(1231) La vida en Chile era una perpetua
inquietud y llena de escaseces, aunque producían mucha alegría las victorias
contra los indios: "En estos tiempos, el desventurado
Chile se hallaba por todas partes en un
perpetuo desasosiego. Los indios estaban cada día más más diestros y encarnizados
con sus contrarios. Los españoles estaban cada día más pobres, más codiciosos,
más desesperados y más amigos de molestar a los indios, usando con ellos de
extraordinarias crueldades. Los indios son gente de natural bárbaro, a quienes
ni el temor de Dios los retrae, ni el del Rey los reforma, ni la conciencia los
reprime. Hicieron un ataque en Ranco, donde mataron a muchos
indios de paz. Por lo que salió contra ellos el capitán Juan de Matienzo a 5 de
diciembre de dicho año 1578 y apresó a algunos, haciendo en ellos ejemplares
castigos. Luego llegó el mariscal Gamboa a la Villarrica y, juntándose con el
escuadrón del capitán Juan de Matienzo, fueron contra el fuerte de Guarón el
día cinco de enero de 1579. Como los indios supieron que los querían cercar,
habían abandonado la fortaleza metiéndose en la aspereza de una quebrada por
parecerles que no podría llegar allí gente de a caballo. Pero, como Gamboa era
hombre de sangre en el ojo, no quiso parar hasta acabar con ellos. Aunque la
quebrada era muy dificultosa, no lo fue bastante para romper los bríos ni la
cólera de los que iban llenos de ira a estrellarse en sus adversarios. Siendo
el paso incómodo para los caballos, los españoles se apearon, y, pasando a la
otra parte, pelearon los unos con los otros. La sangrienta batalla duró desde
medio día hasta que el sol se puso, y habría continuado si el cacique Tipantue,
viendo la gran pérdida de su gente, no hubiera decidido retirarse. Para hacerlo,
comenzó a dar voces jactándose de que había apresado a un español, al cual
había de matar si no cesaba la batalla. Por esta causa, le pareció a Juan de
Matienzo cosa acertada cesar la lucha, y mandó dar la vuelta, pero con ánimo de
regresar el día siguiente con más fuerza. Era el cristiano que habían apresado
los indios un mestizo llamado don Esteban de la Cueva, hijo de don Cristóbal de
la Cueva, mancebo de 22 años, que se había señalado mucho en otras batallas, y
especialmente en esta. Aunque los indios hablaron aquella noche de darle
libertad a cambio de un buen rescate que ofrecía el capitán Matienzo, lo
impidieron algunos caciques principales viendo que habían muerto muchos
capitanes de su bando en el conflicto, los cuales fueron Calmavida, Aullanga,
Pelebei, Aimango, Contanaval, Manqueibu, Raldicán, Liquepangue, Purquen,
Arigachón y Llanquepillan. Además, se aficionó a don Esteban la hermana del
general de los indios, llamada Lacalma, que era doncella y de gran fama entre
los suyos, y de tanta seriedad, que no quería casarse sino con un español de
mucha calidad. Pero como don Esteban tenía temor de Dios, vivió con ella con
recato sin querer usar del matrimonio hasta que se hiciese cristiana, y la
procuró atraer a ello con persuasiones y halagos. De todo esto dio noticia la
mujer a sus parientes diciendo que aquel hombre le hablaba de cosas del cielo,
por lo cual le cogieron los indios, y, atándole en un palo, lo desollaron todo el
cuero dejándole como el rey Artiages dejó al glorioso apóstol San Bartolomé,
que había convertido al rey Polimio con doce ciudades".
(Imagen) Ocurrió por entonces (año 1579)
que llegaron a Chile otros 'visitantes' incómodos: "Tenida esta victoria
contra los indios, y habiendo dado los vencedores las debidas gracias a Nuestro
Señor por tan frecuentes beneficios, le comunicaron al gobernador Rodrigo de
Quiroga que un galeón de ingleses corsarios había llegado al puerto de
Valparaíso (el más cercano a Santiago de Chile). Y temiendo la peste de
su herejía -que es más perniciosa que la infidelidad de los indios- salió de su
alojamiento con setenta hombres y fue a la ciudad de Santiago, pero no resultó
necesaria su presencia, porque no aguardaron mucho los piratas para ir a la
isla de la Mocha en busca de provisiones. Allí no hallaron más que las rociadas
de flechas que les dieron seiscientos indios, matando al primer encuentro a dos
soldados. Tampoco se libró de daño su
capitán, que era el famoso pirata Francisco Drake, porque una flecha le golpeó
en el rostro. Aunque entonces no halló consuelo para tanto daño, después cogió
en la misma costa, en los términos del Perú, el navío de San Juan de Antona con
millón y medio de pesos de oro, con lo cual se le olvidaron todos los males,
habiendo hecho él muchos en estos reinos". Resultaba extraño que el
español piloto y dueño del barco se llamara San Juan de Antona (aunque en algún
tiempo San Juan ha sido nombre de pila).
Pero esta historia también la cuentan los ingleses, y resulta que
tampoco entendían muy bien por qué tenía ese nombre. Hicieron entonces una
investigación judicial sobre aquel abordaje, y quedaron bastante confusos. El
expediente lleva el título de "Testimonio bajo juramento de San Juan de
Antona, capitán del barco que llevaba el tesoro y fue apresado por Francis
Drake en marzo de 1579". Un portugués llamado Nuño da Silva, declaró que
San Juan de Antona había nacido en Vizcaya y fue llevado a Inglaterra. Los
investigadores no se fiaron mucho de esta versión, ya que Antona había
manifestado que en Panamá pudo hablar
con Drake debido a que varios de sus hombres sabían español. Quizá el español San
Juan de Antona tuviera alguna relación con Inglaterra porque da la casualidad
de que, en aquel tiempo, los españoles
llamaban Antona al puerto inglés de Southampton. En cualquier caso, a todo
pirata le llega su San Martín. Pocos años después Francis Drake fue derrotado repetidas
veces por los españoles en El Caribe, y, tras fracasar de nuevo frente a ellos
en Panamá, enfermó de disentería, de lo que murió el año 1596 frente a las
costas de Portobelo.
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