miércoles, 5 de enero de 2022

(1611) Martín Ruiz de Gamboa tuvo que abandonar la ciudad de Cañete, pero, al no conseguir que el gobernador Sarabia se implicara dándole una orden previa, dejó una prueba documental de lo ocurrido.

 

     (1201) En su caminar hacia la ciudad de Concepción, el gobernador Sarabia estaba inmerso en dudas por temor a encontrarse con indios preparados para el ataque. Decidió enviar por delante al capitán Juan Álvarez de Luna para que trajese a los caciques de Reynoguelen, supuestamente amigos, y aportaran informaciones sobre la situación: "Llegados el día siguiente, los caciques le dijeron que el camino estaba seguro, y que ellos no habían oído que hubiese gente aguardándolos, aunque después se supo que mintieron, porque como todos están unidos, cumplen más con sus naturales que con la amistad que tienen con cristianos. Sarabia volvió desde allí a Quines, donde los indios, que con los de Reynoguelen venían y habían andado muchas veces por aquellos caminos, le dijeron que ellos le llevarían por un camino a dar en la costa de la mar, sin que los enemigos se enterasen, y que, desde allí, podrían entrar seguros en Concepción. Luego el gobernador partió con los guías que tenía, y le llevaron por buen camino hasta una legua de la ciudad, donde mandó poner en orden a la gente que llevaba, y, caminado en orden de guerra, se fue a Concepción, donde le salieron a recibir los de la Audiencia con todos los demás vecinos y soldados, como correspondía a un gobernador del Rey".

     Recordemos que la Audiencia de Chile radicaba en Concepción, y no en Santiago, que era más natural, y allí fue trasladada después: "Llegado que fue Sarabia a Concepción, lo hospedó en su casa el licenciado Juan Torres de Vera (de quien ya hablamos), oidor en aquella Audiencia, donde fue muy bien servido, porque Torres era generoso". Luego Sarabia le escribió a Martín Ruiz, que se encontraba en Cañete, para que, de acuerdo con Gaspar de la Barreda, que  estaba en Arauco, se dejara libre de enemigos el camino que unía las dos ciudades, y así pudieran juntarse todos sus soldados. Martín Ruiz le respondió, con una carta muy pesimista, que no era posible, porque los indios tenían cerrado el camino, con intención de matar a quien saliese por él. Le dijo también que la gente que consigo tenía estaba descontenta, y que no iba a servir de nada permanecer en Cañete con intención de pacificar a los indios. La respuesta lo desconcertó a Sarabia, y pidió opiniones sobre el tema a los oidores y a sus capitanes de mayor confianza, teniendo  como asunto más importante el comentario de Martín Ruiz sobre la conveniencia de abandonar la ciudad Cañete y el fuerte de Arauco, y  les rogó que le hablaran con total sinceridad: "Los que allí estaban, que eran soldados, le dijeron que, en despoblar aquella ciudad de Cañete no se perdía cosa alguna, pues siempre se podría volver a poblar, y que suponía mucho costo sustentar allí a doscientos hombres de provisiones llevadas por la mar. Además, los que estaban en el fuerte de Arauco no hacían ningún buen servicio para el reino, más que el de estar allí metidos, donde podían ser derrotados. Los oidores eran de contrario parecer, pues no querían que se despoblara el fuerte, sino que se sustentara, como ellos lo habían hecho en su tiempo".

 

     (Imagen) Había, pues, ante el asedio de los indios, dos criterios: abandonar la ciudad de Cañete y el fuerte de Arauco, o resistir. Y veremos ahora cuán puntilloso era el sentido del honor del gobernador Sarabia y el  del general Martín Ruiz: "El gobernador le envió una carta a Martín Ruiz diciéndole que ningún socorro le podía mandar, y que hiciese lo que le pareciese más acertado. Lo que deseaba Martín Ruiz era que Sarabia le mandara claramente despoblar la ciudad, pero el gobernador no quería decírselo, para que no pareciese que era orden suya, sino que lo hiciese por su propia voluntad. Martín Ruiz le respondió que hablara claro, porque él no tenía la autoridad suprema, y que, si quería que despoblase aquella ciudad, se lo mandase con orden escrita, pues, si no lo quería hacer, él, por propia voluntad, se quedaría allí, pasara lo que pasara, hasta el último momento. También le indicaba que, antes de que él saliese, convendría preparar para su defensa el fuerte de Arauco, porque, en cuanto marcharan de Cañete, era seguro que los indios habían de ir contra él. Esta carta recibió el gobernador en respuesta a la suya, y comentó que Martín Ruiz tomaba muchas precauciones para no hacer nada que le pudiera ocasionar perjuicios posteriormente". Tampoco el gobernador quería pillarse los dedos con la responsabilidad del abandono de la ciudad. Entonces le envió otra carta a Martín Ruiz, limitándose a decirle lo mismo: que no le podía ayudar; y el capitán, ya harto, mandó a sus hombres que se prepararan para marchar de Cañete e irse a Concepción. Primeramente se embarcaron los treinta y seis soldados que había en el fuerte de Arauco, aunque tan acosados por los indios, que tuvieron que abandonar en la playa sus caballos. Llegó después otra nave, enviada por el gobernador, y, embarcando primeramente las mujeres y los niños de Cañete, MARTÍN RUIZ DE GAMBOA dio orden de zarpar, "pero no sin preparar antes una información con la que tener después base para justificar su salida, en la que, según me dijeron algunos testigos, contaba la verdad". Y el cronista recoge otro lamento: "Quedaron abandonados en tierra trescientos caballos, los mejores del reino, sueltos por aquel campo y mirando muchos de ellos al navío que partía, lo que daba grandísima lástima a sus dueños, pues sabían que no iban a tener otros como los que dejaban en poder de aquellos bárbaros". (Al margen de que el precio de los caballos era exorbitante). La imagen muestra el busto de MARTÍN RUIZ DE GAMBOA, situado en la plaza central de Castro, la ciudad chilena que fundó el año 1567, poco antes de su actual aventura.




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