(1429) Los españoles iban con ganas de
escarmentar a los indios embayaes, y los encontraron, pero no a los que
buscaban, sino a otros de la misma tribu, resultando bochornoso lo que ocurrió.
Ulrico hace un ligero comentario compasivo, pero actuó como todos, matando y
expoliando: “Al tercer día, dimos en un bosque con los embayaes todos
juntos, hombres, mujeres y niños, pero no eran los que buscábamos, sino sus
amigos. Y tuvieron que pagar justos por pecadores, porque matamos y apresamos
hombres, mujeres y niños en número de 3.000 personas. Yo saqué de esta
escaramuza más de 19 personas, hombres y mujeres, que no eran viejas. Después marchamos hasta una tribu llamada Chané. Son
vasallos de los dichos embayaes, y cuando nos vieron, como
huyeron todos, hallamos en el tal pueblo más que de sobra de comer”.
Continuaba la marcha, y Ulrico nos va
citando nombres de poblados y aclarando que, de paso, se llevaron algunos
intérpretes nativos. Por donde pasaban, los indios solían huir, y los españoles
se abastecían de lo que encontraban en aquellos lugares. A veces, también eran
bien recibidos por los nativos, recogían provisiones y continuaban caminando. Estaba
claro que el objetivo de su avance era encontrar minas de oro y plata. Habla de
unos indios que se les enfrentaron, y Ulrico, como hace a veces, suelta una
frase irónica: “Luego llegamos a una tribu de sunenos, que son
una gran multitud. Nos recibieron con sus arcos y flechas, y nos ‘dieron de
comer’ dardos, pero muy pronto les fue mal, y tuvieron que abandonar el pueblo,
aunque primeramente lo incendiaron, y, a pesar de todo, hallamos bastante comida
en el bosque”.
Es llamativo el detalle con que Ulrico
anota los nombres de todas las tribus que fueron encontrando por el camino (y
coinciden con los datos históricos). Como no daban con las riquezas mineras que
buscaban, seguían hacia el norte deteniéndose solo para comer, descansar y dormir.
Se encontraron con tribus de borkenes, leichonos y sieberíes, habiendo encontrado
a estos últimos después de haber muerto de sed por el camino numerosos
españoles e indios amigos: “Llegamos nosotros a las 2 de la
mañana, y los sieberíes se preparaban para huir de allí con mujeres e hijos.
Pero nuestro capitán les anunció por boca de un intérprete que estuviesen en
sus casas tranquilos y que no tenían por qué preocuparse. Estos sieberíes también
sufrían gran escasez de agua, pues no llovía desde hacía 3 meses, por eso se
hacían una bebida con raíces de mandioca, con las que obtienen un jugo
que parece leche. Pero si hay agua, entonces se puede hacer también vino con
ella. En este pueblo solo había un manantial, y el capitán tuvo a bien
encargarme su vigilancia para que el agua se distribuyese según una medida
establecida (un detalle que muestra la honradez de Ulrico). Y como era tan
grande su escasez, ya nadie pensaba en el oro ni en la plata ni en comer ni en
otra cosa alguna, sino sólo en el agua. Así me gané esta vez, de nobles y
plebeyos, y de todos en general, la buena voluntad, porque les daba toda el agua que se podía, y, al mismo tiempo,
tuve buen cuidado de que a mí tampoco me faltase. En toda esta tierra no se
encuentra más agua que la que proporcionan las represas. Y hasta los sieberíes
tienen que hacen la guerra contra otros indios para conseguir agua”.
(Imagen) Ulrico sigue contando cómo los
españoles iban hacia el norte buscando territorios con minas de plata y oro.
Habían topado con numerosas tribus, algunas de ellas muy belicosas, con las que
hubo que batallar. Estaban los españoles tan desorientados, que confiaron
supersticiosamente en la suerte: “Llevábamos cuatro días con los indios
sieberíes, y ya no sabíamos lo que deberíamos hacer (acababan
de pasar una sed mortífera), si teníamos que marchar para atrás o para
delante. Entonces lo tiramos a suertes, y el resultado fue que tocó seguir
adelante. Nuestro capitán, Diego de Irala, les pidió a los sieberíes informe
sobre aquellas tierras, y contestaron que, con 6 días de marcha, podríamos llegar donde los indios
peisenes, y que en el camino encontraríamos agua en 2 arroyuelos. Partimos de
allí llevando algunos guías sieberíes, pero se escaparon una noche, de manera
que nosotros mismos tuvimos que dar con el camino y llegamos al
poblado que buscábamos. Resultó que estos indios peisenes no quisieron ser
nuestros amigos, y se prepararon para el ataque, pero de poco les sirvió, porque,
con el favor de Dios, los vencimos, conquistamos el poblado y ellos se dieron a
la fuga”. No debemos olvidar que la vida de los españoles en las Indias siempre
fue muy dura, sin que faltaran situaciones espantosas. Nos toca hablar de tres
desafortunados que vivían como esclavos, y van a acabar aún peor. Ya nos contó
Ulrico que, cuando los indios mataron al gobernador Juan de Ayolas y a todos
sus hombres (año 1538), pudieron salvarse tres que habían quedado atrás por
estar muy enfermos. Llevaban viviendo al servicio de estos mismos indios, los
peisenes, desde hacía siete años. Y Ulrico nos añade: “En esta escaramuza con los peisenes, hicimos algunos prisioneros
que nos contaron que habían tenido en su pueblo a 3 españoles, de los que uno,
llamado Jerónimo, había sido soldado del gobernador Pedro de Mendoza. A estos 3
españoles los había dejado Juan de Ayolas enfermos en el poblado de
los indios peisenes, poco antes de que Ayolas y sus hombres murieran. Y
supimos que a estos 3 españoles los
habían asesinado los peisenes 4 días antes de nuestra llegada, es decir, en
cuanto se enteraron por los indios sieberíes de que nos estábamos
acercando. Pero, por ello, más tarde
recibieron buen escarmiento en manos nuestras. Acampamos 14 días enteros en el
pueblo de ellos, los buscamos y los hallamos juntos cerca de un bosque, pero no
a todos. Luego los matamos, y también hicimos
prisioneros que nos informaron de todas las ventajas de aquella tierra, de lo
que nuestro capitán tomó los detalles, y nos dieron la buena noticia de que solo
nos faltaban 4 días de camino para llegar a la tribu de los maigenos”.
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