(1234) No era sólo la zona de Valdivia la
que estaba llena de enemigos, sino que apenas había algún sitio que no
estuviese cuajado de ellos: "Y andaba ya la cosa tan mal que no dejaban
iglesia, cruz ni imagen sin quemar. Estaba entonces en gran peligro Martín de
Santander con treinta españoles que guardaban el fuerte de Lliven, y no
teniendo esperanza de remedio humano, abandonaron la fortaleza un sábado a 20
días del mes de febrero del dicho año 1579. Cuando caminaban hacia la ciudad de
Valdivia, unos indios les dijeron que toda la gente de aquella zona estaba en
paz. Por lo cual los españoles se volvieron al fuerte. En él hallaron a Relio y
Teguano, dos caciques que eran grandes amigos de los españoles y residían en otro
fuerte, a tres leguas del de Lliven, con sus indios, atreviéndose a hacerlo porque
siempre habían tenido la protección de los españoles. Pero los dos se mostraron
esta vez muy afectados por el hecho de
que los nuestros los hubiesen desamparado dejándoles como ovejas entre lobos, a
lo que el capitán Santander respondió con algunas excusas, y, ocultándoles lo
que había intentado, los tranquilizó asegurándoles que no había sido su deseo
dejar la fortaleza. El día siguiente tuvo noticia de que un español llamado Pedro Báez, al que
había enviado a la isla con algunos yanaconas, había muerto a manos de los
rebelados. Se lo contaron Teguano y Relio, que lo sabían porque un indio
embajador de los rebelados les llegó para pedirles que les ayudasen aquella
noche, porque ellos habían de venir con toda su fuerza de gente a poner cerco al
fuerte de los españoles. Y les dijo también a los dos caciques que tenían
obligación de servir a su patria y connaturales por los muchos agravios que les
hacían los cristianos. Teguano y Relio dijeron todo esto haciendo hincapié en su
fidelidad a los españoles largamente demostrada. Pero, viendo el capitán Santander
que no había manera de poder ayudarles, y que, de quedarse ellos en su fuerte,
sin duda habían de perecer allí con toda su gente, les dijo a los dos caciques
que, si ellos querían traer pronto a sus hijos y mujeres del lugar en que
estaban, con mucho gusto los llevaría consigo para librarlos de los enemigos. A
lo cual respondieron los caciques que ellos no podían preparar a su gente con
tanta brevedad como él quería, pues estaba ya con el pie en el estribo, pero que le suplicaban que no fuese por el
camino real, sino por otro que, con mucho rodeo, conducía a su fuerte, para
llevar de allí a sus hijos y mujeres con las demás gente de presidio (no
tiene el sentido de 'presos', sino el de 'refugiados'). Partiendo los
nuestros por la tierra de Renigua tuvieron noticia de algunos asaltos que los
indios rebelados habían hecho en los españoles quitándoles las vidas, y de que
toda la tierra por donde habían de pasar estaba tomada de los contrarios. Al
saberlo, mostraron los españoles gran pusilanimidad, como lo habían hecho antes
a cada paso, de suerte que el cacique Teguano perdió el control, dejando caer
la lanza de la mano y fijando los ojos en el cielo con hartas lágrimas que
destilaba por ellos, al comprender el triste final que habían de tener sus indios
por la flojedad de los españoles en los que había puesto su confianza".
Queda algo confusa la redacción. Se supone que los españoles y los dos caciques iban hacia el fuerte donde
se encontraban los indios amigos, con el fin de recoger a los que allí estaban,
mujeres y niños incluidos, y que luego marcharían todos juntos dejando
abandonados los dos fuertes.
(Imagen) La situación era muy dramática,
ya que los indios amigos de los españoles
iban a pagar un alto precio por serlo. Sin duda, de haberles ayudado
contra la ira de los mapuches, la mayoría de los soldados habrían muerto, pero
cuesta creer que hubiesen abandonado de la misma manera a otros españoles:
"Los cristianos, sabiendo que su remedio estaba en ir deprisa, picaron a los
caballos dejando atrás a los pobres indios, que, por llevar mujeres, no podían
caminar tanto, por lo cual se angustiaron mucho al ver que les dejaban a merced
de sus contrarios. Y aunque los españoles derramaron hartas lágrimas por la lástima,
venció el temor a la razón, y siguieron adelante. Apenas se habían apartado,
cuando los dos caciques amigos de los
españoles vieron venir a uno de los suyos dando voces y mordiéndose las manos
porque dejaba atrás un gran destrozo hecho por los enemigos, los cuales habían atacado
la fortaleza echándola toda por tierra, y, además, venían ya en su seguimiento
después de haber matado a sus hijos y mujeres, y a toda su gente que había
quedado algo atrasada mientras los dos caciques iban hablando con los españoles,
con deseo de detenerlos durante un tiempo. Viéndose los pobres
caciques perdidos, se subieron en lo alto de una roca con la poca gente que les
quedaba, donde luego fueron cercados por los enemigos, los cuales procuraron persuadirles
con palabras blandas para que se entregasen, pues eran su propia sangre y no
tenían por qué recelar de sus hermanos. Pareciéndole al cacique Teguano que el
mal no podría medrar mucho, se entregó a don Cristóbal Alos, que era un indio
harto astuto, el cual lo llevó a su pueblo haciendo grandes fiestas por el
camino. Pero antes de esto procuró inducir a Relio, el otro cacique, a que se
rindiese también, pero no quiso hacerlo, hasta que, al cabo de tres días, le
vino la necesidad de aceptarlo. Fueron los indios muy contentos con esta presa,
y habiéndola solemnizado en su pueblo, ahorcaron a los dos caciques pregonando
que habían sido traidores a su patria y
que se los condenaba a ser comidas sus carnes en un solemne banquete y
borrachera. Este fue el fin de los desventurados caciques. Y casi habrían
acabado igual los treinta españoles que siguieron adelante, los cuales fueron abriéndose
paso entre escuadrones de enemigos, matando a muchos de ellos con pérdida de un
solo soldado, hasta que llegaron adonde estaba el capitán Baltasar Verdugo con
cuarenta hombres de a caballo, con los cuales recibieron extraordinario
consuelo". En la imagen vemos que el grito de la protesta mapuche llega
hasta nuestros días.
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