(1224) Calma, pues, de momento, con los
escarmentados indios. Pero los españoles no los perdían de vista porque los
conocían perfectamente: "Entonces el gobernador Quiroga mandó al maestre,
Lorenzo Bernal de Mercado, que
recorriese la tierra sin dar tregua a los enemigos si intentasen rebelarse. Y,
mientras andaba pasando por los levos (asentamientos
mapuches) de Ongolmo, Paicabí, Tucapel y Millarapue, se le ocurrió hacer un
chaco de indios como de ordinario se hace de ganado. Para que se entienda el
vocablo, que es propio del Perú, es de saber que muchas veces se juntan miles
de indios en campo abierto haciendo todos un gran corro, y luego se van
juntando poco a poco, de suerte que todo el ganado que anda dentro del cerco se
va recogiendo hacia el medio huyendo de los indios, que van cerrando más la
rueda hasta venir a acorralar tanto las reses, que las cogen a manos sin
dejarles resquicios por donde evadirse; y esto es lo que propiamente llaman chaco. Pareciéndole
a Lorenzo Bernal que era buena manera para cazar hombres, juntó gran cantidad
de indios amigos, y, disponiéndolos corno está dicho, cogió en medio más de
cuatrocientos enemigos, a los cuales desterró luego el gobernador a Coquimbo
por facinerosos y alborotadores".
El gobernador se acercó con su tropa a la
ciudad Imperial, a la espera de que llegara el mariscal Gamboa y su alférez
general, Antonio de Quiroga, con gente de refuerzo desde la ciudad de Santiago.
Mientras se desplazaba el gobernador, atacaron los indios la retaguardia de su
ejército, que iba bajo el mando del capitán Rodrigo de Quiroga el Mozo (al
parecer, sobrino del gobernador). Aunque los pusieron en apuros a los españoles
por ser la zona muy estrecha, se retiraron pronto: "Pero, habiendo
los nuestros salido a lo llano, se hizo castigo ejemplar en algunos de los
rebelados, aunque algo de paso, porque pretendía el gobernador llegar presto a
Tomelmo, donde asentó sus reales para proseguir las cosas de la guerra. No estaban
los adversarios torpes en convocarse unos a otros, y se juntaron más de ocho
mil para no dejarse sujetar por los españoles, poniéndose luego en emboscada en
las lomas de Longonaval, por donde había de pasar el gobernador con su
ejército. Pero, como Lorenzo Bernal les adivinaba sus intenciones, mandó soltar
un caballo cerca de donde ellos estaban para que creyesen que les atacaban los
españoles, y, alarmados, saliesen de su emboscada. Y sucedió como lo había
imaginado, de suerte que los indios hubieron de desamparar aquel lugar porque
ya no podían sorprender repentinamente a los
nuestros. Aunque la escuadra en que venía al mando el mestizo llamado
Alonso Díaz y la de Miguel Caupe (ambos cristianizados) se fueron
retirando, todavía tuvo ánimo para acometer un indio llamado don Juan (también
cristiano), el cual, con solo cien indios, dio una noche contra los reales
de los españoles poniendo fuego a algunas tiendas, con harto daño de las
alhajas que en ellas había, aunque quiso Nuestro Señor que el fuego no cundiese
más. Tuvo el gobernador tanto coraje por esto, que salió él mismo en persona a
castigar este atrevimiento, y, habiendo examinado el territorio por espacio de
una legua, se lo confió a su sobrino
Rodrigo de Quiroga para que no parase hasta dar con los contrarios. Se dio tan
buena maña este capitán, que enseguida encontró a los indios agresores, de los
cuales mandó el gobernador matar algunos, y empalar a su capitán, pues en otras
ocasiones había sido apresado y perdonado".
(Imagen) Sirva la presente imagen para ver
la crueldad de los indios, y que, algunas veces, también eran compasivos:
"Siendo los indios de Mareguano los más difíciles de pacificar, determinó
el gobernador entrar en su territorio aprovechando que entonces eran muchos los
soldados de los que disponía. Lo primero con que toparon los nuestros fue con
una cuadrilla de indios desarmados que andaban con otros pensamientos, pues se
ocupaban en cosas concernientes a su hacienda, y los apresaron. Esto fue de gran
pesadumbre para un cacique llamado Ulpillan, que tenía entre los presos algunos
parientes y mujeres suyas, y, viéndose afligido con esta desgracia, se valió de
un español llamado Juan de Fuentes, a quien él había apresado en una batalla,
el cual lo consoló con firme promesa de remediar su mal escribiendo una carta
al gobernador en un pedazo de cuero con un palo en lugar de pluma, la cual
llevó un indio enviado por el cacique con más miedo que vergüenza. Y, aunque el
gobernador entendió la letra, comprendió la dificultad que suponía escribir en un
cuero, y, para remediarlo, le dio al indio papel y tinta para el autor de la
carta. El cual escribió por extenso en el papel acerca de su cautiverio,
suplicando a su señoría que lo rescatase a cambio de aquella gente que habían
tomado. Se interesó aún más el gobernador en este asunto por cuanto apreció el
tratamiento que el cacique había tenido con Juan de Fuentes, como si fuera un hermano
suyo, y no un enemigo. No fue poco venturoso este soldado hasta entonces en su
cautiverio, pues es costumbre de los indios despedazar de inmediato al español
que tienen en sus manos, de manera que son contados los que han quedado libres
habiendo caído una vez en ellas. De los
cuales fue el primero Antonio de Rebolledo, que estuvo dos años preso en la
isla de la Mocha, y Juan Sánchez, que había sido apresado en una de las
batallas del gobernador Valdivia, y don Alonso Mariño de Lobera, que estuvo
cinco días preso entre los adversarios, con tres heridas peligrosas, y quedó
libre de las prisiones por la buena diligencia de su padre, DON PEDRO MARIÑO DE
LOBERA (el propio cronista), que se atrevió a sacarle con solo nueve de
a caballo y catorce arcabuceros que llevaba el capitán Lamero, los cuales
dieron a los indios batalla campal y liberaron al capitán con otro compañero
suyo, hijo del capitán Rodrigo de Sande. Efectuado el rescate
de Juan Sánchez, anduvo el ejército español por todo aquel territorio durante el mes de febrero
del año 1578, sin cesar de destruir sementeras, huertas y ganados para oprimir
a los indios con intento de reducirlos a la paz, que era lo único que se
deseaba".
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