(1455) Ya hemos visto que Ñuflo de Chaves iba por delante de su tropa con doce soldados y
los indios guaraníes lo mataron a él y a todos los demás, menos al corneta, que
pudo escapar y evitar que cayera en la trampa el resto de la tropa de
españoles, a cuyo mando iba Diego de Mendoza, el hombre de mayor confianza de
Chaves. Aun sabiendo los indios que el corneta podía dar aviso de lo ocurrido,
se habían entusiasmado con la matanza que hicieron y se prepararon para
sorprender al resto de los españoles en
un lugar apropiado: “Se situaron en un lugar peligroso por donde los nuestros
habían de pasar. Don Diego de Mendoza descubrió su celada, y, encontrando otro
lugar más seguro, mandó que pasasen por él a 20 arcabuceros de a caballo y
algunos indios amigos para sorprender de espaldas al enemigo. Tras hacerlo, acometieron a los indios consiguiendo que
salieran a campo raso, y así pudo pasar don Diego con su gente. Ya todos juntos
en el llano, se trabó una reñida pelea, y ayudando Nuestro Señor a los
nuestros, pusieron en huida al enemigo con muerte de muchos de los suyos, y
prendieron a algunos caciques, a los cuales mandó Don Diego hacer cuartos y
empalarlos por los caminos. Para completar este castigo y tener fuerza
suficiente, consiguió el apoyo de indios
de aquella zona que le eran leales y fue al pueblo del cacique Porrilla, donde
estaban los principales autores de la traición y muerte de Ñuflo de Chaves
aguardando a los nuestros y habiéndose reforzado de mucha gente de guerra. Confiados
en eso, atacaron los indios con tanto esfuerzo, que pusieron a los españoles en
gran aprieto, hasta que, favorecidos por Nuestro Señor, se enfrentaron a los
indios y les hicieron retroceder. Entrando en el pueblo, le dieron fuego, y,
yendo en su persecución, pasaron a cuchillo a cuantos topaban, sin perdonar
sexo ni condición. Hicieron en ellos el más riguroso castigo que se ha visto en
las Indias, pues, de alguna manera, hubo exceso de crueldad, ya que pagaban muchos
inocentes lo que debían los culpables, con lo que se atajó el paso en alguna
manera a tanta malicia. Hecho lo que más convino, Don Diego dio la vuelta a la
ciudad de Santa Cruz, donde luego que llegó, el cabildo y toda la demás gente lo
nombraron Capitán y Justicia mayor en nombre de Su Majestad, y como a tal le
recibieron al uso y ejercicio de su oficio, en el ínterin que otra cosa fuese
proveída por la real audiencia y virrey de aquel reino. Y dando cuenta, como
debían, de lo sucedido a quien tocaba, fue aprobado don Diego, en cuya virtud asumió
la gobernación de aquella tierra. Hasta que, andando el tiempo, don Francisco
de Toledo, que por orden de Su Majestad fue proveído como virrey del Perú,
envió por gobernador de esta provincia de Santa Cruz al capitán Juan Pérez de Zurita,
persona principal y que había servido a Su Majestad en cargos preeminentes, hallándose
en la conquista del reino de Chile, y administrando el gobierno de Tucumán. Y,
con su entrada, ocurrieron las revoluciones y tumultos que en su lugar diremos,
junto con la muerte de don Diego, para hablar del viaje de Felipe de Cáceres y
el Obispo hasta llegar a la Asunción”. Pero no podremos ver lo que le ocurrió a
Diego de Guzmán, porque el texto debería continuar en el siguiente tomo de la
crónica de Ruy Díaz de Guzmán, el cuarto, que ya no existe. Haré, pues, uso de
otras fuentes para conocer algo más sobre su vida y milagros.
(Imagen) Hemos visto que DIEGO DE MENDOZA,
al enterarse de la cruel muerte que dieron los guaraníes a Ñuflo de Chaves y a once
de sus hombres, reaccionó con una ira desenfrenada, en parte por ser el cuñado
de Chaves (casado con su hermana Elvira de Mendoza), y llevó a cabo una
venganza terrible con los indios y sus familias. Diego había nacido en
Asunción, en 1540, teniendo solamente 28 años cuando ocurrieron los hechos.
Hijo de Francisco de Mendoza y de María Angulo, disfrutaba de un alto nivel
social, ya que su padre era el gobernador de Asunción. Cuando Ñuflo de Chaves
salió de los márgenes de Río de la Plata para andar de conquista por territorios
que lindaban con Perú, le acompañaba Diego de Mendoza, el cual estuvo presente
el año 1559 en la fundación de la ciudad de La Barranca, y, en 1561, en la de
Santa Cruz de la Sierra. En 1564, regresó a Asunción y se casó con Ana de la
Torre (con la que tuvo tres hijos), sobrina del obispo de Paraguay Pedro
Fernández de la Torre. Poco después regresó a Santa Cruz con Chaves, quien le
dio plenos poderes para estar al mando de la ciudad cuando él se ausentara.
Como hemos visto, en 1568, Ñuflo de Chaves ‘se ausentó del todo’, porque lo
mataron los indios. En esas circunstancias, se demostró lo apreciado que era
Diego de Mendoza, ya que fue elegido gobernador de Santa Cruz de la Sierra por
el voto de la gran mayoría de los vecinos. Pero esa decisión fue tomada de
forma ilegal, porque no le correspondía a ellos, sino que era competencia
exclusiva del Virrey de Perú, siéndolo entonces el extraordinario Francisco
Álvarez de Toledo. Y tal situación va a dar origen a un conflicto sumamente
raro en las Indias (pero sin que sea comparable con las terribles guerras
civiles que hubo en Perú). El Virrey, al enterarse, tomó de inmediato la
decisión de quitarle el puesto y otorgárselo a Juan Pérez de Zurita. Como los
vecinos de Santa Cruz, rebeldemente, no
aceptaron esa imposición, Francisco de Toledo fue con una tropa a castigarlos,
pero tuvo que regresar porque se encontró con los peligrosos indios
chiriguanos. Entonces optó por una diplomacia falsa con cartas amistosas,
mostrando enseguida sus verdaderas intenciones al mandar ahorcar al capitán
Salgado, que apoyaba la rebelión. Después el Virrey, viéndose obligado a
imponer su legítima autoridad, volvió a utilizar el engaño, pero esta vez para
atrapar a DIEGO DE MENDOZA, de manera que consiguió que se presentara en
Potosí, y allí fue decapitado el año 1571. Ya muerto, se convirtió, para los
habitantes de Santa Cruz de la Sierra, en un mártir de la independencia, dado
que aquel territorio, situado entre Perú y Río de la Plata, les había hecho
sentirse ajenos a ambas zonas. Es posible que fuera el carismático Ñuflo de
Chaves quien hubiese despertado en ellos
ese deseo.
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