(1201) En su caminar hacia la ciudad de
Concepción, el gobernador Sarabia estaba inmerso en dudas por temor a
encontrarse con indios preparados para el ataque. Decidió enviar por delante al
capitán Juan Álvarez de Luna para que trajese a los caciques de Reynoguelen,
supuestamente amigos, y aportaran informaciones sobre la situación:
"Llegados el día siguiente, los caciques le dijeron que el camino estaba
seguro, y que ellos no habían oído que hubiese gente aguardándolos, aunque
después se supo que mintieron, porque como todos están unidos, cumplen más con sus
naturales que con la amistad que tienen con cristianos. Sarabia volvió desde
allí a Quines, donde los indios, que con los de Reynoguelen venían y habían
andado muchas veces por aquellos caminos, le dijeron que ellos le llevarían por
un camino a dar en la costa de la mar, sin que los enemigos se enterasen, y que,
desde allí, podrían entrar seguros en Concepción. Luego el gobernador partió
con los guías que tenía, y le llevaron por buen camino hasta una legua de la
ciudad, donde mandó poner en orden a la gente que llevaba, y, caminado en orden
de guerra, se fue a Concepción, donde le salieron a recibir los de la Audiencia
con todos los demás vecinos y soldados, como correspondía a un gobernador del Rey".
Recordemos que la Audiencia de Chile
radicaba en Concepción, y no en Santiago, que era más natural, y allí fue
trasladada después: "Llegado que fue Sarabia a Concepción, lo hospedó en
su casa el licenciado Juan Torres de Vera (de quien ya hablamos), oidor
en aquella Audiencia, donde fue muy bien servido, porque Torres era generoso".
Luego Sarabia le escribió a Martín Ruiz, que se encontraba en Cañete, para que,
de acuerdo con Gaspar de la Barreda, que
estaba en Arauco, se dejara libre de enemigos el camino que unía las dos
ciudades, y así pudieran juntarse todos sus soldados. Martín Ruiz le respondió,
con una carta muy pesimista, que no era posible, porque los indios tenían
cerrado el camino, con intención de matar a quien saliese por él. Le dijo
también que la gente que consigo tenía estaba descontenta, y que no iba a
servir de nada permanecer en Cañete con intención de pacificar a los indios. La
respuesta lo desconcertó a Sarabia, y pidió opiniones sobre el tema a los
oidores y a sus capitanes de mayor confianza, teniendo como asunto más importante el comentario de
Martín Ruiz sobre la conveniencia de abandonar la ciudad Cañete y el fuerte de
Arauco, y les rogó que le hablaran con
total sinceridad: "Los que allí estaban, que eran soldados,
le dijeron que, en despoblar aquella ciudad de Cañete no se perdía cosa alguna,
pues siempre se podría volver a poblar, y que suponía mucho costo sustentar
allí a doscientos hombres de provisiones llevadas por la mar. Además, los que
estaban en el fuerte de Arauco no hacían ningún buen servicio para el reino,
más que el de estar allí metidos, donde podían ser derrotados. Los oidores eran
de contrario parecer, pues no querían que se despoblara el fuerte, sino que se
sustentara, como ellos lo habían hecho en su tiempo".
(Imagen) Había, pues, ante el asedio de los
indios, dos criterios: abandonar la ciudad de Cañete y el fuerte de Arauco, o
resistir. Y veremos ahora cuán puntilloso era el sentido del honor del
gobernador Sarabia y el del general
Martín Ruiz: "El gobernador le envió una carta a Martín Ruiz diciéndole que
ningún socorro le podía mandar, y que hiciese lo que le pareciese más acertado.
Lo que deseaba Martín Ruiz era que Sarabia le mandara claramente despoblar la
ciudad, pero el gobernador no quería decírselo, para que no pareciese que era
orden suya, sino que lo hiciese por su propia voluntad. Martín Ruiz le
respondió que hablara claro, porque él no tenía la autoridad suprema, y que, si
quería que despoblase aquella ciudad, se lo mandase con orden escrita, pues, si
no lo quería hacer, él, por propia voluntad, se quedaría allí, pasara lo que
pasara, hasta el último momento. También le indicaba que, antes de que él
saliese, convendría preparar para su defensa el fuerte de Arauco, porque, en
cuanto marcharan de Cañete, era seguro que los indios habían de ir contra él.
Esta carta recibió el gobernador en respuesta a la suya, y comentó que Martín
Ruiz tomaba muchas precauciones para no hacer nada que le pudiera ocasionar
perjuicios posteriormente". Tampoco el gobernador quería pillarse los
dedos con la responsabilidad del abandono de la ciudad. Entonces le envió otra
carta a Martín Ruiz, limitándose a decirle lo mismo: que no le podía ayudar; y
el capitán, ya harto, mandó a sus hombres que se prepararan para marchar de
Cañete e irse a Concepción. Primeramente se embarcaron los treinta y seis
soldados que había en el fuerte de Arauco, aunque tan acosados por los indios, que
tuvieron que abandonar en la playa sus caballos. Llegó después otra nave,
enviada por el gobernador, y, embarcando primeramente las mujeres y los niños
de Cañete, MARTÍN RUIZ DE GAMBOA dio orden de zarpar, "pero no sin
preparar antes una información con la que tener después base para justificar su
salida, en la que, según me dijeron algunos testigos, contaba la verdad".
Y el cronista recoge otro lamento: "Quedaron abandonados en tierra trescientos
caballos, los mejores del reino, sueltos por aquel campo y mirando muchos de
ellos al navío que partía, lo que daba grandísima lástima a sus dueños, pues
sabían que no iban a tener otros como los que dejaban en poder de aquellos
bárbaros". (Al margen de que el precio de los caballos era exorbitante).
La imagen muestra el busto de MARTÍN RUIZ DE GAMBOA, situado en la plaza
central de Castro, la ciudad chilena que fundó el año 1567, poco antes de su
actual aventura.
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