miércoles, 9 de febrero de 2022

(1641) Caciques que parecían amigos se rebelaban. Los indios hacían ataques brutales, y el gobernador Ruiz de Gamboa reaccionó con la máxima dureza. Salvo en Santiago y La Serena, todo Chile estaba lleno de conflictos.

 

     (1241) Los españoles solo querían una cosa: someter  a los indios, quienes a su vez tenían como idea fija acabar con los españoles. Dado el espíritu aguerrido de los mapuches, no había posibilidades de un arreglo pacífico, y la vida en Chile se convirtió en un infierno, salvo en las ciudades de La Serena y Santiago, donde había suficiente tranquilidad, quizá por estar más firmemente asentadas. Así que, fatalmente, el recurso por ambas partes para tratar de conseguir la victoria fue la brutalidad. Voy a resumir unos cuantos incidentes dramáticos. El cronista alaba la táctica del gobernador Martín Ruiz de Gamboa, consistente en instalar fuertes poco aparatosos pero eficaces frente a las rudimentarias armas de los indios. El mes de octubre de 1580 preparó uno en la zona de Codico: "Hecho esto, salió con sesenta hombres y halló a muchos indios que acababan de aceptar la paz, entre los cuales estaban los caciques don Pedro Guiaquipillan y don Martín Chollipa, que habían abandonado a don Cristóbal Aloe, su compañero, en una estacada con otros muchos indios de guerra. Para terminar de pacificar estas reliquias de rebelados, les envió al capitán Gaspar de Villarroel con unos cincuenta hombres. Al verlos, los indios se alborotaron, y,  como la única intención de los nuestros era conseguir la paz, el capitán Villarroel le envió un mensaje al cacique don Cristóbal Aloe  con el ruego de que se vieran cara a cara para acabar de una vez con aquella pesadumbre. El cacique accedió, y Villarroel, sabiendo qué era lo que más les molestaba a los indios, le dijo que el gobernador estaba enterado de que su alzamiento se debía a los agravios que les hacían los españoles, y a muchas injusticias por parte de los jueces. A todo esto iba respondiendo el indio  de manera ambigua, y finalmente dijo que no quería decidir nada sin comunicarlo primero con sus capitanes, para lo cual quería tres días de aplazamiento. El capitán Villarroel concedió al indio el plazo que demandaba, y volvió adonde el gobernador explicándole lo que se había negociado, el cual lo tuvo por bien. Incluso prometió remediarlo eficazmente, impidiendo las vejaciones y malos tratamientos que se les hacían a los indios. Y para mostrar sus buenas intenciones, comenzó  a tomar medidas, para lo que envió visitadores que tratasen a los indios de manera que no se sintieran ofendidos. Con ese fin, fue el capitán Pedro de Maluneda, burgalés, a la ciudad de Valdivia, y el capitán Alonso de Trana, natural de Ciudad Real, se encargó del distrito de Osorno".

     Pero no tardó el gobernador en convencerse de que los indios estaban haciendo un doble juego: "Viendo el gobernador que todo era falsedad, se fue mohíno a su alojamiento, que estaba en  un pueblo cercano al fuerte, llamado Villaviciosa, donde mandó edificar otra fortaleza, con su contrafuerte y pozos hondos llenos de agua, el cual se comenzó a finales de octubre del mismo año de 1580, y, en solo dos días,  tras darle la última mano, le puso el nombre de Fuerte de San Pedro. Esto lo hizo el gobernador para refugio de los indios amigos que venían temerosos de los demás de su patria, poniendo en él cincuenta españoles que los defendiesen y amparasen. Fue una decisión muy acertada, por estar esta tierra muy poblada de gente necesitada, que reside en una zona llamada Isla, porque se encuentra entre dos ríos, habiendo en ella muchos pueblos, uno de los cuales se llama Ranco, por lo cual el nuevo refugio tiene el nombre de  Fuerte de San Pedro de Ranco".

 

     (Imagen) La falsedad de las promesas indias sacaron de quicio al gobernador interino Martín Ruiz de Gamboa, que decidió tratarlos con dureza, y, probablemente, se le fue la mano: "Cuando el gobernador vino al edificio del fuerte de San Pedro, trajo dos piraguas por tierra, con harta dificultad porque la distancia fue de siete leguas. Las quería para echarlas al agua en esta laguna, con el fin de ir a las islas que hay en ella. Llegando el momento oportuno, envió diez arcabuceros y la demás gente que cupo en las piraguas, los cuales fueron navegando hacia la isla más grande, que mide unas cuatro leguas, y en la que hay doscientos indios que a la sazón estaban bien descuidados de esta entrada. Antes de que las piraguas llegasen a la isla, hallaron cuatro canoas grandes llenas de indios rebelados que iban a llevar bastimentos al fuerte del cacique don Cristóbal Aloe, y dando en ellos, los prendieron a todos. Volvieron con esta presa al gobernador, el cual mandó que los llevasen al pie del fuerte al que ellos iban, y allí, a vista de los suyos, los pasasen a todos a cuchillo sin dejar hombre con vida. Se ejecutó lo ordenado puntualmente, de modo que los rebelados quedaron atónitos viendo tan inopinadamente hacer esta matanza de la gente a la que ellos estaban esperando con vituallas. Y el sentimiento y las lágrimas fueron muy grandes en todos ellos, tanto por la afrenta que se les hacía, como por ver morir ante sus ojos a sus hermanos, hijos y mujeres, que habían salido a buscar con qué mantenerse. Por su parte, el capitán don Pedro de Barco, que iba con veinte de a caballo, topó con indios de guerra y peleó con ellos matando algunos, aunque luego se fue retirando por ver que recibían refuerzos, y los españoles salieron con muchas heridas. Asimismo, en la ciudad de San Bartolomé de Chillán, estaban todos asustados porque trescientos indios araucanos andaban en rebeldía capitaneados por un mulato. Los cuales mataron a muchos indios amigos de los españoles y quemaron el pueblo. En todo el territorio chileno, excepto en las ciudades de Santiago y La Serena, había cada día enfrentamientos con los enemigos, y en particular en la ciudad de Angol, donde tomaron los indios mucho ganado a un español llamado Diego de Mora. Y en San Bartolomé de Chillán hicieron lo mismo, matando a los indios de paz que podían tener a mano, y llevando a otros presos, uno los cuales fue el cacique Reno, después de haberse defendido valerosamente. De suerte que, dondequiera que el hombre volviera los ojos, no podía ver otra cosa más que calamidades de las que este reino de Chile lleva buena cosecha.




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