(1448) (Segunda
parte del requerimiento que le hicieron sus hombres a Ñuflo de Chaves).
Empezaron los problemas al cumplirse la orden de Chaves, y se lo echaron en
cara: “Por ser los naturales de este zona
la gente más indómita y feroz de cuantos hasta ahora hemos visto, no han
querido jamás aceptar ningún medio de paz, y, lo que es peor, a los mensajeros
que para ello se les ha enviado, los han matado, despedazado y comido,
procurando por todos medios echarnos de su tierra. Han envenenado las aguas,
poniendo por todas partes púas y estacas emponzoñadas de yerba mortal, con lo que
nuestra gente ha resultado herida y muerta. Asimismo han decidido venir contra
nosotros con mano armada, y hemos podido
resistirlos con el favor de Nuestro Señor, no sin notable pérdida y daño
nuestro, de los caballos y de los indios amigos. Por ello, Su Merced,
Señor Capitán, informado de que más adelante había otra población de indios
benévolos, que se llaman zacuaimbacúes, y por salir de la perfidia de aquella
gente, decidió ir adonde ellos por caminos ocultos, dando de lado a los
enemigos de esta comarca. Tomando guías, partió con todo el ejército, y
caminando dos días por despoblado, creyendo todos que íbamos dando de frente a
los enemigos y a inconvenientes de la
guerra, vimos al raso un fuerte de madera con grandes torreones, atrincherados
de tal manera, que la empalizada era doble y muy fuerte, cercada de un gran foso,
llena de muchas lanzas y púas venenosas sembradas alrededor, y un gran número
de gente para defenderla. Después de situarnos, les enviamos recado exigiendo
de parte de Su Majestad la concordia y la amistad que no quisieron admitir. Para
mayor oprobio e injusticia, mataron a los mensajeros, y salieron después fuera
del fuerte incitándonos a la pelea y tirando mucha flechería. Por lo cual Su
Merced y los demás capitanes consideraron necesario ir contra ellos y castigar
su indómita fiereza, ya que, de no hacerlo así, crecerían en soberbia y atrevimiento, y a cada
paso nos saldrían traidoramente por los caminos, de lo cual resultaría el
recibir mucho daño de ellos. Por estas razones, se escogió el día para
acometerles a pie y a caballo. Puesto en efecto con gran riesgo de las vidas y
resistencia de los enemigos, iniciamos el ataque y tomamos su fortificación,
rompiendo la empalizada. Fueron expulsados
con muerte de gran número de ellos, pero el sujetarlos a nuestro dominio tuvo
tan alto precio, que, además de los que allí quedaron muertos, salieron heridos
más de cuarenta españoles, cien caballos y setecientos indios amigos. De los que resultaron heridos, y por ser la
yerba tan ponzoñosa y mortal, en doce días fallecieron diecinueve españoles, trescientos
indios y cuarenta caballos, más los que corran peligro luego, si la divina mano
no lo remedia”.
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