(1257) El viaje con refuerzos de hombres
resultó muy problemático, aunque con gran mérito de quien iba al mando: "Y
fue tanta la diligencia que este don Fernando de Córdoba puso, que, recibiendo
la orden al final de setiembre de 1588, estaba ya gran parte de la gente puesta
en Arica cuando terminaba el mes de noviembre (adonde llegaron por tierra
desde Perú). Fueron extraordinarias las calamidades que se padecieron en
este viaje (al continuar por mar hacia el sur), porque les cogió un
recio temporal a los navíos, que los metió quinientas leguas mar adentro, y
detuvo más de sesenta días a la capitana, donde iba don Fernando, de suerte que
estuvieron a pique de morir de sed y hambre. Afortunadamente, don Fernando había
añadido mucha más agua y vituallas a las que los oficiales reales habían dado
en Arica, pareciéndoles que, como mucho, duraría el viaje veinticinco días,
como suele. Con esto y con el cuidado que don Fernando tenía de ir acortando
las raciones, contra la opinión de todos, pudieron sustentarse hasta llegar a
Coquimbo y después a Valparaíso (el puerto de Santiago de Chile).
Conforme a esto, gastó don Fernando de Córdoba y Figueroa muchos millares de
pesos de su bolsa en las vituallas que añadió y en los regalos que hizo a los
soldados por los puertos y caminos. Fue por ello tan alabado, que, pasado algún
tiempo, don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey del Perú, lo
nombro general de la flota que fue desde el puerto de la ciudad de Lima a otras
tierras de la costa, por ser necesaria persona de mucha autoridad para
defenderlas de los corsarios ingleses que entraron por el estrecho de
Magallanes con Richard de Aquines (Richard Hawkins). Y aun en el mismo
puerto de Panamá tomó don Fernando más tarde muchas precauciones contra ellos, pero
no pasaron los enemigos tan adelante por haberse enfrentado a ellos don Beltrán (Castro) de la
Cueva, que salió de Lima contra ellos".
Los mapuches, cuando les llegaban
refuerzos a los españoles, casi siempre 'parecían' amansarse, pero no tardaban
en volver a sus temibles enredos: "La ayuda que llevó don Fernando de
Córdoba a Chile fue de tanta eficacia para bien del Rey, que en pocos días
vinieron en son de paz los indios de San Bartolomé de Chillán, Angol, La
Imperial y Concepción, que hasta entonces andaban muy inquietos. Pero se alborotaban
cuando veían una oportunidad favorable, y el gobernador no dejaba de formar
ejércitos todos los veranos, pero en invierno se recogía en las ciudades,
dejando en su lugar al maestre de campo Alonso García Ramón con extraordinarios
trabajos y asperezas que padecían él y los de su tropa, suficientes para sacar
de quicio a los hombres más animosos del mundo. De manera que había muchos
soldados que buscaban la ocasión de huir y lo ponían por obra cuando les llegaba
la ocasión. Se atrevieron a hacerlo
Pedro de Mardones, Manuel Vázquez, Alonso de Roque, Francisco de Rincón y
Francisco Hernández (y otro de nombre desconocido). Padecieron innumerables
calamidades entre las nieves y hambres de la sierra nevada. Por añadidura,
dieron una noche los indios contra ellos y estuvieron todos peleando
furiosamente hasta el amanecer. Aunque los indios pasaban de doscientos,
aquellos seis españoles se defendieron tan bravamente, que les obligaron a
retirarse habiendo derramado mucha sangre. Como, al marcharse, los indios
gritaron tanto como suelen, se espantaron los caballos dejando a pie a los
pobres españoles, los cuales llegaron al cabo de muchos días al valle de Cubo
tan perdidos y desfigurados, que parecían estatuas, y con un hombre menos, cuyo
nombre se desconoce".
(Imagen) Se me va a perdonar que le
dedique la imagen a uno de los seis soldados que, hartos de sufrimientos,
habían desertado del ejército del gobernador Alonso de Sotomayor. Se llamaba
PEDRO DE MARDONES Y ESPINOSA DE LOS MONTEROS, apellido (el primero) que un
servidor lleva en lugar muy lejano. Sus antepasados, como los míos, eran del
Valle de Losa (Burgos), aunque él nació en Miranda de Ebro (Burgos) el año
1561. También hablo de él porque tuvo una biografía interesante, en la cual se aclara,
además, algo que el cronista ha olvidado decir: los desertores no fueron
ejecutados, ya que hay constancia de que Pedro vivió largos años. Se había
trasladado a México en 1558 acompañando al virrey Martín Enríquez de Almansa (quien
años después lo sería de Perú). La llegada de Pedro a Chile tuvo lugar, como
soldado de caballería, junto al nuevo gobernador, Alonso de Sotomayor, el año
1583, desertando más tarde por tanto horror, aunque le esperaban tiempos
incluso peores, en los que demostró que tenía madera de héroe. En 1599 se
encontraba en el fuerte de Arauco durante un espantoso ataque de los mapuches,
y resultó herido. El general Miguel de Silva informó entonces “que, habiendo
matado los indios al gobernador García Óñez de Loyola, Mardones avisó a la
ciudad de Arauco, viniendo de Villapoa con riesgo de su vida, y, gracias a él,
se recogió en ella toda la gente, y les dio todo lo que tenía, pues padecían
hambre y desnudez”. En 1617, Pedro de Mardones fue nombrado capitán del
castillo de Arauco “en atención a sus señalados servicios, méritos y
experiencia, con notoria calidad en sus
obligaciones”. Fue también alcalde de la ciudad de Chillán, y recibió como
recompensa por sus servicios extensas tierras en Toquigua y una encomienda de
indios muy rentable en Cuyo. Pedro Mardones se había casado en la ciudad de
Concepción hacia el año 1617 con Luisa Francisca Gutiérrez de Valdivia. Sus
hijos fueron Pedro (militar), Francisco (quizá clérigo), María Magdalena,
Gregoria y Juan Bautista, todos ellos con los apellidos Mardones Valdivia.
Parece ser que los tres últimos murieron jóvenes, pero lo cierto es que los
descendientes de Pedro y Luisa Francisca fueron muy numerosos. Hasta el punto
de que, ya en nuestros tiempos, uno de ellos, llamado Sergio Mardones Vignes,
ha hecho un estudio genealógico de la familia, que abarca desde 1561 hasta
1994, como se ve en la imagen. PEDRO MARDONES Y ESPINOSA DE LOS MONTEROS murió
en la ciudad de Concepción el año 1640. De los otros cinco desertores
mencionados al comienzo de esta reseña, uno murió entonces a manos de los
indios, y, de los cuatro restantes, no he encontrado ni rastro.
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