miércoles, 26 de enero de 2022

(1629) Los mapuches centraron sus ataques en Villarrica, pero salieron malparados. Lo mismo pasó en Valdivia y Osorno. En estas peleas (donde siempre colaboraban indios amigos) volvió a destacar el mulato Juan Beltrán de Magaña.

 

     (1229) Resumiré parte de los enfrentamientos con los indios porque resulta muy repetitivo, aunque siempre dramático. El capitán Juan de Matienzo reclutó más gente para defender el fuerte de Lleven porque los indios habían esparcido el rumor de que lo iban a atacar, pero se trataba de una maniobra de distracción, ya que su verdadero objetivo era la ciudad de Villarrica. Cerca de allí estaba situado el fuerte de Mague, y el capitán que lo mandaba, Hernando de Aranda, sospechó lo que tramaban de verdad los indios, por lo que tomó medidas para no quedarse sin agua en caso de ser cercados. Y, además, se puso en acción con gran eficacia: "Para ganarles la mano, salió en busca de indios, y mató a algunos de ellos, incluyendo al cacique Licapillan, y apresando a su cuñada, mujer del cacique Netinangue, y  a su hijo Unecaulo, con algunas otras mujeres. Tras hacer gran estrago en sus sementeras y ganados, salió por segunda vez, y mató al cacique Chaniande y a un hijo del cacique Panguetareo llamado Chepillan, cuya cabeza fue cortada por no haberse querido rendir a los nuestros. Con todo eso no desistieron los indios de su intento, que era dar sobre Villarrica, para cuyo cerco se alojaron a tres leguas de ella. Sabiéndolo el capitán Juan de Matienzo, que tenía ya gente preparada, partió de la ciudad de Valdivia. Y, asimismo, salió de la Imperial Martín Ruiz de Gamboa con los soldados que tenía a mano, como persona que no necesitaba más aviso para acudir a lo necesario. Pero como los enemigos estaban muy cerca de Villarrica, no quiso el capitán Gaspar Verdugo aguardar a que le pusiesen cerco, por lo cual salió con cuarenta y seis hombres. El día de San Cipriano y Justino, 6 de septiembre del año 1578, se alojaron en un poblezuelo de indios.  Aunque su llegada tenía como objetivo coger a los indios descuidados, lo estuvieron ellos tanto, que se pusieron a dormir, como si no hubiera nadie que les buscase la vida o, por mejor decir, la muerte. Mas no fue así, porque llegado el cuarto de la modorra (el segundo cuarto de la vigilancia nocturna), acometieron los indios y pusieron fuego a las casas en que estaban alojados para quemarlos en ellas. A los que salían huyendo les daban guerra, y murieron Diego Pérez Payán, de una lanzada, y algunos indios yanaconas, más  los que se quemaron por no acertar a salir. Pero, como los que tuvieron algún acierto fueron a ensillar los caballos y tomar las armas, los indios se dieron cuenta de que  los españoles eran más que los que habían pensado, y se fueron retirando contentos de haber dejado muchos heridos con flechas envenenadas y algunos muertos. No obstante, salieron los nuestros con tiempo para perseguir a los indios, en los cuales hicieron un gran destrozo alcanzando a los menos ligeros".

     El siguiente comentario del cronista vuelve a incidir en la extraordinaria valía del mulato Juan Beltrán: "Poco después acudieron los indios a vengarse haciendo algunos asaltos en los términos de Villarrica, aunque no muy a su salvo, porque pronto salía contra ellos el mulato Juan Beltrán con otro compañero de su linaje y algunos amigos que le seguían, y mostraba tanto valor en esto, y daba tan buen ejemplo a los demás con su vida y sus obras, que el mariscal Martín Ruiz de Gamboa puso en él los ojos para encargarle empresas de honra, y lo premió en nombre de Su Majestad".

 

     (Imagen) Veamos una muestra de los constantes azares entre españoles y mapuches. Para unos y para otros, cada amanecer era una apuesta a vida o muerte: "Cuando el mariscal Martín Ruiz de Gamboa iba a donde estaba su suegro el gobernador Quiroga, comenzaron a inquietar los indios de Valdivia y Osorno. Se reunieron tres caciques llamados Carollanga, Langueche y Pinquenaval en una ceremonia de embriaguez, convidaron a otro cacique llamado Picolicán, y le pidieron que él  tomase las armas contra los españoles. Este cacique había recibido favores del mariscal Gamboa, especialmente el de haberle perdonado la muerte del encomendero Pedro Martín Redondo. Debido a esto, no quiso Picolicán quebrantarle la fidelidad interviniendo en la rebelión, por lo cual lo mataron los tres caciques. Contra estos rebelados, comenzó el capitán Juan de Matienzo a convocar gente de todas partes. Por mandato  suyo, el capitán Salvador Martín, con veinte de a caballo, desbarató a unos indios rebeldes. El capitán Julián Carrillo, corregidor de Osorno, fue en busca de unos indios que habían matado a dos españoles que les habían hecho muchos agravios. Para ello, se juntó con Bartolomé  Maldonado, corregidor de la ciudad de Castro, y decidieron que este fuese a preparar provisiones y piraguas, y el capitán tomase a su cargo castigar el atrevimiento de los indios. Julián Carrillo se embarcó con toda su gente en cincuenta piraguas, y, habiendo llegado a Lincar,  envió a dos indios para que tratasen de convencer a los rebelados de que dejaran las armas, pues eran cristianos y tenían obligación de vivir según la ley de Cristo, diciéndoles además  que se les perdonaría  la muerte de los dos españoles, especialmente porque eran culpables de haberlos maltratado. Pero, como la intención de los rebelados era seguir la guerra, juntaron gran número de gente, y se embarcaron en sus piraguas. Y cuando ya salía la aurora, llegaron los españoles a la zona de Pudoa, donde saltaron a tierra los indios amigos que iban con ellos, para saquear las casas de aquellos naturales, yendo por capitán el cacique Quintoia, que era valeroso y muy amigo de de los nuestros. Y se dieron tan buena maña, que mataron al cacique del pueblo, que había quedado para guarda de las mujeres y gente menuda (muchachos) así como a algunos flecheros que estaban en su compañía. Y habiéndose trabado después una batalla, en la que murieron algunos indios de ambos bandos, salieron vencedores los del nuestro, trayendo presas a muchas mujeres y gran cantidad de ganado y ropa". Como siempre ocurrió en las Indias, también en Chile los españoles contaron con la ayuda de muchos indios amigos.




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