(1241) Los españoles solo querían una
cosa: someter a los indios, quienes a su
vez tenían como idea fija acabar con los españoles. Dado el espíritu aguerrido
de los mapuches, no había posibilidades de un arreglo pacífico, y la vida en
Chile se convirtió en un infierno, salvo en las ciudades de La Serena y
Santiago, donde había suficiente tranquilidad, quizá por estar más firmemente
asentadas. Así que, fatalmente, el recurso por ambas partes para tratar de
conseguir la victoria fue la brutalidad. Voy a resumir unos cuantos incidentes
dramáticos. El cronista alaba la táctica del gobernador Martín Ruiz de Gamboa,
consistente en instalar fuertes poco aparatosos pero eficaces frente a las
rudimentarias armas de los indios. El mes de octubre de 1580 preparó uno en la
zona de Codico: "Hecho esto, salió con sesenta hombres y halló a muchos
indios que acababan de aceptar la paz, entre los cuales estaban los caciques
don Pedro Guiaquipillan y don Martín Chollipa, que habían abandonado a don
Cristóbal Aloe, su compañero, en una estacada con otros muchos indios de
guerra. Para terminar de pacificar estas reliquias de rebelados, les envió al
capitán Gaspar de Villarroel con unos cincuenta hombres. Al verlos, los indios
se alborotaron, y, como la única
intención de los nuestros era conseguir la paz, el capitán Villarroel le envió
un mensaje al cacique don Cristóbal Aloe
con el ruego de que se vieran cara a cara para acabar de una vez con aquella
pesadumbre. El cacique accedió, y Villarroel, sabiendo qué era lo que más les
molestaba a los indios, le dijo que el gobernador estaba enterado de que su
alzamiento se debía a los agravios que les hacían los españoles, y a muchas
injusticias por parte de los jueces. A todo esto iba respondiendo el indio de manera ambigua, y finalmente dijo que no
quería decidir nada sin comunicarlo primero con sus capitanes, para lo cual quería
tres días de aplazamiento. El capitán Villarroel concedió al
indio el plazo que demandaba, y volvió adonde el gobernador explicándole lo que
se había negociado, el cual lo tuvo por bien. Incluso prometió remediarlo
eficazmente, impidiendo las vejaciones y malos tratamientos que se les hacían a
los indios. Y para mostrar sus buenas intenciones, comenzó a tomar medidas, para lo que envió visitadores
que tratasen a los indios de manera que no se sintieran ofendidos. Con ese fin,
fue el capitán Pedro de Maluneda, burgalés, a la ciudad de Valdivia, y el
capitán Alonso de Trana, natural de Ciudad Real, se encargó del distrito de
Osorno".
Pero no tardó el gobernador en convencerse
de que los indios estaban haciendo un doble juego: "Viendo el gobernador
que todo era falsedad, se fue mohíno a su alojamiento, que estaba en un pueblo cercano al fuerte, llamado
Villaviciosa, donde mandó edificar otra fortaleza, con su contrafuerte y pozos
hondos llenos de agua, el cual se comenzó a finales de octubre del mismo año de
1580, y, en solo dos días, tras darle la
última mano, le puso el nombre de Fuerte de San Pedro. Esto lo hizo el
gobernador para refugio de los indios amigos que venían temerosos de los demás
de su patria, poniendo en él cincuenta españoles que los defendiesen y
amparasen. Fue una decisión muy acertada, por estar esta tierra muy poblada de
gente necesitada, que reside en una zona llamada Isla, porque se encuentra
entre dos ríos, habiendo en ella muchos pueblos, uno de los cuales se llama
Ranco, por lo cual el nuevo refugio tiene el nombre de Fuerte de San Pedro de Ranco".
(Imagen) La falsedad de las promesas
indias sacaron de quicio al gobernador interino Martín Ruiz de Gamboa, que
decidió tratarlos con dureza, y, probablemente, se le fue la mano: "Cuando
el gobernador vino al edificio del fuerte de San Pedro, trajo dos piraguas por
tierra, con harta dificultad porque la distancia fue de siete leguas. Las
quería para echarlas al agua en esta laguna, con el fin de ir a las islas que
hay en ella. Llegando el momento oportuno, envió diez arcabuceros y la demás
gente que cupo en las piraguas, los cuales fueron navegando hacia la isla más
grande, que mide unas cuatro leguas, y en la que hay doscientos indios que a la
sazón estaban bien descuidados de esta entrada. Antes de que las piraguas
llegasen a la isla, hallaron cuatro canoas grandes llenas de indios rebelados
que iban a llevar bastimentos al fuerte del cacique don Cristóbal Aloe, y dando
en ellos, los prendieron a todos. Volvieron con esta presa al gobernador, el
cual mandó que los llevasen al pie del fuerte al que ellos iban, y allí, a
vista de los suyos, los pasasen a todos a cuchillo sin dejar hombre con vida. Se
ejecutó lo ordenado puntualmente, de modo que los rebelados quedaron atónitos
viendo tan inopinadamente hacer esta matanza de la gente a la que ellos estaban
esperando con vituallas. Y el sentimiento y las lágrimas fueron muy grandes en
todos ellos, tanto por la afrenta que se les hacía, como por ver morir ante sus
ojos a sus hermanos, hijos y mujeres, que habían salido a buscar con qué
mantenerse. Por su parte, el capitán don Pedro de Barco, que iba con veinte de
a caballo, topó con indios de guerra y peleó con ellos matando
algunos, aunque luego se fue retirando por ver que recibían refuerzos, y los
españoles salieron con muchas heridas. Asimismo, en la ciudad
de San Bartolomé de Chillán, estaban todos asustados porque trescientos indios
araucanos andaban en rebeldía capitaneados por un mulato. Los cuales mataron a muchos
indios amigos de los españoles y quemaron el pueblo. En todo el territorio
chileno, excepto en las ciudades de Santiago y La Serena, había cada día enfrentamientos
con los enemigos, y en particular en la ciudad de Angol, donde tomaron los
indios mucho ganado a un español llamado Diego de Mora. Y en San Bartolomé de
Chillán hicieron lo mismo, matando a los indios de paz que podían tener a mano,
y llevando a otros presos, uno los cuales fue el cacique Reno, después de
haberse defendido valerosamente. De suerte que, dondequiera que el hombre
volviera los ojos, no podía ver otra cosa más que calamidades de las que este
reino de Chile lleva buena cosecha.
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