miércoles, 19 de enero de 2022

(1623) Una india enamorada logró que su amante colaborara con Rodrigo de Quiroga, muriendo en la batalla el cacique Anguilemo, el marido engañado. Extraño caso de otra pasión amorosa: la de un mestizo que traicionó a los españoles.

 

     (1223) Los mapuches siempre recuperaban el ánimo, por mucho que hubiera sido el destrozo sufrido. Tenían también la costumbre de fingir ansias de paz cuando más abatidos estaban, tomándose así un respiro para volver a organizarse con más hombres y mejores estrategias: "Viendo los indios araucanos tan grueso ejército de españoles en medio de su tierra, donde se enseñoreaban de ellos no dejándoles alzar cabeza, comenzaron a tratar medios de paz, más por temor y necesidad que por ganas que tuviesen de ella. Y, en particular, en el distrito del cacique Colocolo (a este artista de la diplomacia falsa le hemos visto varias veces coqueteando con los españoles) quisieron negociarla fingidamente por medio de un mulato facineroso que andaba entre los rebelados, y de un mestizo que también había huido de los españoles. Sin embargo, el gobernador Rodrigo de Quiroga no quiso recibirlos amablemente, sino que mostró su enojo por todo lo pasado, y hasta castigó a algunos indios desterrándolos a Coquimbo para que sirviesen en las minas, de forma que los demás entendiesen que habían de estar sujetos a la disposición de su gobierno.  Luego se comprobó cuánta razón tenía al tratarlos con las riendas en la mano, pues, fingiendo estar  en son de paz, andaban por los caminos salteando y cogiendo lo que podían, en especial armas y caballos, de los cuales se llevaron más de dos mil en pocos días. En este tiempo tuvieron los nuestros la oportunidad de reducir a los enemigos con ocasión de una trama que había entre unos indios naturales de Millarapue. Y fue que un indio llamado Nilandoro andaba en malos pasos con una india llamada Quida, mujer de un cacique muy poderoso cuyo nombre era Anguilemo. Y, al llegar a noticia del marido el mal asunto en el que su mujer andaba, determinó matar al adúltero tomando en él venganza con un género de muerte cruelísimo. Supo esto la india malhechora, y, para evitarlo eficazmente, le dijo a Nilandoro que no había otra puerta para su remedio más que la de irse a poner en manos de los españoles, diciéndoles que les podía entregar al cacique, su marido, con todos los indios rebelados que estaban bajo su mando. Nilandoro hizo  caso de este consejo, le dijo al gobernador por dónde andaban los indios robando, y se ofreció como guía de sus soldados para que fuesen en su busca. Tras escucharle el gobernador, envió a Lorenzo Bernal con doscientos arcabuceros para que acabasen con tal gente. Habiendo llegado los españoles donde estaban juntos los indios, les indicó Nilandoro a los soldados la mejor forma de distribuirse para acometer por los lugares más oportunos, lo cual se hizo según su dirección y consejo. Dando todos a una contra los indios, se trabó una batalla muy sangrienta en la que murió el cacique Anguilemo, y los demás de su bando fueron desbaratados, con muerte de muchos de ellos. La india quedó en manos de Nilandoro, que la tomó por mujer por haber muerto su marido, como ambos deseaban. Consiguieron los nuestros esta victoria el octavo día de setiembre de 1577".

     Esta contundente victoria supuso otro respiro de tranquilidad durante bastante tiempo para los españoles: "Con estos sucesos estaban ya los indios tan apurados, que ya no daban muestras de resentimiento, de suerte que cesaron por algunos meses las inquietudes en Arauco, aunque el gobernador permanecía allí, pero sin contentarse con cualquier muestra de paz, por la experiencia que tenía de que no siempre era verdadera. Lo que sí hizo fue enviar a su yerno, el mariscal Martín Ruiz de Gamboa, a las ciudades del norte, pareciéndole que en Arauco no había por entonces tanta necesidad de su persona como en otros distritos que estaban algo desordenados".

    

     (Imagen) Como hemos visto, eran dos, un mulato y un mestizo, los amigos de los indios que se prestaron a negociar, en nombre de los mapuches, una fingida paz con el gobernador RODRIGO DE QUIROGA. El cronista los califica de indeseables, pero, al hablar del mestizo, cuenta una historia de pasión amorosa truculenta. Siempre ha habido complicaciones en torno al sexo, pero en aquellos tiempos tuvo que originar, tras unas apariencias inocentes, problemas muy serios. Al hablar de lo ocurrido, hace tantas críticas exageradamente moralizantes, que, probablemente, fueron redactadas por el jesuita BARTOLOMÉ DE ESCOLAR, a quien Mariño de Lobera le confió la última corrección de su crónica. Veamos cómo aparece el pasaje en el texto: "El mestizo Había huido de entre cristianos por un delito de los más enormes que se pueden imaginar en el mundo, y fue que, estando prendado del amor de una india con quien vivía en mal estado, murió ella en medio de sus ilícitos deleites, y el desventurado hombre estaba tan cautivo en los lazos de la lascivia, que embalsamó a la india, no queriendo darle sepultura, sino estar él sepultado en ella, estándolo también en las tinieblas de la muerte, pues hacía vida con la difunta con el mismo desorden que cuando estaba viva. En lo cual se manifiesta la lamentable miseria de los que viven en esa ceguedad, pues su torpeza los confunde en tan profundo abismo de inmundicia. ¿Qué males han sucedido en el mundo en que no haya intervenido algún rastro de esta ceguera? Notorio es que Tertuliano dice que Espensipo murió durante el mismo acto de lujuria en que se estaba deleitando. Y no menos lo que refiere Plinio de Quinto Heterio, que despidió el alma estando encenagándose en el mismo pantano, enviándola de un infierno de culpa a uno de castigo. Y, más recientemente, le sucedió lo mismo a un barcelonés llamado Beltrán Ferreiro, como lo refiere Joviniano Pontano. Dejo aparte los que murieron en el mismo ejercicio detestable a manos de otros, que cosieron con sus espadas a los que estaban irritando a la de la justicia divina, como le aconteció al ateniense Alcibíades, que, cuando estaba en esta abominación con Tirnandra, murió a manos de Lisandro. ¿Qué se podía esperar de la paz que ofrecían dos corrompidos como el mulato y el mestizo, sino que toda era fingida?". No picó, pues, el anzuelo  el excelente gobernador RODRIGO DE QUIROGA. Recodemos que se casó con la extraordinaria Inés Suárez, antigua amante de Pedro de Valdivia. La placa de la imagen aporta datos interesantes al hacer referencia al enterramiento de ambos en Santiago de Chile.




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