(1463) Los indios, con el tiempo, dejaron
de ver a los españoles como personas mitológicas, y cogieron confianza para
atreverse a atacarlos: “Salieron los de Bogotá en gran cantidad, pero fueron fácilmente
desbaratados por el espanto que les produjo ver correr a los caballos. Y lo
mismo les ocurrió a los indios de Tunja cuando lo intentaron. Unos y otros
repitieron sus intentos muchas veces, y los españoles gastaron todo el año de 1537 y parte del 1538 en sujetarlos, a
unos por las buenas y a otros por las malas, como fue necesario hasta que estas
dos provincias de Tunja y Bogotá (donde Jiménez de Quesada se ganó asimismo a
muchos caciques como amigos que se ofrecieron al servicio y la obediencia del Emperador), quedaron bien
sujetas a la obediencia debida a Su Majestad. Fueron más rebeldes los indios
panches, que eran más valientes y confiaban en resistir porque su zona era
montañosa e impracticable para los caballos, pero se equivocaron, porque les sucedió
lo mismo. Los indios del Nuevo Reino de Granada conservan con ciertas
sustancias a sus guerreros famosos ya muertos, y los llevan a las batallas
cargándolos sobre las espaldas de algunos indios, para animar a los demás a que
peleen como los bravos muertos lo hicieron en su día. Si vencen en la guerra,
hacen grandes alegrías, sacrifican a los niños de los vencidos, cautivan a sus mujeres, matan
a los hombres aunque se rindan, sacan los ojos al capitán que prenden
y le hacen mil ultrajes hasta que mueren”.
Insiste el cronista en que los panches de las montañas eran los indios más
valientes, peleaban sin dar gritos y practicaban el canibalismo. Alaba el papel
de sus mujeres, que se encargaban de negociar las paces con los enemigos, pero
considera que los indios más agradables eran los de Bogotá y Tunja: “Especialmente,
sus mujeres tienen buena hechura de rostros, sin el mal aspecto de las de otras
indias, ni en su color son tan morenas, ni tampoco los indios. Sus casas,
aunque son de madera, tienen la más extraña hechura, especialmente la de los
caciques, porque son como alcázares, con muchas cercas alrededor, como nosotros
solemos pintar el laberinto de Troya. Tienen grandes patios, con muchas
molduras pintadas”. El comentario siguiente del cronista, confirma que los
bloques de sal que veían traer a los indios de las montañas era una prueba de
que allá arriba había indios más desarrollados: “Sal hay infinita, porque se hace
allí, en la misma tierra de Bogotá, de unos pozos que tienen, en los que hacen grandes ‘panes’ de sal y en gran
cantidad. La cual la venden por muchas partes, y llegan con su mercadeo hasta el rio Magdalena. La vida
moral de estos indios es de gente bastante razonable, porque los delitos los castigan muy bien, especialmente
el matar y el hurtar”. En la imagen, la zona de los indios ‘muiscas’, también
llamados ‘chibchas’.
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