(1423) Entonces Ulrico tuvo la oportunidad
de hacer un viaje que, en principio, debería ser como unas vacaciones, pero
aquellos soldados siempre estaban amenazados por el riesgo: “El capitán del barco,
Gonzalo de Mendoza, le pidió a Domingo Martínez de Irala que le diese 6
compañeros de la gente de guerra. Él se lo concedió, y, así, nos llevó a mí y a
5 españoles consigo, más otros 20 hombres de guerra y marineros.
Partimos por mar el 4 de junio de 1538, llegamos a Santa Catarina un mes más
tarde, y allí encontramos el navío que había llegado de España, y
al capitán Alonso de Cabrera junto con toda su gente. Nos alegramos
mucho, nos quedamos 2 meses (qué gozada para un sufrido militar), y
cargamos los 2 barcos con arroz, mandioca y maíz. Después de esto, nosotros, los
2 navíos y el capitán Alonso de Cabrera con toda su gente partimos de Santa
Catarina hacia Buenos Aires. Tras navegar unas 20 leguas, dimos con el agua de
la desembocadura de los ríos Paraná e Iguazú. Llegamos la víspera de Todos los Santos,
yendo juntos los dos navíos, porque es costumbre que los barcos se detengan al
llegar la puesta del sol para comentar los incidentes de la jornada, comprobar
cuánto se ha caminado y decidir el rumbo que se ha de seguir el día siguiente.
Nuestro piloto aseguraba que ya estábamos en aguas del Paraná, pero el del otro
barco decía que aún quedaba lejos ese punto. Como se verá más adelante, este
piloto era más experto que el nuestro, y, por consejo suyo, su nave permaneció
en alta mar, mientras nosotros tomábamos rumbo hacia la costa. Íbamos a
obscuras, se levantó un recio temporal, y, a eso de las 12 de la noche, vimos
tierra, pero antes de que pudiésemos largar nuestra ancla. Después encalló el
navío, y nos faltaba como media legua de distancia para llegar a tierra.
Entonces comprendimos que no nos quedaba más remedio que clamarle a Dios
Todopoderoso que nos favoreciese y tuviese misericordia. En ese mismo instante,
nuestro navío se hizo cien mil pedazos y se ahogaron 15 hombres y 6 indios. Algunos escaparon
sobre trozos de madera, yo y 5 compañeros más nos salvamos en el mástil, y, de
los desaparecidos, no pudimos recoger un solo cuerpo. El Señor Dios nos
favorezca, a ellos y a nosotros todos”. No precisa que, entre los
supervivientes, estaban el capitán de barco, Gonzalo de Mendoza y el torpe
piloto.
Los supervivientes pudieron alcanzar la
costa, pero en condiciones calamitosas: “Después de esto nos
vimos obligados a caminar a pie 10 leguas. Habíamos perdido toda nuestra ropa
en el navío, los víveres también, y nos tuvimos que remediar con las raíces y
frutillas que hallábamos en el campo, hasta que llegamos a una ensenada llamada
San Gabriel, y allí encontramos el otro navío con su capitán, Alonso de
Cabrera, que había llegado 3 días antes que nosotros. Le habían
comunicado todo esto a nuestro capitán, Domingo Martínez de Irala, que estaba
en Buenos Aires. Él se afligió sobremanera por nosotros, y creyendo que
habíamos perecido todos, mandó decirnos algunas misas. Después de
llegar nosotros a Buenos Aires,
Domingo Martínez de Irala hizo llamar a nuestro capitán y al piloto. De no ser por
los muchos ruegos que por él se hicieron, habría hecho ahorcar al piloto, pero, no obstante,
tuvo que pasar 4 largos años como simple marinero”.
(Imagen) La crónica de Ulrico Schmídel ha
tenido muchas traducciones y revisiones. Sobre la que estoy manejando, se hace
referencia a que, quien figura como Domingo Martínez de Irala durante estos
últimos hechos, es en realidad Francisco Ruiz Galán, el cual, dentro de poco,
llegará a Asunción desde Buenos Aires, acompañado por Alonso de Cabrera, y se
encontrarán con Irala. Dejaré sin tocar lo que
ya hemos visto en este último tramo de la crónica, pero eliminaré el
nombre de Domingo Martínez de Irala cuando su presencia parezca errónea. Veamos,
no obstante, quién fue FRANCISCO RUIZ GALÁN, muy poco amigo de Irala. Había
nacido (ver imagen) en Guadix (Granada) el año 1500, y tuvo una relación muy
estrecha desde joven con Pedro de Mendoza, el fallecido gobernador de Río de la
Plata, adonde llegaron juntos los dos. Mendoza le había dado el máximo poder en
la ciudad de Buenos Aires, como representante suyo, al tiempo que decidía
mostrar su voluntad de que, en caso de fallecer, le sustituyera como gobernador
Juan de Ayolas. Ya hemos visto que murió Mendoza y murió Ayolas después. Ulrico
nos ha dicho que, en esa situación, casi por completa unanimidad, las autoridades
y los militares reconocieron como nuevo gobernador a Domingo Martínez de Irala.
La gobernación de Río de la Plata estuvo siempre inmersa en muchos dramas por
las disputas del poder, y llegará al culmen, como vimos hace tiempo y
volveremos a ver, al presentarse como gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
Ahora la pelea va a ser entre tres contrincantes: Francisco Ruiz Galán, Alonso
de Cabrera y Domingo Martínez de Irala, quien será el ganador, con gran rabia
de Ruiz Galán y la conformidad de Cabrera, quedando después Irala, además, ratificado
en el cargo por Carlos V. Si Río de la Plata tenía fama de ser una ‘gobernación
sin ley’, e, incluso, se la llamaba ‘El Paraíso de Mahoma’ (por su desmadre
sexual), Francisco Ruiz Galán se caracterizaba por ser muy cruel, poco
fiable y una de las personas menos recomendables. En 1541 Martínez de Irala
ordenó el abandono de Buenos Aires trasladando a Asunción a los pobladores.
Entonces Francisco Ruiz Galán renunció a todo, y Martínez de Irala le permitió que
marchara a la brasileña isla de Santa Catarina, para que pudiera ir a España y
retornar a su lugar natal, Guadix. En dicha isla se perdió por completo el
contacto con él, y, al parecer, murió allí entonces. El párrafo siguiente es de Ulrico, y sigue hablando como
si Irala estuviera presente: “Estando toda la gente reunida en
Buenos Aires el año 1539, mandó enseguida nuestro capitán general (Irala;
pero quienes lo ordenaron fueron Ruiz Galán y Alonso de Cabrera), que se preparasen
los bergantines, reunió a toda la
gente y quemó los navíos grandes. Después navegamos nosotros aguas arriba del
Paraná hasta llegar a Asunción, y allí permanecimos 2 años largos
esperando que la Cesárea Majestad enviara nuevas órdenes”.
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