(1458) Mientras lo mencionado ocurría en
la provincia de Guairá, llegaron a tal extremo
en Asunción las exigencias del General Felipe de Cáceres, que estaba el pueblo
dividido en dos bandos. Unos decían que el Obispo, como pastor, debía tener más
autoridad, y otros que al General, por ser Ministro de Su Majestad, le
correspondía el mando superior, de manera que el General acosó a algunas
personas del bando contrario, y el Obispo utilizaba excomuniones contra él y
sus ministros. Era tanta la confusión, que muchos clérigos estaban en contra de su
Obispo, y, la mayor parte de los seglares, contra su General. De manera que
vivían los unos y les otros con gran cuidado y recato. Teniendo el General la
sospecha de que trataban de encarcelarlo, apresó a algunas personas
sospechosas, y, entre ellas, al provisor Alonso de Segovia. Como por entonces
iba a llegar el Gobernador Juan Ortiz de Zárate, decidió el General ir a Buenos
Aires, para ver si entraba su barco en la desembocadura del Río de la Plata. Preparó
las naves y fue río abajo con 200 soldados, llevando consigo preso a Alonso de
Segovia, con la intención de expulsarlo a la gobernación del Tucumán. Llegó
hasta la isla de San Gabriel, y desde allí se encaminó hacia Buenos Aires,
dejando en todas partes señaladas cartas y avisos para los que viniesen de
España. De allí en adelante, Felipe de Cáceres no renunció, siempre que pudo, a
atacar a los indios sin darles ninguna oportunidad de aceptar la paz ni
amistad, haciéndoles la guerra a sangre y fuego, por muy livianos motivos. Todos
pensaron que su pretensión era cerrar la
entrada y la navegación de aquel río. Y después determinó enviar por el río
Salado arriba al provisor, Alonso de Segovia, para que se quedara en Tucumán. Tras
navegar por él varios días, no pudieron seguir adelante por estar muy cerrado
de árboles y bancos de arena. Tuvieron que dar la vuelta con las naves, y, pasados
cuatro meses, Felipe de Cáceres llegó a la ciudad de Asunción, donde se dio cuenta
de que se estaban preparando las cosas para prenderle o matarle. Y dadas las
circunstancias, mandó prender a algunas personas sospechosas, y entre ellas a un
caballero llamado Pedro de Esquivel, natural de Sevilla, a quien mandó darle
garrote, cortar su cabeza, y ponerla en la picota, con lo cual todo el pueblo
se turbó. Luego ordenó publicar un bando, exigiendo que ninguna persona se
atreviese a comunicar, ni hablar con el Obispo de Asunción, Pedro Fernández de
la Torre, ni hacer junta de gente en su casa, bajo amenaza de graves penas. Dado
que su lugarteniente, Martín Suárez de Toledo comunicaba en secreto con el
Obispo, le quitó la vara y el cargo. Por estos motivos, muchas personas se
retiraron a sus haciendas, ausentándose de la ciudad, y el Obispo se metió
dentro del monasterio de Nuestra Señora de las Mercedes, donde estuvo encerrado
por muchos días, acechado por el General y
sus hombres. Para tener bien vigilado al Obispo, había colocado cada
semana una guardia permanente de 50 soldados. Pero, entrado el año de 1572, muchos
vecinos se dispusieron a prender a Felipe de Cáceres, convocando para ello a
gente en una casa que está junto a la iglesia, y en ella un religioso llamado
Fray Francisco del Campo, hombre a propósito para este objetivo”.
(Imagen) Veamos cómo, queriendo el General
FELIPE DE CÁCERES apresar al obispo Pedro Fernández de la Torre, va a ser él
quien acabe encerrado: “Saliendo el General a oír misa en la iglesia mayor,
acompañado de su guardia, pasando al interior oyó un gran tumulto de gente que
entraba en dicha iglesia. El General se levantó de inmediato, y viendo tanta
gente armada, entró en la capilla echando mano a la espada, al tiempo en que el
Obispo salía revestido y con un Cristo en la mano, teniendo junto con él a su
provisor, y diciendo a grandes voces ‘¡viva la Fe de Cristo!’. Entonces el
General se acercó al sagrario, donde le acometieron todos los soldados que
venían delante, dándole muchos golpes e hiriéndolo, sin que los guardias que
tenía decidieran defenderle, porque, como oyeron decir ‘¡viva la Fe de Cristo!’,
todos dijeron ‘¡viva!’, excepto un hidalgo llamado Gonzalo Altamirano, que se
les puso delante, el cual fue atropellado de manera que, a los pocos días,
murió. Y, atacando al General, lo desarmaron. Asiéndole de los cabellos, le
llevaron en volandas hasta el monasterio de Las Mercedes, donde el Obispo le
tenía ya preparada una estrecha cámara, en la que le pusieron con dos pares de
grillos, y una muy gruesa cadena, que pasaba por una pared al aposento del
Obispo, y terminaba en un muy grueso cepo de madera con un fuerte candado, cuya
llave la tenía el Obispo. Además había guardias dentro y fuera, a los que mantenía
a su costa, sustentándolos con sus bienes, y dejando para Felipe de Cáceres lo
imprescindible para su mantenimiento. Así le tuvieron más de un año, padeciendo
este caballero muchas molestias e inhumanidades, pagando, asimismo, lo que él
fraguó contra su Gobernador, Álvar Núñez Cabeza de Vaca (secretos juicios de
Dios que lo permiten). Cuando sacaban de la iglesia a Felipe de Cáceres para
ponerle en prisión, salió a la plaza Martín Suárez de Toledo rodeado de mucha
gente armada, con una vara de justicia en las manos, y apelando a la libertad. Juntando
muchos arcabuceros, usurpó la real autoridad, sin que nadie osase resistirlo. Al
cabo de cuatro días, mandó reunir el cabildo para que le nombrasen Capitán y
Justicia Mayor. Viendo los capitulares la fuerza de su tiranía, lo aceptaron como
Teniente del Gobernador Juan Ortiz de Zárate (aún no llegado), y haciendo
uso de ese puesto, nombró tenientes, y regaló encomiendas y mercedes, como
consta en un escrito que contra él pronunció Juan Ortiz de Zárate”. Ya vimos
que después, yendo preso Felipe de Cáceres a España, se salvó de un naufragio
en el que murió el Obispo Pedro Fernández de la Torre. Dado que desapareció el
siguiente y último tomo de la crónica de Ruy Díaz de Melgarejo, pasaremos a ver
crónicas de la HISTORIA DEL NUEVO REINO DE GRANADA (Colombia). Y empezaremos
con el cronista LUCAS FERNÁNDEZ DE PIEDRAHITA. En la imagen vemos la
demarcación de Río de la Plata: Paraguay, Uruguay y Argentina, territorios de
los que nos despedimos.
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