(1443) En su difícil retorno a Asunción,
no ganaban para sustos. Domingo de Irala
no tuvo más remedio que colocar en algunas canoas a los enfermos que no podían
ya ni andar, siendo necesario poner sumo cuidado en evitar el gran peligro de
aquellas aguas: “Tuvo que asumir la responsabilidad como capitán un hidalgo de
Extremadura, llamado Alonso de Encinas. Este se ocupó del encargo con tanta
prudencia, que salió de los mayores peligros del mundo. Especialmente en un
paso peligrosísimo del río, por un remolino que absorbía el agua sin dejar a
una y otra parte de la orilla cosa que no tragase dentro de su hondura, con
tanta furia y velocidad, que, cogida una vez, era imposible salir de la
profundidad de la olla. Allí le hicieron los indios una celada, tratando de echarlos
a todos con sus canoas en este remolino. Alonso de Encinas mandó con gran
diligencia que todos los españoles saliesen a tierra con sus armas en las
manos, y, acompañados de algunos indios amigos, fueron a ver el paso de la
celada. Tras descubrirla, pelearon con los indios de tal manera, que los
hicieron retirarse, y, una vez seguros, continuaron con sus balsas y canoas
poco a poco, hasta alejarlas de una en una de aquel riesgo y peligro. Dios
Nuestro Señor tuvo a bien sacarlos de aquel Caribdis y Escila (los dos
monstruos mitológicos griegos que, desde cada una de las riberas de un paso
estrecho, devoraban a los navegantes), hasta ponerles a salvo en lo más apacible del río, y supieron
entonces que en la desembocadura del Río de la Plata estaban algunos navíos de
España”. Había un culpable de los peligros por los que pasaron los españoles y
los indios amigos, debido a que les dio, vengativamente, informaciones falsas
acerca del camino más apropiado: “Sucedida esta nefasta perdición de tanta
gente, el General Irala prendió al intérprete Hernando Díaz, y, estando ya para
ser ahorcado, salió aquella noche de la prisión en que se encontraba, y huyó a
Brasil, topando en aquella costa con el capitán Hernando de Trejo, e hizo allá
otros males por los que fue condenado a destierro en una isla desierta, de la que
también huyó corriendo grandes aventuras”.
Domingo Martínez de Irala tuvo actuaciones
poco honrosas en Río de la Plata por sus ambiciones políticas, pero también es
innegable que fue un gran militar, y un líder de excepcional importancia. Y es
a esto último a lo que va a hacer ahora referencia su yerno Ruy Díaz de Guzmán:
“No se puede negar lo mucho que esta
provincia del Río de la Plata debe a Domingo Martínez de Irala, desde que en
ella entró, y más todavía desde que fue elegido general de todos los
conquistadores. Con verdad se puede decir, que se le debe a él la mayor parte
de la conservación de aquella tierra. El cual, viendo que nunca se había podido
mantener población alguna en la desembocadura del Río de la Plata, siendo tan
necesario para escala de los navíos que de España viniesen, decidió hacer una
fundación en la frontera con Brasil, sobre el río Paraná. Además convenía
hacerlo para evitar los grandes daños que los portugueses hacían a los indios carios
llevándolos para venderlos como esclavos, privándolos de su libertad y
sujetándolos a perpetua servidumbre”.
(Imagen) DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA tuvo el
acierto de ordenar que se fundara una población cerca de la costa del Atlántico
y fronteriza con Brasil. Quería preparar un puerto para la llegada de los
barcos españoles, ya que todos los intentos de establecerlo en Buenos Aires
fracasaron. Pero había otro motivo que muestra el distinto trato que
portugueses y españoles daban a los indios. Los primeros no tenían ningún
escrúpulo en esclavizarlos (era su tradición). También los españoles lo hacían,
pero sujetos a leyes muy estrictas. Además, Irala quería evitar que los
portugueses (y españoles corruptos) apresaran y vendieran a indios carios que
habían aceptado ser vasallos del Rey de España. Irala le encargó la misión al
capitán García Rodríguez de Vergara, el cual partió el año 1554 con ese
destino, desde Asunción y llevando sesenta soldados. Llegado al lugar, escogió
un sitio que le pareció apropiado, y le puso entonces el nombre de Ontiveros
(de donde él procedía, como San Juan de la Cruz). Domingo de Irala le hizo
volver a Rodríguez de Vergara para que se ocupara de otros asuntos, y, cuando llegó
a Ontiveros su sustituto, fue mal recibido por los españoles, quizá por ser
antiguos partidarios de Cabeza de Vaca y
de Diego de Abreu, enemigos de Irala. El cual envió entonces (año 1556)
a Pedro de Segura con 50 soldados para castigar esa rebeldía, pero también
pinchó en hueso y tuvo que regresar, ya que se le enfrentaron españoles rebeldes,
curiosamente capitaneados por un rabioso inglés llamado Nicolás Colman, que,
anteriormente, había luchado en el ejército español. El siguiente enviado por
Irala fue Ñuflo de Chaves, quien llegó a Ontiveros el año 1557, hizo algunos
castigos y obligó al resto de los españoles a abandonar la población y
refundarla en otro lugar, poniéndole el nombre de Ciudad Real de Guayrá. Después
de contar esto, el cronista se dedica a ensalzar a su suegro, Irala, por su labor en Asunción: “Edificó
en breve tiempo una iglesia, que es hoy la catedral del obispado. Levantó otros
edificios y el ayuntamiento, que ennoblecieron aquella ciudad, quedando
acrecentadas su población, abundancia y
comodidad. Aunque al principio no había ánimo de fundar una ciudad, se ha ido
perpetuando con la nobleza y calidad de los que la habitan. Está fundada sobre
el río Paraguay, tiene ahora tres conventos de religiosos franciscanos,
mercedarios y jesuitas, y un hospital para españoles y nativos. Es
abundantísima en todo lo necesario, y, por ser la primera fundación que se hizo,
me pareció que procedía tratar en este capítulo de sus calidades, por ser madre
de todos los que en ella hemos nacido”. No estaría de más que Ruy Díaz de
Guzmán mencionase que, quien la fundó (el 15 de agosto de 1537), fue el
burgalés JUAN DE SALAZAR.
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