viernes, 18 de febrero de 2022

(1650) También el Gobernador Sotomayor, harto de la pesadilla de los mapuches, se endureció con ellos. Aparece nuevamente un mulato como cacique de indios, y fue tumbado de un arcabuzazo. JUAN DE LA CUEVA, un heroico soldado raso.

 

     (1250) Las batallas contra los mapuches seguían sin cesar, y el gobernador Alonso de Sotomayor, harto de su insufrible rebeldía, centraba toda su estrategia en someterlos por la fuerza, renunciando ya a todo tipo de diplomacia. Iba recorriendo con trescientos soldados el extenso territorio, llegando a Purén, Mareguano, Guadaba, Licura, Tucapel, Arauco y Andalicán, y dice el cronista que "haciendo graves castigos en los indios de aquellos lugares". Por lo que es de suponer que se trataba de daños corporales y, casi con seguridad, de una gran cantidad de ejecuciones. Y continúa diciendo: "Finalmente, llegó el gobernador a una loma donde  estaban los enemigos encastillados en un fuerte. Para desbaratarlo, se adelantó el sargento mayor Alonso García Ramón y puso a su gente en orden llevando él la retaguardia. Tuvo una gran refriega con los indios desbaratándolos en breve tiempo, aunque salieron algunos de los nuestros heridos, y en particular el capitán don Juan Rodolfo, que estuvo a punto de muerte. (Valga comentar que se trataba de Juan Rodolfo Lisperguer, de quien he visto en el testamento de la siniestra Catalina de los Ríos Lisperguer, llamada La Maltrana, que era su primo, y ambos, nietos del excepcional alemán Pedro Lisperguer, al cual, así como a La Maltrana, ya les dediqué sendas reseñas). En esta batalla quedó preso el general de los indios, que era un mestizo llamado Diego Díaz, hombre facineroso y confederado con un mulato que capitaneaba otra gran cuadrilla de forajidos, del cual dio noticia en su confesión este mestizo (sin duda, bajo tortura). Y deseando el sargento mayor Alonso García Ramón apresar al mulato, fue a buscarle a donde el mestizo le dijo que estaba, y llegó a verse con él desde lejos, aunque no pudo prenderle, porque, viendo él a los españoles, se arrojó en el río Biobío y escapó de sus manos".

     Hemos visto varias veces que había mulatos y mestizos luchando junto a los mapuches, e incluso como dirigentes. El mulato huido logró formar un ejército de seis mil indios, y preparó un ataque contra el campamento de los españoles. Para saber cuáles eran los accesos más vulnerables, utilizó a un muchacho indio que había servido a los españoles. El chaval se presentó ante ellos, fingió haber escapado de los indios, y corrió luego a darle al mulato la información que necesitaba: "Gracias a ese engaño, pudo llegar un grupo de los indios hasta el cuerpo de guardia, mientras los demás atacaban por otras partes el campamento sin dejar salida a los españoles. Este aprieto fue uno de los mayores que se han escrito en esta historia, por estar los nuestros tan descuidados y dormidos sin ningún recelo. Sin embargo, los nuestros salieron al instante tan despiertos como si lo estuvieran de mucho antes, y se enfrentaron a los enemigos con tanta furia de ambas partes, que hubo indio que pasó de una lanzada ambos arzones de la silla de un caballo  y los muslos del que estaba en ella. Pero, gracias a Dios, en la calle por donde entraron los contrarios estaba el sargento mayor Alonso García Ramón, el cual les impidió que ganasen el cuerpo de guardia, y también fue de gran importancia un arcabuzazo que derribó al mulato jefe de las huestes indias, con lo cual fue su ejército de retirada, siguiendo los nuestros la victoria hasta un río que estaba cerca del campamento. Los heridos nuestros no fueron pocos, pero muchos más sin comparación fueron los heridos y muertos del bando contrario, lo cual tuvo gran importancia para que  se rebajaran los bríos y el atrevimiento con los que los indios andaban muy orgullosos".

 

     (Imagen)  Nos muestra el cronista a un héroe olvidado, JUAN DE LA CUEVA, e insiste en la dureza con que se trataba a los mapuches, incluso a los sometidos. Este último detalle y la dosis cultural del texto, hace pensar que el verdadero autor sea el jesuita Bernardo de Escobar: "Les preocupó mucho a los indios que el  gobernador estuviera fabricando dos fuertes en las riberas del río Biobío, teniendo por cierto que habían de ser como esclavos de los españoles. Y no les faltaba razón, pues además de otros trabajos intolerables que padecen sirviendo a los españoles, bastaban para apurarlos del todo lo sufrimientos que padecen ayudándolos a mantener la guerra. Porque, aunque se tratara solamente de llevar las cargas que les echan en las espaldas, resulta un trabajo muy penoso por ser tan frecuente y sin remuneración alguna. Tanto es así, que un indio de Arauco a quien los españoles ocupaban haciéndole llevar en una yegua suya muchas cargas, mató a la yegua para que lo dejasen en paz los que, con la excusa de aquella acémila, le obligaban a que él lo fuese también. Por esta causa, procuraron estos indios de Millapoa que se impidiese la construcción de la fortaleza. Y, para esto, se pusieron en emboscada junto al río donde les pareció que habían de desembarcar los españoles que venían de la orilla donde se había edificado el primer fuerte. Tuvo el gobernador sospecha de esto, y, viéndole deseoso de saber la verdad, un soldado valerosísimo, llamado Juan de la Cueva, se ofreció a pasar el río Biobío a nado (el más largo y caudaloso de Chile), para enterarse de lo que pasaba. Tomando una pica en la mano, pasó el río de banda a banda y descubrió a los enemigos emboscados, los cuales, más con deseo de que no volviese a dar aviso que de quitarle la vida, salieron todos a él con mano armada. Mas era tanto su valor y coraje, que peleó con todos ellos y anduvo en la refriega algún rato, ganando o mereciendo ganar más nombre que Tideo, hijo de Anco, rey de Calidonia, el cual dando en manos de un escuadrón de tebanos que le estaban esperando emboscados para humillarlo, se enfrentó a ellos y los mató sin dejar hombre a vida; y más fama que Aristómenes Meceno, que mató trescientos lacedemonios sin haber hombre que le hiciese huir. Y lo que es de más admiración en este trance se debe a que este soldado volvió por el mismo río, abalanzándose a él con gran destreza al mismo tiempo que estaba peleando, sin que los indios dejaran de arrojarle dardos y flechas, de cuyo peligro lo libró nuestro Señor para que diese aviso a los de su campamento, por lo cual los indios, desistiendo de su intento y esperanza, se volvieron a sus tierras".




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