(1225) En aquella zona, los indios estaban
prácticamente derrotados, por lo que el gobernador Rodrigo de Quiroga decidió
ir a otros lugares más conflictivos. Fue con sus hombres a Purén, Guadaba,Tomelmo, Quiaupe,
Coipo y al territorio de los coyuncos. Cumplido allí su propósito, con la
necesitad habitual de castigar a los rebeldes, juntó sus tropas con las del
mariscal Gamboa, que retornaba de Valdivia, y con las del capitán Antonio de
Quiroga, que regresaba con soldados de Santiago y La Serena. Pero los mapuches
de Mareguano se retiraron a un lugar
casi inexpugnable, provocando en los españoles dudas sobre lo que convenía
hacer. El cronista lo explica muy bien: "Los indios fueron
al escabroso cerro de Catirai, donde siempre habían podido defenderse. Cuando
lo supo el gobernador, se trasladó a Mareguano
y asentó su campamento a una legua del mismo cerro. Fueron muchos los
pareceres de todos los capitanes sobre la conveniencia de atacar un lugar tan dificultoso y desgraciado para
españoles, y en especial tuvieron sobre ello larga contienda el gobernador y el
maestre de campo, Lorenzo Bernal (que no era partidario del ataque),
aunque con gran resignación y modestia por parte de este, lo cual obligaba al mismo
gobernador a proceder con más recato cargándole toda la responsabilidad. Pero, como
Bernal era experimentado y sabía bien lo que le convenía, dijo que él estaba dispuesto
a ejecutar la orden de su señoría con tal de que se la diese firmada, para que
después se supiese con claridad
a quién
se había de atribuir el resultado. Seguía en esto el parecer de Martín Ruiz de
Gamboa, el cual ya había probado la dificultad de este cerro volviendo derrotado.
También eran de esta opinión el alférez general, el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga
y Antonio de Avendaño, a la cual se oponían otros, pareciéndoles que no habría después
otra oportunidad tan buena, pues sería muy difícil de juntar en otra ocasión la
misma multitud de gente española que se hallaba en esta. Las cuales razones y
otras muchas defendían Alonso de Alvarado, el capitán Baltasar Verdugo, Gabriel
Gutiérrez, Juan de Torres Navarrete, el capitán Cortés y Hernando de Alvarado,
todos los cuales se ofrecían a venir con la victoria o poner las cabezas al
cuchillo para pagar su atrevimiento. Vistas las diversas opiniones, no quiso el
gobernador Quiroga decidirse por entonces, por mirarlo más despacio,
contentándose con hacer reseña de toda su gente con ostentación del número,
galas y bizarría, para causar temor a los indios que estaban mirándolos. Y el
día siguiente, habiéndolo encomendado a Dios con mucho cuidado, envió al
mariscal y al maestre de campo con doscientos hombres, que marcharon por una
loma contraria a la que ocupaban los enemigos, más por hacer aparentar valor y
quitarles la sospecha de cobardía, que por venir a las manos. Pero como Lorenzo
Bernal era tan amigo de no perder la oportunidad de un ataque, no pudo
contentarse con lances echados al aire. Y así se adelantó con veinticinco
hombres, con los que dio alcance a un escuadrón de contrarios que estaban ocultos
en defensa de aquel paso. Y, arrojándose en su seguimiento hasta lo alto de la
loma, se puso cara a cara con todo el campo de los contrarios, que estaba en la
otra punta, sin haber ocasión de cruzarse las armas, ya que no había paso por
aquella parte. Luego se volvieron los nuestros al campamento, de donde
partieron pronto sin haber acometido a los enemigos, y se fueron marchando de
vuelta al río grande de Biobío, sin cesar de hacer lances en el camino,
cogiendo indios y destruyendo sementeras, hasta pasar por la provincia de
Talcamavida, donde también se hicieron algunos apresamientos.
(Imagen) El capitán RAFAEL PORTOCARRERO
fue un militar de mucha valía, pero no he podido encontrar datos de su
biografía. Basten pues, para homenajearlo, las palabras de Pedro Mariño de
Lobera: "No pasaré en silencio una cosa que sucedió en este lugar, y fue
que, estando más de cuatro mil caballos paciendo junto al ejército, se
alborotaron todos de repente como si hubieran visto algún espectáculo alarmante,
y partieron de carrera huyendo de lo que nadie entendía qué cosa pudiese ser, y
con el mismo pavor se alborotó el ganado, de suerte que por espacio de una
legua no hubo animal que parase, obligando a sus dueños a ir en su seguimiento,
corriendo gran trecho sin poder dar alcance a los caballos y ganado. En lugar
de cogerlos ellos, lo hicieron algunos indios, con los cuales pelearon
valerosamente. Recogidos los caballos, se distribuyó la gente del ejército para
acudir a diversos puestos, entrando el mariscal en la ciudad de Concepción con
buena parte de la gente, y llevando el capitán Rafael Portocarrero casi todo el
resto a las ciudades de arriba. Pero, como estos soldados fueron a partes tan
diversas, hubo de quedar el capitán Portocarrero con solo tres hombres, mal preparados
y desarmados. Sucedió que llegando a los llanos, a orillas del río Nibiqueten,
que es poderosísimo, decidió pasarlo, y, aunque lo pasaron, no por eso quedaron
a salvo, pues dieron de frente con un escuadrón de cien indios que los
esperaban con las lanzas en las manos. Y viendo el capitán tan manifiesto
riesgo de la vida, no por eso se olvidó del fardaje con que iban sus criados
indios, y para tenerlo más seguro, les dijo a sus tres compañeros que se fuesen
a ayudarlos para que los enemigos no lo robasen, ofreciéndose él mismo a retenerlos
a todos, confiando en sus fuerzas, en su buen caballo y en las lucidas armas
que tenía. Era de suponer que, al primer encuentro, quedaría este capitán en
manos de los enemigos. Pero todo fue tan al contrario, que el capitán peleó
tres horas enteras sin flaquear un punto, hasta que llegó a cansar a los cien
hombres con los que tenía la contienda. Los cuales, viendo un caso tan
extraordinario, hincaron las lanzas en tierra y le preguntaron qué clase de hombre
era y dónde había nacido, pues nunca habían visto cosa semejante. A esto les respondió
que él era uno de los primeros conquistadores de Chile, y un hombre muy hecho a
matar indios, y que así lo haría en esta coyuntura si no se sometían a su
voluntad. Y aunque ellos no aceptaron el reto,
dejaron la pelea y se fueron de su presencia dejándole solo, herido y
merecedor de diuturna ('muy duradera', vocablo latino) fama".
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