domingo, 2 de octubre de 2022

(1843) Un escurridizo traidor, el intérprete mestizo Hernando Díaz, logró escapar de la horca. El cronista Ruy Díaz hace merecidos elogios de su suegro, Domingo de Irala, pero oculta sus defectos.

 

     (1443) En su difícil retorno a Asunción, no ganaban para  sustos. Domingo de Irala no tuvo más remedio que colocar en algunas canoas a los enfermos que no podían ya ni andar, siendo necesario poner sumo cuidado en evitar el gran peligro de aquellas aguas: “Tuvo que asumir la responsabilidad como capitán un hidalgo de Extremadura, llamado Alonso de Encinas. Este se ocupó del encargo con tanta prudencia, que salió de los mayores peligros del mundo. Especialmente en un paso peligrosísimo del río, por un remolino que absorbía el agua sin dejar a una y otra parte de la orilla cosa que no tragase dentro de su hondura, con tanta furia y velocidad, que, cogida una vez, era imposible salir de la profundidad de la olla. Allí le hicieron los indios una celada, tratando de echarlos a todos con sus canoas en este remolino. Alonso de Encinas mandó con gran diligencia que todos los españoles saliesen a tierra con sus armas en las manos, y, acompañados de algunos indios amigos, fueron a ver el paso de la celada. Tras descubrirla, pelearon con los indios de tal manera, que los hicieron retirarse, y, una vez seguros, continuaron con sus balsas y canoas poco a poco, hasta alejarlas de una en una de aquel riesgo y peligro. Dios Nuestro Señor tuvo a bien sacarlos de aquel Caribdis y Escila (los dos monstruos mitológicos griegos que, desde cada una de las riberas de un paso estrecho, devoraban a los navegantes), hasta ponerles  a salvo en lo más apacible del río, y supieron entonces que en la desembocadura del Río de la Plata estaban algunos navíos de España”. Había un culpable de los peligros por los que pasaron los españoles y los indios amigos, debido a que les dio, vengativamente, informaciones falsas acerca del camino más apropiado: “Sucedida esta nefasta perdición de tanta gente, el General Irala prendió al intérprete Hernando Díaz, y, estando ya para ser ahorcado, salió aquella noche de la prisión en que se encontraba, y huyó a Brasil, topando en aquella costa con el capitán Hernando de Trejo, e hizo allá otros males por los que fue condenado a destierro en una isla desierta, de la que también huyó corriendo grandes aventuras”.

     Domingo Martínez de Irala tuvo actuaciones poco honrosas en Río de la Plata por sus ambiciones políticas, pero también es innegable que fue un gran militar, y un líder de excepcional importancia. Y es a esto último a lo que va a hacer ahora referencia su yerno Ruy Díaz de Guzmán:  “No se puede negar lo mucho que esta provincia del Río de la Plata debe a Domingo Martínez de Irala, desde que en ella entró, y más todavía desde que fue elegido general de todos los conquistadores. Con verdad se puede decir, que se le debe a él la mayor parte de la conservación de aquella tierra. El cual, viendo que nunca se había podido mantener población alguna en la desembocadura del Río de la Plata, siendo tan necesario para escala de los navíos que de España viniesen, decidió hacer una fundación en la frontera con Brasil, sobre el río Paraná. Además convenía hacerlo para evitar los grandes daños que los portugueses hacían a los indios carios llevándolos para venderlos como esclavos, privándolos de su libertad y sujetándolos a perpetua servidumbre”.

 

     (Imagen) DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA tuvo el acierto de ordenar que se fundara una población cerca de la costa del Atlántico y fronteriza con Brasil. Quería preparar un puerto para la llegada de los barcos españoles, ya que todos los intentos de establecerlo en Buenos Aires fracasaron. Pero había otro motivo que muestra el distinto trato que portugueses y españoles daban a los indios. Los primeros no tenían ningún escrúpulo en esclavizarlos (era su tradición). También los españoles lo hacían, pero sujetos a leyes muy estrictas. Además, Irala quería evitar que los portugueses (y españoles corruptos) apresaran y vendieran a indios carios que habían aceptado ser vasallos del Rey de España. Irala le encargó la misión al capitán García Rodríguez de Vergara, el cual partió el año 1554 con ese destino, desde Asunción y llevando sesenta soldados. Llegado al lugar, escogió un sitio que le pareció apropiado, y le puso entonces el nombre de Ontiveros (de donde él procedía, como San Juan de la Cruz). Domingo de Irala le hizo volver a Rodríguez de Vergara para que se ocupara de otros asuntos, y, cuando llegó a Ontiveros su sustituto, fue mal recibido por los españoles, quizá por ser antiguos partidarios de Cabeza de Vaca y  de Diego de Abreu, enemigos de Irala. El cual envió entonces (año 1556) a Pedro de Segura con 50 soldados para castigar esa rebeldía, pero también pinchó en hueso y tuvo que regresar, ya que se le enfrentaron españoles rebeldes, curiosamente capitaneados por un rabioso inglés llamado Nicolás Colman, que, anteriormente, había luchado en el ejército español. El siguiente enviado por Irala fue Ñuflo de Chaves, quien llegó a Ontiveros el año 1557, hizo algunos castigos y obligó al resto de los españoles a abandonar la población y refundarla en otro lugar, poniéndole el nombre de Ciudad Real de Guayrá. Después de contar esto, el cronista se dedica a ensalzar  a su suegro, Irala, por su labor en Asunción: “Edificó en breve tiempo una iglesia, que es hoy la catedral del obispado. Levantó otros edificios y el ayuntamiento, que ennoblecieron aquella ciudad, quedando acrecentadas  su población, abundancia y comodidad. Aunque al principio no había ánimo de fundar una ciudad, se ha ido perpetuando con la nobleza y calidad de los que la habitan. Está fundada sobre el río Paraguay, tiene ahora tres conventos de religiosos franciscanos, mercedarios y jesuitas, y un hospital para españoles y nativos. Es abundantísima en todo lo necesario, y, por ser la primera fundación que se hizo, me pareció que procedía tratar en este capítulo de sus calidades, por ser madre de todos los que en ella hemos nacido”. No estaría de más que Ruy Díaz de Guzmán mencionase que, quien la fundó (el 15 de agosto de 1537), fue el burgalés JUAN DE SALAZAR.




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