jueves, 27 de enero de 2022

(1630) La pesadilla mapuche era agotadora. Los españoles tenían que luchar en cuatro frentes distintos. Se queda viudo el gran Lorenzo Bernal de Mercado, a quien sus soldados llamaban El Cid de los Andes.

 

     (1230) Los mapuches, los nativos más tercos del planeta, cuando supieron el palo que habían recibido sus compañeros y sus familias, en lugar de tirar la toalla, explotaron de ira contra los españoles: "Los indios del otro escuadrón, que no habían acertado a topar con los nuestros, cuando llegaron a la tierra de Lincar se informaron mejor sobre el estrago que los españoles habían hecho en sus tierras por medio de sus indios amigos. Por lo cual, rabiosos como toros agarrochados, comenzaron a bravear, y sin detenerse un momento, se embarcaron en sus piraguas, y bogaron con tanta prisa, que  en poco tiempo se vinieron frente a los españoles, estando a más de diez leguas de la costa metidos el río arriba. Con esta coyuntura, se pusieron los nuestros en oración, la cual acabada, se prepararon para la batalla, que era ya inexcusable por la angostura del río. Pero, antes de acometer, mandó el cacique indio distribuir las piraguas en tres escuadrones. Cuando ya estaban así dispuestos, les acometieron nuestras piraguas con tanto ímpetu que, poco después, los indios se fueron retirando hacia la tierra, aunque, antes de llegar a ella, fueron alcanzados, y se trabó una batalla de las más sangrientas que se saben en este reino de Chile. Durante cuatro horas, anduvieron revueltas las piraguas saltando los que iban dentro de unas en otras, y lloviendo continuamente piedras, dardos, balas y saetas con matanza de muchos indios, los cuales eran tan astutos, que tenían instrumentos para asir las piraguas de los nuestros no dejándolas moverse. Pero aun así, fueron finalmente vencidos con pérdida de veintisiete piraguas y de quinientos indios que murieron, además de quedar presos ciento setenta. Sucedió esta victoria en el mes de octubre de 1578, por la cual dieron los vencedores las debidas gracias a Nuestro Señor, y se fueron luego a la ciudad de Osorno".

     Los españoles no daban abasto en sus refriegas con los indios: "Estaba en estos tiempos tan calamitoso el estado de las cosas de Chile, que andaban por él cuatro ejércitos. Uno, en los términos de Valdivia, a cargo del capitán Juan de Matienzo, otro que traía el mariscal Martín Ruiz de Gamboa en Villarrica, también las compañías con que partió de Santiago el licenciado Calderón para socorrer al gobernador, y, finalmente, la tropa del propio Rodrigo de Quiroga, que estaba en los términos de Arauco. De allí salió el maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, y,  en Olgolmo, prendió a un viejo cacique llamado Andimapo, hombre de mucha estima entre los indios. Anquepillan, un hijo suyo, se presentó ante el gobernador, y le suplicó que le diese libertad a su padre a cambio de él. Condescendió el gobernador Quiroga, pero con gran repugnancia del viejo, porque anduvieron porfiando el padre y el hijo sobre quién había de quedar preso. Cada uno quería tomar la peor parte, y procedieron tan adelante en la contienda como antiguamente Pílades y Orestes, pues, siendo el Orestes el culpado, decía Pílades que él era Orestes, y el mismo Orestes, declarando la verdad, decía que él era el que buscaban. Finalmente, fue el viejo cacique quien se libró de la prisión, quedando el hijo en ella, al cual lo enviaron a la ciudad de Santiago con otros cuatrocientos cautivos. Supo esto el viejo Andimapo, y, juntando con presteza quinientos hombres, fue en seguimiento de los presos y los alcanzó junto al río Paepal, donde los liberó de las prisiones desbaratando al grupo de los nueve yanaconas de los españoles que con ellos iban". Total que el viejo cacique era un zorro de cuidado, y merecedor de su éxito, aunque el traslado de los presos fue una chapuza.

 

     (Imagen) Salvo los impedimentos físicos más graves, nada justificaba la ausencia en las batallas. En medio de los golpes morales más duros, había que tragarse las lágrimas y empuñar la espada: "Llegó en este tiempo al campamento militar la noticia de la muerte de la mujer del maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, llamada doña María Monte, para cuyas exequias fue Bernal a su casa, que estaba en la ciudad de Angol. Y como los enemigos supieron que estaba fuera del ejército, acudieron de inmediato al ataque más de ocho mil distribuidos en cuatro escuadras. No consintió el gobernador que se echase de menos la persona del maestre de campo estando él con el ejército. Y, olvidado de su vejez, se puso a caballo muy bien protegido, y salió con su gente a defenderse de los contrarios. Mas ellos, haciendo alarde de ser muy diestros en la guerra, enviaron por delante un escuadrón solo, para atacar luego con los otros tres por todas partes. Y plugo a Nuestro Señor que se dieran los nuestros tan buena maña en pelear con los primeros, que, aunque se vieron en grande aprieto y recibieron muchas heridas, salieron al fin con la victoria, de suerte que, cuando las otras tres compañías acudieron, ya iban los suyos de vencida, y los españoles les hicieron perder el ánimo también a estos, de manera que, cuando  volvieron las espaldas como sus compañeros, los nuestros  no cesaron de seguirlos haciendo gran matanza en ellos, cuya sangre regó aquel día el sitio de la batalla y del camino por donde huían, que estaba lleno de cuerpos muertos. De nuestra parte murió Rodrigo de Quiroga el Mozo (pariente del gobernador, pues no tenía hijo varón), y se vio a punto de lo mismo don Antonio de Quiroga (también pariente) por una flecha que le dio en la boca, la cual acertó a topar en los dientes, no pasando más adelante. Pero tras esta victoria, quedaron los indios con propósito de vengarse, y fueron con más gente y gran estrépito a atacar a los españoles. Acertó a llegar en esta ocasión Lorenzo Bernal de Mercado, que venía de poner en orden su casa, el cual, apeándose del caballo, subió a otro descansado, y salió sin dilación alguna a organizar a su gente, con tanta eficacia como si lo hubiera prevenido todo muy detalladamente, y, trabándose una sangrienta batalla, tuvo el mismo efecto que la anterior, quedando el campo en nuestro poder, aunque lo poseían gran parte de él los cuerpos de los indios que murieron en este conflicto". Recordemos que, no en vano, a LORENZO BERNAL DE MERCADO lo llamaban El Cid de los Andes. Había nacido hacia el año 1525 en Cantalapiedra (Salamanca), y murió en su querida Angol el año 1595.




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