de ladrones. Ramallo estaba en casa de otro cristiano en San
Vicente (quizá fuera Martín Alfonso de Souza, fundador de la ciudad en 1531).
Ramallo aseguraba que había vivido 40
años mandando, peleando y conquistando en tierra de Indias, razón por la que quería
seguir mandando con preferencia a cualquier otro, cosa que el otro (se
supone que Souza) no se lo consentía. Pero sucedió
que era el hijo de Juan Ramallo quien estaba allí cuando llegamos, el cual nos recibió bien, aunque nosotros desconfiábamos
más de él que de los indios. Pero como allí nos fue bien, demos siempre gracias
a Dios el Creador por Cristo Jesús, su único Hijo, que hasta aquí tanto nos ha
favorecido y de todos los modos nos ha amparado”. Después de tantas peripecias,
Ulrico y sus acompañantes llegaron al que iba a ser su puerto de salida hacia
Europa, la ciudad de San Vicente. Enseguida nos contará cómo fue su viaje
marítimo, que, cosa frecuente entonces, estuvo lleno de momentos inquietantes.
(Imagen) Empecemos a ver cómo le fue a
Ulrico en su travesía del Atlántico desde Brasil: “Nos hicimos a la vela el 24
de junio de 1553, día de San Juan, y, después de 14 jornadas con tiempo
horrible, se nos tronchó el mástil del navío, por lo que tuvimos que entrar en
el brasileño puerto de Victoria. Resuelta la avería, continuamos viaje durante
4 meses por alta mar, hasta alcanzar Las Azores, de donde partimos
aprovisionados y llegamos a Lisboa el día 30 de septiembre de 1553, y allí se
me murieron 2 indios de los que traía yo de Paraguay”. Siguió haciendo el
recorrido marítimo por Sevilla, Sanlúcar
y Cádiz, donde encontró navíos holandeses que iban a salir hacia los
Países Bajos. Partió con ellos (que formaban convoy por miedo a los franceses),
pero tuvieron que regresar por un tiempo pésimo: “En el postrero de los navíos
tenía yo todos mis bienes, y, cuando ya estábamos de vuelta a una milla de
Cádiz, se nos hizo oscuro y anocheció. Entonces el almirante tuvo que mostrar
un farol para que todos los navíos lo vieran y se le arrimasen. Cuando ya habíamos
llegado a la ciudad de Cádiz, cada patrón de barco largó su ancla al agua y entonces el
almirante retiró su farol. Al mismo tiempo que esto ocurría, algunos hicieron
lumbre en tierra sin ninguna mala intención, pero resultó funesta para la
suerte del capitán Hainrich Schezen y de su navío. La lumbre estaba cerca de un molino, como a un
tiro de arcabuz de la ciudad de Cádiz, y el capitán Schezen encaminó su navío
derecho a ella porque pensó que era el farol del almirante, pues era
obligatorio reunirse con él, y, cuando su navío estaba ya muy cerca de la luz,
dio con toda fuerza sobre un peñasco que estaba allí oculto bajo el agua. Su
nave se hizo mil pedazos, y se fueron a pique gente y carga en unos diez
minutos, no quedando un palo sobre otro. Además, de los 22 que iban en el
barco, solo se salvaron el patrón y el timonel, que escaparon sobre un madero
grueso. También se perdieron 6 baúles con oro y plata pertenecientes a su
Cesárea Majestad y gran cantidad de mercancía que era propiedad de los
comerciantes. Por lo cual doy yo a Dios, mi Redentor y Salvador por Cristo
Jesús, alabanzas, honor, loas y gracias por siempre, ya que, una vez más, tan
misericordiosamente me dirigió, defendió y amparó, por cuanto estaba previsto
que yo fuera en ese navío y no llegué a tiempo de alcanzarlo”. Se había librado
Ulrico de muchos peligros, pero tenía que continuar navegando: “Paramos 2 días
en Cádiz, y tuvimos después tan terribles vendavales, que los mismos veteranos
marineros decían que nunca habían visto
tormentas tan horribles ni que durasen tanto tiempo”. La imagen
representa la primera fundación de Buenos Aires (2/2/1536), donde ya estuvo
presente Ulrico Schmídel.
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