(1232) El cronista hace alusión a un
fenómeno astronómico que vieron en aquel tiempo. Quizá fuera, simplemente, el
proceso de un eclipse solar: "Ese mismo año de 1579, a 26 de enero,
aparecieron en el cielo cerca de la hora de vísperas (hacia la puesta del
sol) dos soles colaterales al sol natural, los cuales se apartaron un poco
poniéndose a manera de arco, y después se tornaron a juntar más, cogiendo al
natural en medio mudando los dos el color resplandeciente en otro que tiraba a
sangre. Fue un espectáculo muy manifiesto para todo el ejército, y muy temible para
los indios, que tiemblan cuando ven estas cosas, haciendo adivinanzas y
pronósticos. A pesar de todo, no abandonaron la guerra, aunque fueron a
situarse en un peñón inexpugnable. Deseando darles caza, mandó el mariscal Gamboa
al capitán Juan de Matienzo que fuese abriendo camino con los gastadores que
había en el campo, lo cual se ejecutó con presteza. Pero como el lugar era tan
inaccesible, los nuestros solo pudieron estarse quedos impidiendo el paso a los
que acudían con provisiones, con el fin de rendir a los indios por hambre".
Para todos, españoles e indios, era muy dura
la continua guerra, y se intentó, inútilmente, remediarlo. Ya, de entrada,
ocurrió algo horrendo: "En estos días hubo muchas propuestas entre los
indios y españoles para hacer la paz, alegando los indios las injusticias que
se les había hecho, obligándoles a pelear, y prometió el mariscal Gamboa poner fin
a tales vejaciones. Para resolver esto, les envió un indio de mucha capacidad, pero
lo cogieron los enemigos y lo hicieron pedazos comiendo sus carnes a bocados y
bebiendo su sangre, con ansia de beber la de los españoles. Pero, para dar una respuesta
a su mensaje, pusieron los caciques los ojos en un indio llamado Naupillan, muy
sagaz y discreto, con lo que no estaban de acuerdo muchos de ellos, pareciéndoles
que era enviarlo al matadero, pues los españoles habían de pagarles con la
misma moneda la matanza de su enviado. Teniendo
por cierto que no había de volver, le dieron un compañero que fuera detrás de
él vigilando lo que pasaba, para dar noticia de ello. Pero, como el Naupillan comprendió
la intención de los caciques, utilizó su astucia para matar dos pájaros con una
piedra. Mató en el camino a su compañero a traición, y cortándole la cabeza, la
llevó en una mano, y en la otra una cruz muy enramada, entrando así en el
campamento de los españoles. Puesto en presencia del mariscal, dijo que él era un
cristiano natural de Renigua, y se había escapado de manos de los enemigos,
saliendo disimuladamente con uno de ellos que iba a buscar provisiones, cuya
cabeza traía por testimonio de este hecho, y aquella cruz por insignia de la
ley que profesaba. Le recibió Gamboa con buen semblante, aunque luego tuvo
pesadumbre sabiendo que los enemigos habían desamparado el fuerte dejando a los
españoles burlados".
Fue un engaño doble: los indios escaparon
de su fuerte, y el mensajero Naupillan había aceptado el encargo con la sola
intención de escapar adonde los españoles. Sigue el cronista hablando de las
continuas batallas. El mariscal Martín Ruiz de Gamboa preparó un nuevo fuerte,
que quedó bajo el mando del capitán Salvador Martín, y luego él partió hacia la
ciudad de Valdivia, donde le hablaron de otra situación complicada.
(Imagen) Era enorme la desproporción en
cantidad entre la tropas araucanas y las españolas. Pero apenas se habla de
que, como en las demás zonas de las Indias, los españoles contaban también en
Chile con la valiosa y numerosa ayuda de los indios amigos, a los que llamaban
yanaconas. En este caso, nos enteramos de que estos nativos, además de luchar, se
ocupaban de vigilar a los mapuches apresados: "Los indios
rebeldes habían puesto cerco a la fortaleza de Mague, donde estaban trescientos
indios amigos protgiéndose de los mapuches, con dos capitanes muy leales y
afectuosos con los cristianos, llamados Talcahuano y Revo, no menos esforzados
que prudentes. A estos los atacaron los mapuches al cuarto del alba, siendo los
principales caciques de su ejército Tipantue, Niupangue y Netinangue, los
cuales traían muy buenas cotas de malla y armas de las que usan los españoles. Los
de dentro les hacían gran resistencia echando una lluvia de piedras, flechas y
dardos, con lo que se defendieron valerosamente matando a muchos de los
contrarios. Entonces llegó el capitán Gaspar Viera llevando consigo quince de a
caballo, y, al verlo, se retiraron los enemigos, yendo tras ellos los indios
amigos que estaban en la fortaleza, sin perdonar a hombre que pudiesen tener a
mano". Luego el cronista ensalza de nuevo a LORENZO BERNAL
DE MERCADO: "No faltaban en este tiempo ordinarias batallas en los territorios
de Arauco, donde andaba el maestre de campo Lorenzo Bernal con el principal
ejército de este reino de Chile, sin cesar de día ni de noche de perseguir a
los indios, dándoles siempre guerra para obligarlos a rendirse. Estando una vez alojado en la ribera del río
Niniqueten, fue acometido por el cacique Tarochina, que venía con gran cantidad
de indios a dar en el campamento a media noche. Aunque los nuestros no esperaban
este lance, era tanta la previsión de Lorenzo Bernal, que lo dispuso todo con
gran presteza y salió al campo con toda su gente, trabando batalla tan
sangrienta, que murieron más de seiscientos indios del bando contrario y
algunos yanaconas del nuestro, entre los cuales también cayeron tres españoles.
A pesar de que los indios salieron vencidos, quisieron dentro de pocos días
tornar a probar suerte viniendo a dar batalla a los nuestros en un sitio muy
cercano al pasado, a orillas del mismo río, de donde volvieron también echándose
las manos a la cabeza, como siempre lo habían experimentado en todos los
lugares donde peleaban con Lorenzo Bernal de Mercado. El cual, vista su
rebeldía, no cesaba de acosarlos, haciéndose temible para ellos en todo el
reino de Chile".
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