jueves, 17 de febrero de 2022

(1648) El nuevo gobernador hizo consultas para decidir sobre los límites que Gamboa había establecido a los impuestos de los indios. Los soldados del gobernador que faltaban por llegar sufrieron bajas, y solo la inteligencia de uno de ellos salvó a los demás.

 

     (1248) Nos muestra el cronista la preocupación que tenía Alonso de Sotomayor acerca de los límites que había establecido el gobernador interino Martín Ruiz de Gamboa sobre las tasas impuestas a los indios. De manera que les ordenó a sus enviados que se ocuparan de ello al llegar a Santiago: "Entre otras cosas que les encargó fue la más principal lo que tocaba al  control sobre la tasa puesto por el mariscal Gamboa, porque había provocado un gran malestar en Santiago, que resultó muy perjudicial para todo el territorio de Chile. Las autoridades se habían juntado en ausencia del mariscal Gamboa, que estaba en Chillán, y pidieron pareceres a los principales letrados de la ciudad, y en particular a fray Cristóbal de Ravaneda, provincial de los franciscanos, el cual dio el suyo por escrito, inclinándose a que no hubiese reducción del impuesto".

     Aunque ese fuera el criterio general de los españoles, la última palabra la iba a tener el gobernador Alonso de Sotomayor: "Llegado el mes de septiembre, entró el nuevo gobernador en la ciudad de Santiago el día 1919. Fue recibido con gran aplauso de todo el pueblo, llevándole el caballo de rienda por la plaza el corregidor, que a la sazón era el maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado. Y luego se dio principio a las fiestas guardando parte de ellas para cuando llegase el resto de la tropa, que venía con don Luis de Sotomayor (hermano de Alonso)".

     Pero los que faltaban tardaron mucho en llegar debido a un incidente atroz que veremos en la imagen: "Queriendo el gobernador dar principio a las cosas de su oficio, mandó preparar a la gente para la guerra, y, asimismo,  envió al capitán Pedro Lisperguer a la ciudad de Lima, del Perú, para que diese cuenta a los oidores de aquella Audiencia, que gobernaban por muerte del virrey don Martín Enríquez de Almansa, de la venida de esta gente y del mismo gobernador, y también para que determinasen lo que pareciese más conveniente acerca del límite de la tasa que había puesto el mariscal Martín Ruiz de Gamboa, llevando para ello los pareceres que se habían manifestado. Estaban las cosas de la guerra tan necesitadas de atención, que no dieron lugar a que los soldados recién venidos descansasen muchos días, ni el gobernador lo permitió. Y, para que comenzasen pronto a marchar los soldados, confirmó en el oficio de coronel a don Luis de Sotomayor, su hermano, a Francisco del Campo lo nombró maestre de campo, a don Alonso González de Medina alférez general, y, capitanes, a don Bartolomé Morejón y algunos otros que ya lo habían sido en las tierras de Chile".

     También se ocupó en nombrar corregidores para todas las ciudades. Le entregó a su hermano, Luis de Sotomayor, en quien tenía una total confianza, los soldados con que contaba, que eran entonces doscientos cincuenta. Partió la tropa, y, habiendo pasado por Concepción, Chillán y Angol, tuvieron una dura batalla con los indios, de los cuales murieron muchos, y solamente un español: "Y quiso Dios que, habiendo llegado al mismo sitio durante la refriega doce hombres que venían de La Imperial acompañando a unas señoras principales, pudieron ayudar a los suyos y fueron ayudados por ellos sin detrimento de las mujeres, pues, de haberse presentado un poco antes o después, sin duda habrían caído en manos de los adversarios. Se hallaron en este lance con su nuevo cargo de capitanes, además de los mencionados anteriormente, Tiburcio de Heredia y Francisco de Palacios".

 

     (Imagen) Estaba previsto que, tras el gobernador, llegaran a Santiago las tropas rezagadas (en la imagen vemos el recorrido, de unos 1.400 km). Pero lo hicieron con retraso tras sufrir un terrible percance, que no fue más desastroso por la inteligencia práctica de un soldado. Oigamos al cronista: "Tuvieron durante el viaje innumerables dificultades por lo escabroso del camino y el hambre insoportable, la cual llegó a tal extremo, que comían las abarcas poniéndolas al fuego para que se ablandasen algo. Entre otros peligros, tuvieron uno muy penoso. Cuando llegaron al río Tucumán, entraron por una larguísima zona llena de una especie de paja que era muy espesa y alcanzaba la altura de un hombre. Estaban en ella algunos indios mal intencionados, los cuales provocaron un incendio al ver pasar a los españoles, con el fin de que los alcanzase y los quemase a todos, ya que no había lugar en el que refugiarse. Sin darse cuenta de esta coyuntura, iban  caminando dos grupos de soldados, de suerte que, en breve tiempo, alcanzó por detrás el fuego a los últimos, los cuales, viendo que el aire les acercaba el fuego y era más ligero que sus pies, dieron la vuelta hacia el mismo fuego y lo atravesaron hasta donde ya no había sino ceniza, aunque no acababa de apagarse del todo. Y, por más diligencia que hicieron en taparse los rostros y correr aprisa, quedaron tan lastimados, que aquella noche murieron cinco de ellos, y después fueron muriendo poco a poco otros siete, quedando los demás desollados, sin recuperar su salud durante muchos días. Y como el fuego corría con tanta velocidad, llegó brevemente muy cerca de los que iban delante, los cuales, viendo que habían de ser pronto alcanzados, consultaron lo que se podía hacer en tan manifiesto peligro. Sin duda lo habrían pasado tan mal como los otros, si no fuera por el ingenio de un soldado a quien inspiró Nuestro Señor que encendiese fuego, como lo hizo, con la mecha del arcabuz en el mismo sitio en que se encontraban, de suerte que el viento que les seguía por las espaldas llevó las llamas hacia adelante, yéndose ellos poco a poco tras ellas y pasando por las cenizas que dejaban. De modo que, cuando llegó el fuego que les venía dando alcance por detrás, no halló paja en que prender por haberse ya quemado con el incendio que ellos pusieron. Cesó allí el fuego sin poder avanzar más, quedando la gente libre de este enemigo al dejar correr la llama que iba adelante, pues ya no podía perjudicarlos. Por estas dificultades, llegaron casi destrozados a la ciudad de Santiago, donde fueron bien acogidos, y después se realizaron las fiestas que estaban preparadas para cuando ellos llegasen".





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