martes, 20 de septiembre de 2022

(1833) Lo que nos cuenta Ulrico Schmídel demuestra que, en la aventura de Las Indias, viajar por tierra o por mar era tan peligroso como batallar contra los indios.

 

     (1433) Continúa Ulrico contando peripecias del camino que iban siguiendo (le acompañaban dos españoles, dos ingleses y 20 indios carios), habitado por muchas tribus: “Llegados el Domingo de Ramos donde los indios kariesebas, estábamos convencidos de que no era conveniente entrar en su poblado, a pesar de encontrarnos escasos de provisiones. Tuvimos que seguir caminando para buscar la comida, pero no pudimos contener a dos de nuestros compañeros, que, a pesar de nuestro buen consejo, se metieron en el poblado. Les prometimos esperarlos, y, aunque lo cumplimos, ocurrió que, en cuanto entraron, los mataron los indios, y los comieron enseguida. ¡Quiera Dios apiadarse de ellos! Después de esto, se nos presentaron unos 50 de estos mismos indios, y traían puesta la ropa de los cristianos. Hablaron con nosotros, pero nos preparamos lo mejor que pudimos con nuestras armas y les preguntamos dónde habían quedado nuestros compañeros. Dijeron ellos que estaban en su pueblo y que nosotros también deberíamos ir allá. Nosotros no lo quisimos hacer, y enseguida nos hicieron disparos con sus arcos, pero no nos resistieron mucho tiempo, aunque no teníamos más amparo que un bosque grande y cuatro arcabuces.  Nos sostuvimos allí cuaatro días, y en la cuarta noche con todo sigilo abandonamos el bosque y marchamos de allí”.

     Sigue Ulrico haciendo una observación sobre los peligros acuáticos: “En el río Uruguay vimos serpientes de 14 pasos de largo y 2 brazadas de grueso en el medio. Cuando se baña la gente o bebe una fiera corren mucho peligro, porque se le arrima una serpiente de estas por debajo del agua, nada hasta donde está la presa, la envuelve en la cola, se zambulle en seguida bajo del agua y se la come. Continuamos caminando, durante un mes, 100 leguas y llegamos a un pueblo grande llamado Yerubatibá, donde nos quedamos 3 días porque estábamos muy rendidos. De lo  dicho, cualquiera puede comprender los peligros y la mala vida que tuvimos en tan dilatado viaje. Más tarde llegamos a un pueblo que pertenece a los portugueses, en el que mandaba Juan Ramallo (había fundado la población de Piratininga). Para suerte nuestra, no estaba en casa, porque este pueblo me pareció una cueva de ladrones. Ramallo estaba en casa de otro cristiano en San Vicente (quizá fuera Martín Alfonso de Souza, fundador de la ciudad en 1531). Ramallo aseguraba  que había vivido 40 años mandando, peleando y conquistando en tierra de Indias, razón por la que quería seguir mandando con preferencia a cualquier otro, cosa que el otro (se supone que Souza) no se lo consentía. Pero sucedió que era el hijo de Juan Ramallo quien estaba allí cuando llegamos,  el cual nos recibió bien, aunque nosotros desconfiábamos más de él que de los indios. Pero como allí nos fue bien, demos siempre gracias a Dios el Creador por Cristo Jesús, su único Hijo, que hasta aquí tanto nos ha favorecido y de todos los modos nos ha amparado”. Después de tantas peripecias, Ulrico y sus acompañantes llegaron al que iba a ser su puerto de salida hacia Europa, la ciudad de San Vicente. Enseguida nos contará cómo fue su viaje marítimo, que, cosa frecuente entonces, estuvo lleno de momentos inquietantes.

 

    (Imagen) Empecemos a ver cómo le fue a Ulrico en su travesía del Atlántico desde Brasil: “Nos hicimos a la vela el 24 de junio de 1553, día de San Juan, y, después de 14 jornadas con tiempo horrible, se nos tronchó el mástil del navío, por lo que tuvimos que entrar en el brasileño puerto de Victoria. Resuelta la avería, continuamos viaje durante 4 meses por alta mar, hasta alcanzar Las Azores, de donde partimos aprovisionados y llegamos a Lisboa el día 30 de septiembre de 1553, y allí se me murieron 2 indios de los que traía yo de Paraguay”. Siguió haciendo el recorrido marítimo por Sevilla, Sanlúcar  y Cádiz, donde encontró navíos holandeses que iban a salir hacia los Países Bajos. Partió con ellos (que formaban convoy por miedo a los franceses), pero tuvieron que regresar por un tiempo pésimo: “En el postrero de los navíos tenía yo todos mis bienes, y, cuando ya estábamos de vuelta a una milla de Cádiz, se nos hizo oscuro y anocheció. Entonces el almirante tuvo que mostrar un farol para que todos los navíos lo vieran y se le arrimasen. Cuando ya habíamos llegado a la ciudad de Cádiz, cada patrón de  barco largó su ancla al agua y entonces el almirante retiró su farol. Al mismo tiempo que esto ocurría, algunos hicieron lumbre en tierra sin ninguna mala intención, pero resultó funesta para la suerte del capitán Hainrich Schezen y de su navío.  La lumbre estaba cerca de un molino, como a un tiro de arcabuz de la ciudad de Cádiz, y el capitán Schezen encaminó su navío derecho a ella porque pensó que era el farol del almirante, pues era obligatorio reunirse con él, y, cuando su navío estaba ya muy cerca de la luz, dio con toda fuerza sobre un peñasco que estaba allí oculto bajo el agua. Su nave se hizo mil pedazos, y se fueron a pique gente y carga en unos diez minutos, no quedando un palo sobre otro. Además, de los 22 que iban en el barco, solo se salvaron el patrón y el timonel, que escaparon sobre un madero grueso. También se perdieron 6 baúles con oro y plata pertenecientes a su Cesárea Majestad y gran cantidad de mercancía que era propiedad de los comerciantes. Por lo cual doy yo a Dios, mi Redentor y Salvador por Cristo Jesús, alabanzas, honor, loas y gracias por siempre, ya que, una vez más, tan misericordiosamente me dirigió, defendió y amparó, por cuanto estaba previsto que yo fuera en ese navío y no llegué a tiempo de alcanzarlo”. Se había librado Ulrico de muchos peligros, pero tenía que continuar navegando: “Paramos 2 días en Cádiz, y tuvimos después tan terribles vendavales, que los mismos veteranos marineros decían que nunca habían visto  tormentas tan horribles ni que durasen tanto tiempo”. La imagen representa la primera fundación de Buenos Aires (2/2/1536), donde ya estuvo presente Ulrico Schmídel.




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