(1446) Volvamos de nuevo a las andanzas
del vasco Gobernador de Río de la Plata, Domingo Martínez de Irala, al que le
queda ya poco tiempo de vida, pues morirá en octubre de 1556 a consecuencia de
una pleuresía y teniendo unos 50 años,
pero, eso sí, muy intensamente vividos. Nos confirma, de paso, el cronista Ruy
Díaz que los portugueses carecían de prohibiciones antiesclavistas: “Domingo de
Irala envió al capitán Ñuflo de Chaves a la provincia de Guairá, para que sometiese
a los naturales de aquella tierra y remediase el desorden de los portugueses,
pues entraban en territorio de dominio español, y asaltaban a los indios del
lugar, para llevarlos presos a Brasil, donde los vendían y herraban como
esclavos. Ñuflo de Chaves llegó al río Paraná, poniendo en orden aquella
tierra, y procurando conservar la paz y amistad con los naturales. Llegando
luego a una comarca de indios llamados peabeyúes, determinaron atacar a los
españoles. Acometieron contra el
campamento gran multitud de indios, inducidos por un hechicero llamado
Catiguara, al que ellos tenían por santo. El cual les había dicho que los
españoles traían consigo la peste y perversa doctrina, que lo único que querían
era quitarles sus mujeres e hijas, y someter aquellas tierras. Y con esto,
fueron a cercar a los españoles, haciéndolo con tal furia, que, si Ñuflo de
Chaves no se hubiera fortificado, habrían acabado con él. Pero, con la ayuda de
Dios, los nuestros se defendieron con gran valor, y mataron a muchos enemigos, aunque
con pérdida de algunos indios amigos y de tres españoles. Saliendo de este
distrito, llegó a tierras muy pobladas de indios, con los cuales tuvo algunas peleas,
pero supo pacificarlos con buenas
razones y dádivas, trayendo consigo a algunos caciques suyos a la ciudad de
Asunción, donde todos ellos fueron bien recibidos y tratados por el Gobernador”.
El reparto de encomiendas de nativos para
los españoles siempre fue un origen de
conflictos en las Indias. No es creíble que se hicieran con verdadera
justicia. En todos los tiempos y lugares hubo favoritismos hacia los parientes,
amigos, o simplemente personas con influencia social. Pero el problema se
agravaba en las zonas más pobres: “Teniendo en cuenta el Gobernador Domingo
Martínez de Irala la mucha gente española incomodada por no haberles tocado
parte de las encomiendas de indios que había repartido en Asunción, y contando
con el parecer del obispo, los oficiales del Rey y los miembros del cabildo, decidió
hacer algunas poblaciones donde se pudiesen acomodar los que no estuviesen
contentos. Con esta intención, escogió
un poblado en la provincia de Guairá, por estar de camino a Brasil, con la
intención de enviar allí a los pocos que quedaban de la villa de Ontiveros,
encargándole el traslado al capitán Ruiz Díaz Melgarejo. También ordenó establecer otro lugar, río
Paraguay arriba, en tierras de los
indios jarayes, a 300 leguas de Asunción, por ser uno de los mejores
territorios y de los más próximos a Perú. El Gobernador puso al mando de esta
misión a Ñuflo de Chaves. Publicadas estas intenciones y los destinos escogidos
para establecer los nuevos poblados, se alistaron muchos soldados y vecinos de Asunción.
(Imagen) Fue bien acogida la decisión de
Domingo de Irala al escoger dos lugares en territorios abundantes de nativos,
con el fin de poder repartir entre los españoles suficientes encomiendas de
indios. Se dividió en dos grupos a los solicitantes. Para trasladar al primero,
el capitán Ruiz Díaz Melgarejo partió con 100 soldados. Llegado a los poblados indios
de Guairá a principios del año 1557, hizo allí su fundación a tres leguas de la
abandonada villa de Ontiveros, y la llamó Ciudad Real. Luego el cronista nos
hace ver cómo funcionaba el sistema de las encomiendas (con el mismo estilo que
en el resto de las Indias), lo que, sin duda, tenía que ser desagradable para
los indios, los cuales, en el mejor de los casos, lo soportarían con
resignación: “Fueron empadronados en este territorio 40.000 mil fuegos (familias
de indios), formado cada uno por un indio, mujer e hijos, siendo repartidos
como encomiendas a 60 vecinos españoles, los cuales estuvieron algunos años en
gran sosiego y quietud, y muy bien servidos
y respetados por todos los indios de aquella provincia. Pero, por el
trascurso del tiempo, les fue faltando el servicio personal, y los nativos
comarcanos, con sus continuas salidas y los ataques ordinarios que les hacían,
ocasionaron a esta ciudad muy gran diminución y miseria”. No está claro lo que dice el cronista. Primeramente,
da a entender que esas 40.000 familias sirvieron contentas a los españoles, lo
cual resulta demasiado bonito. Y parece ser que los indios ajenos a las
encomiendas eran belicosos, llegando a crear muchos problemas a los españoles y
a los nativos que estaban a su servicio. Por su parte, Ñuflo de Chaves salió
con su tropa hacia el otro lugar destinado a establecer un asentamiento español,
pero luego creyó mejor ir primeramente más adelante para pacificar indios, y el
resultado fue muy negativo. En un durísimo enfrentamiento con unos indios feroces, que tenían gran variedad
de armas y utilizaban hierbas muy venenosas, los españoles se volvieron contra
ellos y asaltaron sus empalizadas saltando los pozos que tenían hechos.
Consiguieron vencerlos, matando y apresando a muchos, pero pagando un alto
precio. Resultaron heridos muchos españoles e indios amigos, muriendo numerosos
caballos por las hierbas venenosas. Y ocurrió algo sospechoso: “Cansados de
correrías, y por tener el puerto de los navíos muy distante, los soldados
quisieron volver al territorio de los indios jarayes, que era el lugar que les
fue asignado para fundar el poblado, pero Ñuflo de Chaves de ninguna manera lo
quiso hacer. Deseaba seguir hacia delante, hasta el límite con Perú, al parecer
porque tenía deseo de separarse de la demarcación de Río de la Plata independizando nuevas tierras
y convirtiéndose él en su máxima
autoridad”.
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