miércoles, 12 de enero de 2022

(1617) Los españoles eran pocos, pero tenían luchando a su lado a numerosos indios (llamados yanaconas), a quienes los vengativos y crueles mapuches odiaban especialmente.

 

     (1217) No parece que haya habido en las Indias ninguna otra tribu de indios tan belicosa y pertinaz en su empeño de evitar el dominio de los españoles como la de los mapuches. Se diría que confiaban en que su numerosa población les daría la victoria, aunque fuera a costa de muchos miles de muertos: "Andaban en este tiempo las cosas tan revueltas en los términos de Valdivia, Osorno y Villarrica, que parecía que la misma tierra hacía brotar enemigos, pues, apenas se habían rendido en una parte, cuando salían por otra en mayor número. Esto sucedió en particular con la derrota que, como vimos, sufrieron en el fuerte de Lliben. Allí su capitán, Tipantue, fue apresado por un cacique de los confederados con los españoles, llamado Mellid, que vivía cerca los que se habían rebelado, y los indios, por tomar venganza de que hubiese puesto a su capitán en manos de españoles, acudieron, siendo más de dos mil, a su territorio, donde lo mataron a él y a muchos de los suyos, ejecutándolos con crueldad, destruyendo sus sementeras y llevándose de camino los ganados y todo lo que podían. Por esto y por ver que les llevaban a sus mujeres, se pusieron en defensa los indios que servían al capitán Juan de Matienzo usando la estratagema de decir a gritos que llegaban españoles para ayudarles contra ellos. Los indios enemigos, creyendo que era verdad, se retiraron algo de aquel lugar, pero cuando entendieron que había sido burla de los otros indios, quisieron dar la vuelta para atacarlos. Ocurrió que entonces  llegaban casualmente españoles tan a punto como si hubieran medido el tiempo con exactitud, lo que hizo que los indios enemigos dieran la vuelta  de inmediato. Esto les dio mucho que pensar, pues, según sus mismos agüeros, tienen por cierto que nunca les podrá ir bien en alguna fortaleza en la que alguna vez hayan sido vencidos. Por esta razón se apartaron un poco de aquel lugar, yendo a otro de una llanada bien fortalecida, que está entre la laguna y el río, en la que no serían fácilmente acometidos. Mientras esto ocurría, envió el capitán Pedro de Aranda Valdivia a doce hombres con un capitán llamado Francisco de Pereira Sotomayor, que a la sazón era alcalde de la ciudad (de Valdivia), persona muy benemérita en este reino y en el Perú,  y a su hermano Hernando de Aranda Valdivia con otra compañía de soldados, saliendo él mismo a acompañarle hasta una loma que llaman de Curaca, desde la cual tomó él otro camino hacia los llanos para llegar a la ciudad de Osorno a recoger gente, con la que llegó dentro de tres días a la provincia de Lliben a ordenar el campo con los que había enviado adelante y algunos otros enviados por el corregidor (de Valdivia) don Pedro Mariño de Lobera con la munición y arcabucería (el cronista se menciona  nuevamente a  sí mismo). Tenían los indios ya hechas sus trincheras y baluartes y un foso muy malo de pasar, pero los españoles se abrieron camino de madrugada, estando los indios algo retirados en un lugar donde se dedicaban a sus borracheras,  y habiendo dejado solo trescientos de guardia. Aunque estos quisieron al primer ímpetu defenderse del ataque, fue tanta la fuerza de los españoles, que los hicieron huir, tras haber alanceado a muchos de ellos. Y no contentos con esto, prosiguieron, al amanecer y tierra adentro, recorriéndola por todas partes hasta dejarla limpia de enemigos, y tomándoles el ganado que ellos habían robado a los indios de paz de la comarca".

 

     (Imagen) El cronista se ve obligado a seguir hablando de batallas porque los mapuches eran una constante pesadilla. Pero los españoles también tenían indios amigos: "Nunca faltaban en estos tiempos frecuentes desasosiegos en todo el reino de Chile, y muy en particular en los lugares circunvecinos a las ciudades mencionadas (Osorno, Valdivia y Villarrica, ver imagen), tanto, que ni siquiera el día de la fiesta de Corpus Cristi dejaron estos bárbaros de inquietar a los que la  estaban celebrando en Villarrica. Los indios se juntaron dos días antes, embriagándose y bailando según sus ritos para luego mantener la guerra contra los españoles. Y así, la víspera de esta festividad tuvieron que salir treinta soldados de la ciudad con su capitán, Arias Pardo Maldonado, llevando consigo unos dos mil indios yanaconas (servían a los españoles). Llegaron de noche a vista de los enemigos, y se dividieron en dos grupos, acometiéndolos por diversas partes. Aunque al principio los indios aguantaron bien a los que atacaron, después vieron que el otro grupo cargaba por las espaldas, y perdieron pronto el ánimo, de manera que desampararon su fuerte con pérdida de gente. Ni siquiera los que salieron huyeron contentos, pues los indios yanaconas iban a su alcance con gran coraje, sin perdonar a ninguno que pudiesen tener debajo de su lanza. Con esta victoria, se celebró la fiesta del Santísimo Sacramento con mayor solemnidad que la prevista, pues se añadió la acción de gracias que por tal merced se debía al Señor. No se descuidaba en este tiempo el capitán Pedro de Aranda Valdivia de recorrer la tierra y enviar gente que hiciese lo mismo por todas partes, nombrando a quienes irían al mando de los soldados, y en particular a Gaspar Viera, vecino de Valdivia, hombre de calidad, animoso y de buenas costumbres, a quien puso por caudillo de la provincia de Mangue. Este usó de los medios posibles para atraer a los indios a la paz, aunque también era riguroso con los que hallaba rebeldes, y así redujo a muchos de ellos en el tiempo que tuvo este cargo, hasta que le sucedió en él Salvador Martín por estar él necesitado de algún descanso. Se dedicó Viera a ir por todo el territorio, que a la sazón estaba poco seguro por andar en él los indios puelches probando suerte con los mapuches, y dándoles su merecido por ser ellos quienes, cuando se rebelaron,  les empujaron a pelear contra los españoles. Este capitán se dio tan buena maña, que venció dos veces a los puelches, limpiando la zona de estas sabandijas que andaban robando no solo  las haciendas de los nativos, sino también sus hijos y mujeres".




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