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Ni con razones ni peleando acababan los españoles
de pacificar a los indios, y estaban
en un un tira y afloja entre unos y otros. Los indios, metidos en una
empalizada, habían rechazado el ataque del capitán Pedro de Aranda:
"Entonces le pareció oportuno al
capitán Arias Pardo Maldonado tratar un acuerdo de paz con los indios, y, para
ello, llegó a la entrada de su
fortaleza. Era este caballero muy discreto, prudente y bien hablado, y sus
razones fueron de tanta eficacia para con los indios, que los convenció con tal
de que les asegurase la vida". Cuando lo
supo el capitán Aranda, quiso saber la opinión de los soldados veteranos
y de los vecinos de la ciudad de Valdivia, y
su resolución fue exigente: "Para concederles la paz, era necesario
que los indios dejasen el fuerte, restituyesen todo el ganado y el oro que habían quitado a los dos hombres
que mataron, y que sirviesen en adelante a los españoles como hasta entonces lo
habían hecho". En principio, pareció
que el problema quedaba resuelto. Tras desmantelar el fuerte, Indios y
españoles se volvieron a sus casas, e incluso un cacique y cuatro indios se
entregaron como rehenes para garantizar la paz.
Pero, a medida que pasaba el tiempo,
crecían las dudas sobre el compromiso: "Quince días después,
los indios mostraron su inquietud, o por temor de que habían de ser castigados
por su pasada rebelión, o por querer recobrar su su antigua libertad, como ya
lo habían intentado. Se confederaron
todos los que había en el distrito de cuatro ciudades, que eran Valdivia,
Osorno, la Imperial y Villarrica, salieron declarándose en rebeldía y mataron a
los españoles que pudieron tener a las manos. Envió Pedro de Aranda a un
capitán con alguna gente para impedir a los enemigos sus correrías, y otro a la
provincia de Ranco, que era Hernando de Aranda Valdivia, pariente suyo (era
su hermano) y muy versado en las cosas de guerra. Acertaron los indios a
dar con una de estas cuadrillas, que tenía sólo ocho hombres, y, dando en ellos,
los hicieron retirar escapándose a uña de caballo, excepto uno, que quedó en
las suyas, cuya cabeza pusieron en medio del camino en la punta de una lanza como
triunfo de su victoria y para temor de los españoles. Y habrían salido los
indios victoriosos si no llegara prestamente mucha gente española, entre ellos
el capitán Juan de Matienzo con doce hombres, que fueron de mucha importancia
para contener a los indios, y mucho más
al venir luego el corregidor Pedro de Aranda Valdivia con cincuenta hombres. Los
españoles acordaron dar contra un gran escuadrón de dos mil indios que estaban
encastillados junto a un río. El capitán Juan de Matienzo embarcó treinta
hombres en las canoas, y, viendo que eran pocos, decidió pasar el río vadeándolo,
aunque con gran peligro, arrojándose él delante de todos, con lo cual los
obligó a ir en su seguimiento. Y fue tan bueno el lance, que los indios de
aquella tierra se encogieron y arrinconaron, no osando pelear con los nuestros".
No parece que el bravo capitán Juan de Matienzo fuera descendiente del
importante oidor del mismo nombre que fue presidente de la Audiencia de las
Charcas, ni tampoco de los Ortiz de Matienzo del Valle de Mena (Burgos). Lo más
probable es que su origen familiar estuviera en Matienzo, localidad del ayuntamiento
de Ruesga (Cantabria).
(Imagen) Haremos una breve reseña de PEDRO
DE ARANDA VALDIVIA y de un hijo suyo llamado MARTÍN DE ARANDA VALDIVIA. Pedro
de Aranda fue otro precoz soldado que luchó en las guerras europeas contra los
turcos. Llegó a Chile con su mujer, Catalina de Escabias, y ya con algún hijo, a
principios del año 1554, cuando los mapuches acababan de matar a su tío, el
gran Pedro de Valdivia. Después luchó bajo el mando de todos los gobernadores,
siendo herido repetidas veces. Ejerció el importante cargo de corregidor en las
ciudades de Villarrica, Osorno, La Imperial y Valdivia. Por sus méritos, el
gobernador Rodrigo de Quiroga le permitió ir a España el año 1577 con cartas de
representación para Felipe II, al que, personalmente, le hizo una ambiciosa
petición para la conquista de tierras situadas al sur de Chile. Le decía
textualmente: "A Vuestra Alteza suplico que se me den en gobernación
quinientas leguas de demarcación, para mí y para un heredero, con título de
adelantado, pues yo estoy presto para hacer las capitulaciones
necesarias". No hay constancia de
que obtuviera lo que pedía, pero no le habría servido de nada, porque, de
egreso a Chile, falleció antes del año 1581. Muy distinta fue la deriva de su
hijo MARTÍN DE ARANDA VALDIVIA. Había nacido el año 1560 en Villarrica (Chile),
llegó a profesar como jesuita, y fue masacrado por los indos con otros dos
compañeros en 1612. Fue considerado un martirio religioso, lo que dio pie a que
se criticara el método de cristianización pacífica que defendían los jesuitas.
Creció en un ambiente familiar muy religioso, pero no fue obstáculo para que él
y varios hermanos suyos se incorporaran a la milicia contra los indios,
destacando Martín por su valentía, hasta el punto de que, por orden del virrey
de Perú en 1589, se convirtió en el primer corregidor de Riobamba (Ecuador).
Pero, al cumplir 31 años, dio un cambio sorprendente. Tras practicar los
famosos Ejercicios Espirituales de San
Ignacio, ingresó como jesuita en la Compañía de Jesús, siendo ordenado
sacerdote el año 1599. Posteriormente, en 1607, se trasladó a
Santiago de Chile. Fue cinco años después cuando lo asesinaron en Elicura junto
a dos compañeros. Los indios lo llevaron a cabo para vengarse de que los
españoles retenían a dos esposas y dos hijas del cacique Anganamón, que, en
realidad, se habían fugado voluntariamente. El año 1665 se inició una causa de
beatificación de los tres mártires, pero está paralizada desde 1910. En la
imagen, vemos que pervive su fama de santidad, pues los fieles continúan
visitando el lugar de los hechos.
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