(1445) Por entonces se supo, gracias a
comentarios de los indios que recorrieron tan larga distancia, que habían llegado unos navíos españoles a la
desembocadura del Río de la Plata, estando Domingo Martínez de Irala ausente de Asunción:
“Había salido con gente y oficiales de carpintería para comenzar a construir un
navío de buen porte, que quería enviar a Castilla. Decían los indios agaces que
en el río estaban dos barcos, por lo que algunas personas fueron a comprobarlo.
A seis leguas de Asunción, vieron que se
encontraba allí el obispo Fray Pedro Fernández de la Torre, a quien besaron con
mucha humildad las manos. Además, con él llegaba, como General de Su Majestad, Martín
de Orúe, que había sido enviado a la Corte
en representación de la comarca de Río de la Plata, y regresaba, por merced de Su
Majestad, con tres navíos llenos de armas y municiones, siendo acompañado por el
nuevo prelado. Al saberse, la ciudad y toda la tierra de Río de la Plata recibió mucho contento, y se
preparó un solemne recibimiento a su pastor, que entró en Asunción el año 1555,
la víspera del Domingo de Ramos. Venían en compañía del obispo cuatro
sacerdotes, y otros diáconos y de órdenes menores, así como muchos criados para
su casa, la cual iba a estar bien proveída, porque Su Majestad mandó darle
ayuda de costa para el viaje, y más de cuatro mil ducados para todo lo que
necesita el culto divino. Y el buen Obispo, con todo amor y humildad, admitió a
grandes y pequeños debajo de su protección y amparo, como tal pastor y prelado.
Le encantó ver tan ennoblecida Asunción con tantos hombres principales, y dijo que
no le hacía ventaja ninguna de las noblezas de España. Halló sacerdotes del
hábito de San Pedro (la expresión se refiere a clérigos que no son frailes)
muy honrados: el padre Miranda, Francisco Homes Payaguá, el padre Fonseca, el
bachiller Martínez, Hernando Carrillo de Mendoza, Antonio de Escalera, el padre
Martín González y el licenciado Andrade. Así como otros religiosos de San
Francisco, como Fray Francisco de Armenia, y Fray Juan de Salazar, más algunos
mercedarios. Luego avisaron a Domingo de Irala, quien, llegado a los pies de su
pastor, le pidió su bendición, besándole las manos. Después el capitán Martín de Orúe entregó a Irala los despachos que Su Majestad y el Real
Consejo enviaron para el buen gobierno de esta provincia de Río de la Plata,
como en el libro siguiente se podrá ver”.
Aunque siempre con mucha demora, se
enviaban documentos desde Río de la Plata para el Rey, y viceversa: “Salió Pedro Segura de Asunción con un bergantín en
el que iban para Castilla el capitán García Rodríguez y don Diego Barúa, Caballero
de la Orden de San Juan. Habiendo llegado donde les esperaba otra nave, se
embarcaron en ella. También subió a bordo Jaime Rasquín, el cual fue nombrado
en Castilla Gobernador de Río de la Plata, pero no pudo llegar a esta provincia
por ciertos problemas que en el mar tuvo, a pesar de ser su armada una de las
mejores y más poderosas de las que
habían salido para la conquista de esta tierra”. (Ya hablé hace tiempo de la
poca calidad humana de Rasquín, odiado por quienes le acompañaban e incapaz de
regresar a Río de la Plata, por lo que quedó privado de su cargo de Gobernador).
(Imagen) El cronista ha puesto por las
nubes al nuevo obispo de Río de la la Plata, el franciscano PEDRO FERNÁNDEZ DE
LA TORRE, pero no parece que fuera tan maravilloso como él dice, ya que tuvo un
enfrentamiento feroz con alguien que quizá se lo mereciera. El reverendo nació
en Baeza (Jaén) y le gustaba tener protagonismo político, de manera que, al
llegar a Río de la Plata (año 1555), apoyó al Gobernador Domingo de Irala, y se
aficionó a las conquistas militares. Un año después falleció Irala, y, entre
los posteriores gobernadores, hubo uno interino de mal genio y larga
longevidad: FELIPE DE CÁCERES, nacido en Madrid hacia el año 1515. La enemistad
mutua se agravó hacia el año 1570. Como solía ocurrir entre distintas autoridades,
el obispo y Cáceres se disputaban parcelas de mando, y lo más grave era que los
dos tenían partidarios que se enfrentaban duramente. Se llegó al extremo de que
Felipe de Cáceres castigó a los contrarios, y, a su vez, el obispo utilizó el
arma de las excomuniones para doblegar a Cáceres y a sus amigos, llegándose a
tal confusión, que había clérigos críticos con el obispo y muchos ciudadanos
que lo eran con Cáceres. El año 1572, el cascarrabias militar intentó apresar
al obispo, pero salió alguacilado, porque unos soldados que estaban con el
clérigo lo apresaron a él, al grito de ‘Viva la fe de Cristo’, y lo encerraron,
según cuentan las crónicas, en una estancia cuya llave guardaba el obispo, y
estuvo más de un año encadenado. Finalmente, de manera más o menos jurídica, se condenó a Felipe de
Cáceres a ser llevado preso a España, para que en la Corte se decidiera su
futuro. El obispo Pedro Fernández de la Torre le encargó a Ruy Díaz Melgarejo
la misión del traslado, pero, no obstante, decidió ir también él en persona
llevando el refuerzo de ochenta soldados. Pero ocurrió lo imprevisto: durante
el viaje se produjo un naufragio junto a la costa brasileña (año 1553), en el
que falleció Fray Pedro Fernández de la Torre, resultando ileso el peleón Felipe
de Cáceres. El resto de las naves continuaron su marcha, llegaron a España, y
fue sometido a juicio, como habían dispuesto las autoridades en Asunción. Felipe
de Cáceres era uno de los más antiguos conquistadores de Río de la Plata, ya
que llegó con la primera expedición, la capitaneada por el desafortunado Pedro
de Mendoza (enero de 1536). Fue siempre un oportunista en las frecuentes luchas
por el poder que se produjeron en aquellas tierras. Tenía muchos enemigos, pero
salió limpio de toda culpa en el proceso al que fue sometido en España. Regresó
a Río de la Plata con un nuevo cargo importante, y consta que aún vivía el año
1594. En la imagen vemos que, ya en 1539, se le había nombrado contador público
de Río de la Plata, en lugar de su hermano Juan de Cáceres (quizá fallecido).
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