(1251) Nos confirma el cronista que los
mapuches, ya en aquellos años, eran unos magníficos jinetes, algo que el resto
de los indios americanos tardaron mucho en practicar, y que a ellos los
convertía en enemigos doblemente peligrosos: "Mediado el invierno salió el
capitán Francisco Hernández de Herrera con algunos soldados para recoger hierba
y leña, y topó en el camino con una gran cuadrilla de indios que estaban
emboscados aguardándole. Viendo que era una buena oportunidad, salió un escuadrón de indios de a pie y otro
de a caballo, pues que ya en estos tiempos hay muchos indios de guerra que
manejan tan bien un caballo como un caballero jerezano. Se trabó una violenta
escaramuza que duró hasta que la noche obligó a los indios a dispersarse,
habiéndose estado los españoles casi perdidos, de suerte que el capitán, como
hombre que tenía la vida en los cuernos del toro, se arrojaba entre ellos a
matar o morir peleando como un Héctor, y derribando hombres como un Aquiles.
Cayeron en este conflicto cuatro españoles cuyas cabezas fueron cortadas por
los contrarios. Llegó la voz de esta refriega a oídos de Juan de la Cueva, que
estaba cerca de aquel sitio, y como se hallaba a pie y le pareció que aguardar a
preparar el caballo sería como el socorro que llaman de Escalona (villa que
se quemó porque el agua del río estaba lejos), o el que en nuestros tiempos
van ya llamando algunos satíricos el socorro de España (por la gran
distancia que la separa de las Indias), cogió un caballo que halló a mano,
y subió en él sin ponerle freno sino con solo las bridas, y se fue al encuentro
de os indios, de los cuales alanceó a muchos, mostrando tanta valentía, que ya sería
bajarlo de quilates traer a colación lo que dijimos de Tideo y Aristómenes. Tras
lo cual, se retiraron al fuerte, de donde salió muchas veces don Alonso de
Sotomayor en persona a recorrer la tierra, y, hacia otras, sus capitanes,
castigando severamente a los indios". (Una vez más, el cronista ha puesto
por las nubes la valentía de Juan de la
Cueva).
(Imagen) El compañerismo era habitual
entre los soldados españoles, y ahora lo acabamos de ver porque Juan de la
Cueva (el protagonista de la imagen anterior) corrió sobre su caballo mal
aparejado en ayuda de algunos que estaban en gran peligro frente a los indios.
El capitán de los acosados era FRANCISCO HERNÁNDEZ DE HERRERA, y vanos a hablar
de él. Había nacido el año 1550 en El Castañar de Béjar (Salamanca). Partió
para las Indias el año 1574, adonde llegaron también cuatro hermanos suyos,
pero con destino a México. Él pasó a Chile el año 1576, y pronto destacó por su bravura y valentía en los
constantes ataques contra los mapuches, siendo después un heroico protagonista,
como Sargento Mayor de todo el ejército de Chile, en la sangrienta rebelión
general que los indios llevaron a cabo los años 1599-1600, durante la cual los
españoles tuvieron que abandonar varias ciudades. Orgulloso de sus actuaciones,
fue a Perú para hacer una relación de sus méritos y solicitar del virrey
Francisco de Toledo que le concediera alguna recompensa por ellos. Llevaba asimismo
un informe de Francisco de Quiñones, el nuevo gobernador de Chile, bajo cuyo
mando estuvo en varias batallas. Sus palabras, abreviadas, fueron las
siguientes: "El Capitán Francisco Hernández de Herrera, Sargento Mayor de Chile,
hace más de veinticinco años que llegó, y ha servido a Su Majestad en la guerra
contra los indios rebelados con gran gasto de su hacienda, arriesgando su
persona en ocasiones de mucha consideración, con gran brillo particular,
sustentando a su mesa en tiempo de la mayor necesidad a muchos soldados a su
costa, sin que la Hacienda Real lo haya remunerado, y me consta que es una de
las personas más antiguas y con más eficacia y experiencia en la guerra que aún
continúa, permaneciendo él en mi ejército luchando contra los dichos indios,
con particular celo, como Sargento Mayor, cargo de mucha importancia y trabajo
en estos tiempos de tanta calamidad". Con los apoyos que tenía, logró que
le concedieran unas productivas encomiendas de indios en Catapilco y Quillota.
Pero, con el tiempo, a pesar de que fray Antonio de Mendoza, prior del convento
de este último lugar, dijo de él que “era hombre de buen trato, buen cristiano
y estimado en todo el Reino”, tuvieron problemas, él y su familia, con otros
vecinos que exigían la rectificación del deslinde de las parcelas. Y, cosa poco
frecuente entre conquistadores, FRANCISCO HERNÁNDEZ DE HERRERA fue también un hábil
agricultor dedicado al cultivo del cáñamo. Murió hacia el año 1625 en San
Martín del Valle de Quillota (señalado en la imagen).
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