lunes, 31 de enero de 2022

(1633) En aquel infierno de batallas, no había ningún español cobarde, pero a veces se producían disputas por el mando. El cronista habla en tercera persona del apresamiento y liberación de su hijo. La pesadilla mapuche (con altibajos) durará ¡hasta el año 1883!

 

     (1233) El cronista nos confirma que la vida de los soldados en Chile estaba llena de inconvenientes y poco premiada: "Comenzaban ya a ir las campañas algo de caída por estar los soldados aburridos de andar dos años y medio por aquellos campos comiendo mal y durmiendo peor, pobres, desnudos y melancólicos, y sobre todo sin esperanza de remuneración (y arriesgando continuamente la vida). Era un trabajo pesadísimo y casi intolerable para todos, y mucho más para la vejez del gobernador, que, aunque no quiso salir de Arauco en dos años, luego lo hizo, y no quiso que los demás estuviesen pasando lo que él había visto por sus ojos y sufrido en su persona. Además, llegaba ya el invierno, donde no se podía esperar sino muchas enfermedades y congojas. Y por eso, decidió que el ejército se descuadernase, de suerte que los soldados se distribuyesen por las ciudades y estuviesen en ellas a la defensiva, sin ir a buscar a los araucanos que estaban en su tierra. Recibió el maestre de campo Bernal la orden del gobernador, y al cumplirla, hizo una plática a todo el ejército el Domingo de Ramos del año de 1579, en la que los consoló con las más eficaces razones que él pudo, y les señaló las ciudades a donde había de acudir cada uno a descansar y tomar algún aliento".

     El cronista vuelve la vista atrás (sin dejarlo claro) y nos habla de lo que hacía Juan de Matienzo poco antes de esta disolución de las tropas: "El capitán Matienzo ponía gran diligencia en visitar las ciudades y fuertes que estaban a su cargo, y, cuando los enemigos vieron que se había alejado del fuerte de Renigua, ordenaron sus escuadrones con ánimo de arrasarlo. Llegaron el día primero de marzo del mismo año 1579, y atacaron tan reciamente, que eran menester muchos más hombres que los que estaban dentro para defenderse. Pero, como el valor y sagacidad suplía la falta del número, no desmayaron los españoles, sino que salieron al campo los sesenta que allí había con el capitán Gaspar Viera, y desbarataron a los enemigos matando gran parte de ellos y cautivando a muchos, de los cuales empalaron algunos para escarmiento de sus compañeros. Al saber el capitán Matienzo este suceso, pareciéndole que eran demasiados enfrentamientos los que había en la comarca, fue con algunos soldados, y sacó de allá a los que estaban con el capitán Viera, llevándolos al desaguadero de Vitalauquen para defensa de Villarrica y su contorno. Para mayor seguridad, los puso bajo el mando del capitán Arias Pardo Maldonado, el cual tenía gracia especial para pacificar a los indios, y consiguió hacerlo con algunos".

     No era frecuente, pero, de vez en cuando, surgían fuertes discrepancias entre los jefes militares: "Mientras el capitán Pardo Maldonado andaba pacificando a los indios, se desavinieron entre sí algunos españoles en la ciudad de Valdivia, porque entrando en ella por corregidor Gaspar de Villarroel, comenzó a intervenir en las cosas de la guerra y a atender a ellas como anexas a su oficio. Lo cual pretendió impedir el capitán Juan de Matienzo por estar a su cargo todo lo tocante a la guerra en las cuatro ciudades comarcanas que eran Valdivia, Osorno, la Imperial y  Villarrica. Y estuvo el asunto en peligro de rompimiento si no llegara entonces Juan Álvarez de Luna nombrado como maestre de campo en lugar de Lorenzo Bernal de Mercado, que estaba ya molido de batallas y muy metido en carnes. Con esta entrada del maestre de campo, y con los soldados que trajo consigo, cesaron las diferencias y se comenzó a tratar de cosas de la guerra por ser ya el mes de agosto (se acercaba la primavera) y andar alborotados muchos indios de aquellos términos".

 

     (Imagen) En diversas ocasiones los españoles pecaron de confiados: "Regresando hacia su ciudad para  celebrar una victoria, los soldados se pusieron a descansar, durmiendo tranquilamente en un lugar cercano al sitio de la batalla, pero los indios vencidos volvieron a atacarlos. Los españoles consiguieron vencerles de nuevo, pero muchos resultaron heridos, en particular el maestre de campo Juan Álvarez de Luna. También quedó mal herido Ruy Díaz de Valdivia, y don Fernando de Zaina salió con un ojo menos. Andaban en estos calamitosos tiempos las cosas de la guerra tan sangrientas que no había lugar seguro. El capitán Gaspar Viera, por tener poca gente en su fortaleza de Quinchilca, la abandonó, pasando su pequeña escuadra al valle de Codico, donde se alojó en una casa de la encomienda de don Pedro Mariño de Lobera (se trata del cronista). Supieron luego los indios su mudanza, y sin que él los sintiese a ellos, acudieron una noche y lo cogieron de sobresalto, de suerte que salió con los suyos precipitado y mal pertrechado para defenderse. Habiendo andado un rato envuelto en la pelea, vinieron a morir seis españoles y el mismo capitán Viera entre ellos, siendo apresado don Alonso Mariño de Lobera, hijo del capitán don Pedro Mariño de Lobera, tras haber recibido tres heridas muy graves. Sintió mucho esto su padre, que estaba en la ciudad de Valdivia, y con deseo de hacer el castigo por su mano, se le ofreció al corregidor, que era entonces Francisco de Herrera Sotomayor, para ir él en persona a ejecutarlo, aunque era tan poca la gente de la ciudad, que no era posible darle soldados. Pero acertó a llegar un navío del capitán Lamero con muchos soldados. De manera que, yendo el mismo Lamero con trece de los suyos en compañía de don Pedro Mariño de Lobera, que tenía otros doce, llegaron adonde los enemigos. Tras acometerlos con gran ímpetu, los pusieron en huida, y les quitaron la presa, quedando don Pedro Mariño de Lobera muy aliviado porque halló a su hijo vivo, aunque malherido, y con él a un hijo del capitán Rodrigo de Sande, que también había sido apresado en la batalla". A la angustia permanente de los conquistadores por el riesgo continuo de perder la vida, se añadía la gran preocupación por lo que pudiera pasarles a los miembros de su familia o a sus amigos íntimos. En esta ocasión Alonso Mariño de Lobera y el hijo del capitán Sande tuvieron la gran suerte de ser liberados antes de que los mapuches los mataran cruelmente, como siempre hacían, y a veces, también, con antropofagia incluida. Como revela la imagen, los mapuches fueron una tremenda pesadilla hasta el año 1883.




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