martes, 25 de octubre de 2022

(Día 1863) Los españoles, por la fuerza o con hábil diplomacia, lograron pacificar a los indios. No todos eran iguales: los de Tunja y Bogotá eran mucho más civilizados, aunque, en las guerras, todos los nativos castigaban cruelmente a los vencidos.

 

     (1463) Los indios, con el tiempo, dejaron de ver a los españoles como personas mitológicas, y cogieron confianza para atreverse a atacarlos: “Salieron los de Bogotá en gran cantidad, pero fueron fácilmente desbaratados por el espanto que les produjo ver correr a los caballos. Y lo mismo les ocurrió a los indios de Tunja cuando lo intentaron. Unos y otros repitieron sus intentos muchas veces, y los españoles gastaron todo el  año de 1537 y parte del 1538 en sujetarlos, a unos por las buenas y a otros por las malas, como fue necesario hasta que estas dos provincias de Tunja y Bogotá (donde Jiménez de Quesada se ganó asimismo a muchos caciques como amigos que se ofrecieron al servicio y  la obediencia del Emperador), quedaron bien sujetas a la obediencia debida a Su Majestad. Fueron más rebeldes los indios panches, que eran más valientes y confiaban en resistir porque su zona era montañosa e impracticable para los caballos, pero se equivocaron, porque les sucedió lo mismo. Los indios del Nuevo Reino de Granada conservan con ciertas sustancias a sus guerreros famosos ya muertos, y los llevan a las batallas cargándolos sobre las espaldas de algunos indios, para animar a los demás a que peleen como los bravos muertos lo hicieron en su día. Si vencen en la guerra, hacen grandes alegrías, sacrifican a los niños de los vencidos, cautivan a sus  mujeres, matan  a los hombres aunque se rindan, sacan los ojos al capitán que prenden y  le hacen mil ultrajes hasta que mueren”. Insiste el cronista en que los panches de las montañas eran los indios más valientes, peleaban sin dar gritos y practicaban el canibalismo. Alaba el papel de sus mujeres, que se encargaban de negociar las paces con los enemigos, pero considera que los indios más agradables eran los de Bogotá y Tunja: “Especialmente, sus mujeres tienen buena hechura de rostros, sin el mal aspecto de las de otras indias, ni en su color son tan morenas, ni tampoco los indios. Sus casas, aunque son de madera, tienen la más extraña hechura, especialmente la de los caciques, porque son como alcázares, con muchas cercas alrededor, como nosotros solemos pintar el laberinto de Troya. Tienen grandes patios, con muchas molduras pintadas”. El comentario siguiente del cronista, confirma que los bloques de sal que veían traer a los indios de las montañas era una prueba de que allá arriba había indios más desarrollados: “Sal hay infinita, porque se hace allí, en la misma tierra de Bogotá, de unos pozos que tienen, en los que  hacen grandes ‘panes’ de sal y en gran cantidad. La cual la venden por muchas partes, y llegan  con su mercadeo hasta el rio Magdalena. La vida moral de estos indios es de gente bastante razonable, porque los  delitos los castigan muy bien, especialmente el matar y el hurtar”. En la imagen, la zona de los indios ‘muiscas’, también llamados ‘chibchas’.




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