(1229) Resumiré parte de los
enfrentamientos con los indios porque resulta muy repetitivo, aunque siempre
dramático. El capitán Juan de Matienzo reclutó más gente para defender el
fuerte de Lleven porque los indios habían esparcido el rumor de que lo iban a
atacar, pero se trataba de una maniobra de distracción, ya que su verdadero
objetivo era la ciudad de Villarrica. Cerca de allí estaba situado el fuerte de
Mague, y el capitán que lo mandaba, Hernando de Aranda, sospechó lo que
tramaban de verdad los indios, por lo que tomó medidas para no quedarse sin
agua en caso de ser cercados. Y, además, se puso en acción con gran eficacia:
"Para ganarles la mano, salió en busca de indios, y mató a algunos de
ellos, incluyendo al cacique Licapillan, y apresando a su cuñada, mujer del cacique
Netinangue, y a su hijo Unecaulo, con
algunas otras mujeres. Tras hacer gran estrago en sus sementeras y ganados,
salió por segunda vez, y mató al cacique Chaniande y a un hijo del cacique
Panguetareo llamado Chepillan, cuya cabeza fue cortada por no haberse querido
rendir a los nuestros. Con todo eso no desistieron los indios
de su intento, que era dar sobre Villarrica, para cuyo cerco se alojaron a tres
leguas de ella. Sabiéndolo el capitán Juan de Matienzo, que tenía ya gente preparada,
partió de la ciudad de Valdivia. Y, asimismo, salió de la Imperial Martín Ruiz
de Gamboa con los soldados que tenía a mano, como persona que no necesitaba más
aviso para acudir a lo necesario. Pero como los enemigos estaban muy cerca de Villarrica,
no quiso el capitán Gaspar Verdugo aguardar a que le pusiesen cerco, por lo
cual salió con cuarenta y seis hombres. El día de San Cipriano y Justino, 6 de
septiembre del año 1578, se alojaron en un poblezuelo de indios. Aunque su llegada tenía como objetivo coger a
los indios descuidados, lo estuvieron ellos tanto, que se pusieron a dormir,
como si no hubiera nadie que les buscase la vida o, por mejor decir, la muerte.
Mas no fue así, porque llegado el cuarto de la modorra (el segundo cuarto de
la vigilancia nocturna), acometieron los indios y pusieron fuego a las
casas en que estaban alojados para quemarlos en ellas. A los que salían huyendo
les daban guerra, y murieron Diego Pérez Payán, de una lanzada, y algunos
indios yanaconas, más los que se
quemaron por no acertar a salir. Pero, como los que tuvieron algún acierto fueron
a ensillar los caballos y tomar las armas, los indios se dieron cuenta de que los españoles eran más que los que habían
pensado, y se fueron retirando contentos de haber dejado muchos heridos con
flechas envenenadas y algunos muertos. No obstante, salieron los nuestros con
tiempo para perseguir a los indios, en los cuales hicieron un gran destrozo
alcanzando a los menos ligeros".
El siguiente comentario del cronista
vuelve a incidir en la extraordinaria valía del mulato Juan Beltrán: "Poco
después acudieron los indios a vengarse haciendo algunos asaltos en los términos
de Villarrica, aunque no muy a su salvo, porque pronto salía contra ellos el
mulato Juan Beltrán con otro compañero de su linaje y algunos amigos que le
seguían, y mostraba tanto valor en esto, y daba tan buen ejemplo a los demás con
su vida y sus obras, que el mariscal Martín Ruiz de Gamboa puso en él los ojos
para encargarle empresas de honra, y lo premió en nombre de Su Majestad".
(Imagen) Veamos una muestra de los
constantes azares entre españoles y mapuches. Para unos y para otros, cada
amanecer era una apuesta a vida o muerte: "Cuando el mariscal Martín Ruiz
de Gamboa iba a donde estaba su suegro el gobernador Quiroga, comenzaron a
inquietar los indios de Valdivia y Osorno. Se reunieron tres caciques llamados
Carollanga, Langueche y Pinquenaval en una ceremonia de embriaguez, convidaron
a otro cacique llamado Picolicán, y le pidieron que él tomase las armas contra los españoles. Este cacique
había recibido favores del mariscal Gamboa, especialmente el de haberle
perdonado la muerte del encomendero Pedro Martín Redondo. Debido a esto, no
quiso Picolicán quebrantarle la fidelidad interviniendo en la rebelión, por lo
cual lo mataron los tres caciques. Contra estos rebelados,
comenzó el capitán Juan de Matienzo a convocar gente de todas partes. Por
mandato suyo, el capitán Salvador Martín,
con veinte de a caballo, desbarató a unos indios rebeldes. El
capitán Julián Carrillo, corregidor de Osorno, fue en busca de unos indios que
habían matado a dos españoles que les habían hecho muchos agravios. Para ello,
se juntó con Bartolomé Maldonado,
corregidor de la ciudad de Castro, y decidieron que este fuese a preparar provisiones
y piraguas, y el capitán tomase a su cargo castigar el atrevimiento de los
indios. Julián Carrillo se embarcó con toda su gente en cincuenta piraguas, y,
habiendo llegado a Lincar, envió a dos
indios para que tratasen de convencer a los rebelados de que dejaran las armas,
pues eran cristianos y tenían obligación de vivir según la ley de Cristo,
diciéndoles además que se les perdonaría
la muerte de los dos españoles, especialmente
porque eran culpables de haberlos maltratado. Pero, como la intención de los
rebelados era seguir la guerra, juntaron gran número de gente, y se embarcaron
en sus piraguas. Y cuando ya salía la aurora, llegaron los españoles a la zona
de Pudoa, donde saltaron a tierra los indios amigos que iban con ellos, para
saquear las casas de aquellos naturales, yendo por capitán el cacique Quintoia,
que era valeroso y muy amigo de de los nuestros. Y se dieron tan buena maña,
que mataron al cacique del pueblo, que había quedado para guarda de las mujeres
y gente menuda (muchachos) así como a algunos flecheros que estaban en
su compañía. Y habiéndose trabado después una batalla, en la que murieron
algunos indios de ambos bandos, salieron vencedores los del nuestro, trayendo
presas a muchas mujeres y gran cantidad de ganado y ropa". Como siempre
ocurrió en las Indias, también en Chile los españoles contaron con la ayuda de
muchos indios amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario