(1230) Los mapuches, los nativos más
tercos del planeta, cuando supieron el palo que habían recibido sus compañeros
y sus familias, en lugar de tirar la toalla, explotaron de ira contra los
españoles: "Los indios del otro escuadrón, que no habían acertado a topar con
los nuestros, cuando llegaron a la tierra de Lincar se informaron mejor sobre
el estrago que los españoles habían hecho en sus tierras por medio de sus
indios amigos. Por lo cual, rabiosos como toros agarrochados, comenzaron a
bravear, y sin detenerse un momento, se embarcaron en sus piraguas, y bogaron con
tanta prisa, que en poco tiempo se
vinieron frente a los españoles, estando a más de diez leguas de la costa
metidos el río arriba. Con esta coyuntura, se pusieron los nuestros en oración,
la cual acabada, se prepararon para la batalla, que era ya inexcusable por la
angostura del río. Pero, antes de acometer, mandó el cacique indio distribuir
las piraguas en tres escuadrones. Cuando ya estaban así dispuestos, les
acometieron nuestras piraguas con tanto ímpetu que, poco después, los indios se
fueron retirando hacia la tierra, aunque, antes de llegar a ella, fueron
alcanzados, y se trabó una batalla de las más sangrientas que se saben en este
reino de Chile. Durante cuatro horas, anduvieron revueltas las piraguas
saltando los que iban dentro de unas en otras, y lloviendo continuamente
piedras, dardos, balas y saetas con matanza de muchos indios, los cuales eran
tan astutos, que tenían instrumentos para asir las piraguas de los nuestros no
dejándolas moverse. Pero aun así, fueron finalmente vencidos con pérdida de
veintisiete piraguas y de quinientos indios que murieron, además de quedar
presos ciento setenta. Sucedió esta victoria en el mes de octubre de 1578, por
la cual dieron los vencedores las debidas gracias a Nuestro Señor, y se fueron luego
a la ciudad de Osorno".
Los españoles no daban abasto en sus
refriegas con los indios: "Estaba en estos tiempos tan calamitoso el
estado de las cosas de Chile, que andaban por él cuatro ejércitos. Uno, en los
términos de Valdivia, a cargo del capitán Juan de Matienzo, otro que traía el
mariscal Martín Ruiz de Gamboa en Villarrica, también las compañías con que partió
de Santiago el licenciado Calderón para socorrer al gobernador, y, finalmente,
la tropa del propio Rodrigo de Quiroga, que estaba en los términos de Arauco.
De allí salió el maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, y, en Olgolmo, prendió a un viejo cacique
llamado Andimapo, hombre de mucha estima entre los indios. Anquepillan, un hijo
suyo, se presentó ante el gobernador, y le suplicó que le diese libertad a su
padre a cambio de él. Condescendió el gobernador Quiroga, pero con gran
repugnancia del viejo, porque anduvieron porfiando el padre y el hijo sobre
quién había de quedar preso. Cada uno quería tomar la peor parte, y procedieron
tan adelante en la contienda como antiguamente Pílades y Orestes, pues, siendo
el Orestes el culpado, decía Pílades que él era Orestes, y el mismo Orestes,
declarando la verdad, decía que él era el que buscaban. Finalmente, fue el
viejo cacique quien se libró de la prisión, quedando el hijo en ella, al cual lo
enviaron a la ciudad de Santiago con otros cuatrocientos cautivos. Supo esto el
viejo Andimapo, y, juntando con presteza quinientos hombres, fue en seguimiento
de los presos y los alcanzó junto al río Paepal, donde los liberó de las
prisiones desbaratando al grupo de los nueve yanaconas de los españoles que con
ellos iban". Total que el viejo cacique era un zorro de cuidado, y
merecedor de su éxito, aunque el traslado de los presos fue una chapuza.
(Imagen) Salvo los impedimentos físicos
más graves, nada justificaba la ausencia en las batallas. En medio de los
golpes morales más duros, había que tragarse las lágrimas y empuñar la espada:
"Llegó en este tiempo al campamento militar la noticia de la muerte de la mujer
del maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, llamada doña María Monte, para
cuyas exequias fue Bernal a su casa, que estaba en la ciudad de Angol. Y como
los enemigos supieron que estaba fuera del ejército, acudieron de inmediato al
ataque más de ocho mil distribuidos en cuatro escuadras. No consintió el
gobernador que se echase de menos la persona del maestre de campo estando él con
el ejército. Y, olvidado de su vejez, se puso a caballo muy bien protegido, y
salió con su gente a defenderse de los contrarios. Mas ellos, haciendo alarde
de ser muy diestros en la guerra, enviaron por delante un escuadrón solo, para
atacar luego con los otros tres por todas partes. Y plugo a Nuestro Señor que
se dieran los nuestros tan buena maña en pelear con los primeros, que, aunque
se vieron en grande aprieto y recibieron muchas heridas, salieron al fin con la
victoria, de suerte que, cuando las otras tres compañías acudieron, ya iban los
suyos de vencida, y los españoles les hicieron perder el ánimo también a estos,
de manera que, cuando volvieron las
espaldas como sus compañeros, los nuestros
no cesaron de seguirlos haciendo gran matanza en ellos, cuya sangre regó
aquel día el sitio de la batalla y del camino por donde huían, que estaba lleno
de cuerpos muertos. De nuestra parte murió Rodrigo de Quiroga el Mozo (pariente
del gobernador, pues no tenía hijo varón), y se vio a punto de lo mismo don
Antonio de Quiroga (también pariente) por una flecha que le dio en la
boca, la cual acertó a topar en los dientes, no pasando más adelante. Pero tras
esta victoria, quedaron los indios con propósito de vengarse, y fueron con más
gente y gran estrépito a atacar a los españoles. Acertó a llegar en esta
ocasión Lorenzo Bernal de Mercado, que venía de poner en orden su casa, el cual,
apeándose del caballo, subió a otro descansado, y salió sin dilación alguna a
organizar a su gente, con tanta eficacia como si lo hubiera prevenido todo muy
detalladamente, y, trabándose una sangrienta batalla, tuvo el mismo efecto que
la anterior, quedando el campo en nuestro poder, aunque lo poseían gran parte
de él los cuerpos de los indios que murieron en este conflicto".
Recordemos que, no en vano, a LORENZO BERNAL DE MERCADO lo llamaban El Cid de
los Andes. Había nacido hacia el año 1525 en Cantalapiedra (Salamanca), y murió
en su querida Angol el año 1595.
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